Por Oscar Fernández Herrera
Durante esta crisis sanitaria, han sido muchos los sectores (mercantiles, sociales y públicos) afectados; sin embargo, el escolar es el que producirá las peores consecuencias por un largo rato. Del mismo modo, resulta incuestionable que todos extrañamos y necesitamos recuperar nuestros hábitos anteriores a la pandemia. Eso no se discute, pero el anuncio del presidente con relación a un regreso “gradual y seguro” a las aulas es, por decir lo menos, irresponsable.
Pero no resulta suficiente el simple hecho de señalarlo, pues en este anuncio intervienen diferentes factores: económicos y electorales los más obvios. El primero es una urgencia y, el segundo, un despropósito vulgar que pone, de manifiesto, el interés de la élite política que padecemos los mexicanos (independientemente de los colores porque esto es parejo). La mención de este regreso presencial es un simple disfraz que, junto a otras medidas como la manipulación del semáforo epidemiológico, buscan un voto en las urnas.
Igualmente es cierto que, al margen de esta patraña “que busca beneficiar al sector educativo”, nos bastaría ir a un parque o a una plaza para comprobar que a la gente le vale madres el cuidado y la salud pública: cientos (sino es que miles) andan por ahí sin cubrebocas, abrazados y “normalizando” cualquier actividad social que se les ocurra. Así somos los mexicanos: “chingones” y el coronavirus nos hace los mandados. Así de irresponsables somos y, para entenderlo, no necesitamos culpar al gobierno porque si bien éste ha fallado en diseñar las mejores estrategias de acción frente a este problema, es innegable que muchos simplemente ignoran el hecho creyéndose indestructibles o asumiéndose completamente ignorantes.
Regresando a la cuestión del retorno presencial a clases, un vistazo a nuestras escuelas debería ser suficiente para entender que se necesita más que un simple anuncio de AMLO y la perversa complicidad de doña Delfina (¿algún docente por aquí se creyó que porque “ella sí estuvo frente a grupo” iba a ser más empática con la causa educativa?). La carencia de infraestructura y de servicios para la higiene son los más preocupantes, pero hay más: grupos exageradamente numerosos, espacios de recreo mínimos, nulos programas de salud y deporte para alumnos y un larguísimo etcétera.
Regresar a los salones de clases requiere, entre otras cosas, de que todos los que participen en el proceso de enseñanza - aprendizaje estén vacunados, de que el problema de la movilidad esté resuelto, de la aplicación constante de pruebas para la detección oportuna del COVID (y así evitar que los estudiantes propaguen el virus), de campañas permanentes de concientización, de una adecuada distribución de la matrícula, de ajustes para que los institutos sean un espacio seguro (tapetes sanitizantes, gel antibacterial, toma de temperatura, monitoreo de la ventilación, uso de filtros especiales), y de una sociedad responsable y conocedora de los riesgos que implica romper con el confinamiento.
Un aspecto más y que me parece que muchos están dejando de lado: el gobierno no garantiza la seguridad de las familias de los docentes. La posibilidad de contagios masivos es real y nuestras autoridades no han presentado un protocolo para enfrentar una inminente catástrofe
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