Por: Oscar Fernández Herrera
Tremendo alboroto el que se armó con la portada de The
Economist, pues inmediatamente saltaron las voces inquisidoras y maldicientes
que tanto criticó el obradorismo en el pasado. El problema es que primero
habría que leer el texto y después pronunciarse respecto a él. Quizá a muchos
les sorprenda que en esta ocasión no me lance a aplaudir algo que desapruebe al
gobierno morenista. ¿La razón? Porque aún no he tenido la oportunidad de leerlo
para emitir un juicio medianamente argumentado.
No creo tener la verdad sobre las cosas; es más, mis
juicios seguramente están cegados por la profunda aberración que me causa AMLO.
Sin embargo, procuro abstenerme de opinar si no conozco el tema. Lo que comparto
aquí en mi perfil de FB es resultado de aquello que leo y me interesa. Al
final, cada quien es libre de publicar o leer lo que se le venga en gana. Por
lo pronto, espero leer ya ese editorial para saber si coincido con él o no.
Lo anterior me lleva a un tema interesantísimo y que
pocos comprenden: el ejercicio crítico del periodismo. Por estos lares (las
redes sociales) muchos nos asumimos como “líderes de opinión” (voluntariamente
o no) sin dimensionar el trabajo y la responsabilidad que ello implica. Nos
lanzamos a emitir veredictos desde atriles en los que nos sentimos bastante
cómodos y, desgraciadamente, llenos de resentimiento. Por supuesto que esto
aplica para mí. Soy el primero en reconocerlo.
En innumerables ocasiones he cedido a la tentación de
que mi bilis salpique mis comentarios de una u otra manera; no obstante,
siempre defenderé la libertad de expresión tan necesaria en estos tiempos tan
sombríos. Aquí el periodismo entra en funciones cardinales.
Una de las cosas que más me inquieta de este
autodenominado gobierno de la cuarta transformación (las minúsculas son
intencionales, por supuesto) es la férrea descalificación que se hace de
aquellos que a través de la pluma manifiestan su desacuerdo con ellos. No
ignoremos el hecho de que muchos pseudo periodistas son precisamente eso:
simples marionetas de gente con el poder suficiente para manipularlos. Pero los
identificamos y, en ocasiones, vale la pena leerlos para descalificarlos y
exhibirlos (como sucedió con el ahora bochornoso texto de Eduardo Caccia).
Lo que no logran entender los fieles seguidores de la
4T es que no es obligación aplaudir todo lo que se impulsa o señala desde el
gobierno; por el contrario, es terriblemente perjudicial y, al final, las
consecuencias nos cobrarán la factura. Eso resultará imposible de burlar.
El ejercicio crítico del periodismo (con todas sus
virtudes y desperfectos) es una necesidad en cualquier nación que se cuelgue la
etiqueta de democrática. El problema es que aquí pretende silenciarse esa
práctica. Puedo suponer (porque, en realidad, no me consta) que la máxima de
Obrador es “conmigo o contra mí”, dividiéndonos en el camino. Qué ironía para
un mandatario con las virtudes que presumía.
Condenar en automático a aquellos que disciernen del
gobierno no es aconsejable ni sano, a menos de que se trate de una difamación o
falsedad –porque éstas se multiplican con rapidez. Qué perjudicial es creer que
la única prensa que cuenta es la presenta en las “mañaneras” para llenar de
piropos y cursilerías al presidente. ¿Ese es el periodismo que merecemos
después de los gobiernos del prianismo?
Tan malos son los Loret como los Lord Molécula, pues
emboban y alimentan falsas nociones de lo que está sucediendo en México, una
nación que viene arrastrando podredumbre, violencia y miseria por décadas. Quizá
sea una reflexión simple y poco fundamentada, pero es honesta y puntual: México
está mal por culpa de su gente. Duele reconocerlo porque fingimos no ver los
problemas o vestimos de deidad a un charlatán. Leer nos hará libres, dicen por
ahí.
Por último, responder desde presidencia a las palabras
del The Economist demuestra cuánto le pesa a Andrés Manuel lo que se diga de
él. Desconozco si lo que pretenden es “dictar línea” a un medio internacional.
De risa.
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