Por Edgar Fernández Herrera
A Ademir, Jair, Eber y Mauricio
Hace veintiún años,
The Cure publicaba su duodécimo álbum de estudio titulado “The Cure”, el
primero bajo el sello Geffen Records. Esto dio pie a una gira internacional
que, afortunadamente, marcó el regreso de la banda inglesa a México después de
doce años, y por primera vez, al entonces Distrito Federal. La única ocasión
previa en la que habían pisado suelo mexicano fue en Monterrey, Nuevo León, durante
su Wish World Tour
en el ya lejano 1992.
Desde el primer
anuncio, mi amigo Ademir y yo comenzamos a organizarnos para ir al concierto.
Con el paso de los días, más personas se unieron a la caravana. No recuerdo con
exactitud cuándo fue la preventa de los boletos, pero sí tengo muy presente que
Eber —primo de Ademir— fue quien se encargó de comprarlos. No alcanzamos para
la primera fecha, programada para el 4 de septiembre, pero, debido a la gran
demanda, abrieron dos fechas más. Nosotros conseguimos boletos para la segunda,
el 5 de septiembre. Ahora venía lo más difícil: esperar.
La fecha llegó.
Domingo 5 de septiembre. Ya teníamos toda la logística preparada para ese día.
Muy temprano me dirigí a la casa de Ademir, punto de reunión acordado. De ahí
partimos Eber, Jair (hermano de Ademir), Mauricio —un amigo suyo al que conocí
ese día y a quien apodaban “el Vinatas” (nunca supe por qué)—, el propio Ademir
y yo.
Durante el trayecto,
la tarde transcurría tranquila. Algunas cervezas, un poco de lluvia... pero
finalmente llegamos al “Domo de Cobre”, en la delegación Iztacalco. Antes de
entrar al recinto, caminamos un poco para ver la mercancía que vendían los
ambulantes. Me compré una playera —que, por cierto, aún sobrevive— y
actualmente está en poder de mi hermana. Después de curiosear un rato, por fin
estábamos listos para ingresar al Palacio de los Deportes.
Tras una breve
espera, a las 20:00 horas comenzaron a sonar los primeros acordes de
“Plainsong”. Éxtasis puro. Recuerdo que Robert Smith tardó un poco en salir al
escenario, pero cuando apareció, el Palacio se vino abajo con la euforia del
público. Aún no me reponía de la emoción cuando comenzó a sonar “Shake Dog
Shake”, del incomprendido “The Top”. Sonó increíble, con una rabia contenida.
Le siguió una maravilla: la grandiosa “The Figurehead”. Vaya forma de comenzar
un concierto.
Smith, como es
habitual, no interactuó demasiado con el público, aunque sí saludó con cortesía
y presentó “A Night Like This”. Luego interpretaron dos canciones del nuevo
álbum. Después, llegó un momento esplendoroso con cuatro clásicos: “Lovesong”,
“Push” (que sonó gloriosa), “In Between Days” (con todos saltando y coreando al
ritmo de Yesterday I got so
old, I felt like I could die...) y la siempre hermosa “Just Like Heaven”.
Luego de tanta luz, llegó la oscuridad con la angustiante “One Hundred Years”,
seguida por “Disintegration”, uno de los puntos más altos de la noche. Tras
esta, la banda se retiró momentáneamente. El público rugía y exigía más.
The Cure nos complació
y regresó para interpretar cuatro encores.
El primero incluyó dos temas del álbum “Bloodflowers” y culminó con una
desoladora interpretación de “The Promise”. Sonó fantástica, un verdadero tour de force sobre la
esperanza, la decepción y la espera interminable por promesas que nunca se
cumplen. Fue inevitable pensar en alguien.
El segundo encore fue simplemente brutal (disculpe
usted la expresión). “The Drowning Man” fue una sorpresa absoluta. Jamás
imaginé escucharla en vivo. Siguieron con otro clásico, “Charlotte Sometimes”,
y después “Primary”, que ejecutaron con gran maestría. Cerraron este bloque con
lo mejor de la noche: “Faith”. Sonó majestuosa. Una atmósfera melancólica nos
envolvía mientras Smith cantaba con gran sentimiento. El público acompañaba el
ritmo de la batería con las luces de celulares y encendedores. El recinto se
veía hermoso.
Después de esa
intensa carga gótica, la banda cambió el tono con un set más eléctrico y pop:
“The Walk”, “Let’s Go To Bed” y “Why Can’t I Be You?”. En esta última, Robert
Smith, en pleno baile, dio un paso en falso y casi se cae. Afortunadamente,
salió ileso de la situación.
Tristemente, llegó el
final. Las dos últimas canciones de la noche fueron “Grinding Halt” y la
clásica e imperdible “Boys Don’t Cry”, ambas de 1979. Nostalgia pura. Era el
momento de la despedida: Simon Gallup, Perry Bamonte, Jason Cooper, Roger
O'Donnell y, por supuesto, Robert Smith. Lamenté mucho que no tocaran “Pictures
Of You” ni “A Forest”, pero haber escuchado “The Drowning Man” y “Faith” hizo
que todo valiera la pena: el boleto, los años de espera, todo.
Era hora de regresar
a casa y prepararse para ir a trabajar en unas horas. Desvelado y harto de esa
oficina, pero ese lunes 6 de septiembre estaba feliz: había presenciado a mi
banda favorita.
Un año después, todos
nos reunimos en mi casa. Plática, recuerdos de esa noche, risas, alcohol y
música de The Cure. Una gran velada.

Saludos Edgar, fué una noche maravillosa llena de alegría y nostalgia para todos nosostros, definitivamente una de las mejores noches de toda mi vida, gracias por compartirnos tu perspectiva de tu am memorable momento, desde San Luis Potosí un abrazo enorme y mis mejores deseos.
ResponderBorrarPD: Vinatas fué mi apodo porque trabajaba en una vinatería de renombre, idea de Ademir jajajajaajaja.
Saludos Mauricio, que bueno tener noticias de ti, yo ando en Cancún. Y esa noche en particular fue uno de mis grandes recuerdos, y lo mejor es que lo compartí cln grandes amigos. Saludos y no hay que desparecernos
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