Por Edgar Fernández Herrera
Marvin Pontiac fue un extraordinario músico
de blues que, según cuenta la leyenda, fue acusado por el mismísimo Little
Walter de imitarlo en su manera de tocar la armónica. Nació en Detroit en 1932,
hijo de una madre judía neoyorquina y de un padre originario de Malí, quien los
abandonó en 1934. Dos años después, Marvin se fue a vivir con su progenitor a
dicho país, donde absorbió profundamente las tradiciones musicales locales.
A los 15 años llegó a Chicago, pero la Ciudad
de los Vientos no le cayó bien, por lo que se mudó a Lubbock, Texas. Allí se
estableció y consiguió un contrato discográfico con el sello Austin Acorn,
logrando un éxito local con el tema “I’m A Doggy”. Sin embargo, no logró
consolidar una carrera discográfica constante. Tras una vida accidentada,
falleció en 1977 al ser atropellado por un autobús.
Queridos lectores, lo que acaban de leer es
una gran mentira. Así es, no es broma: Marvin Pontiac nunca existió. Es
solamente un personaje ficticio que representa el alter ego del líder de una
agrupación de culto llamada “The Lounge Lizards” y de la “John Lurie National
Orchestra”. Efectivamente, nos referimos al excepcional músico de jazz John
Lurie.
Lurie, en un momento de su carrera en que no
deseaba ser encasillado, creó a Marvin Pontiac para dar rienda suelta a una
propuesta musical que mezcla blues, jazz, rock y ritmos africanos. Todo esto se
concentra en el estupendo “The Legendary Marvin Pontiac: Greatest Hits”,
discazo de 1999.
Acompañado de músicos brillantes, Lurie logra
ejecutar un blues denso, como en la mencionada “I’m A Doggy” (muy al estilo de
Taj Mahal). Sin embargo, también rinde homenaje al sonido del Delta, como se
aprecia en la bellísima “She Ain’t Going Home” (¡banjo incluido, eh!). Y, para
ser coherente con la biografía ficticia de Pontiac, se hacen evidentes las
raíces africanas del bluesman en “Small Car”, con un ritmo hipnótico y unos
metales sensacionales. También hay espacio para el afrobeat con “Wanna Wanna”,
que realmente parece una canción firmada por el mismísimo Fela Kuti.
Aunque estamos ante un gran trabajo dentro
del blues, Lurie también se da tiempo para explorar la música experimental.
“Power”, por ejemplo, está construida sobre ruidos, chelo y voces
distorsionadas; esta pieza me recuerda mucho a Tom Waits.
John Lurie no estuvo solo en la grabación de
este portentoso álbum: se hizo acompañar de grandes músicos, entre ellos Marc
Ribot y John Medeski. Puro peso pesado.
El disco compacto venía acompañado de un
cuadernillo que incluía la biografía del ficticio músico, así como opiniones de
otros grandes artistas que manifestaban su admiración y la supuesta influencia
que Marvin tuvo en ellos. Por ejemplo: Iggy Pop, Leonard Cohen, Beck, entre
otros. Vaya manera de llevar la farsa hasta el límite.
Lo que sí no es una
farsa es la gran calidad del disco. Es absolutamente hermoso y propositivo. A
pesar de presentarse como un álbum de blues puro, suena —y sigue sonando— actual
y contemporáneo.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario