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domingo, 20 de junio de 2021

La derecha que no entiende que ya perdió

 

Por Oscar Fernández Herrera

 

“El PRI abusó del país y los mexicanos se agarran ahora de lo que pueden”. Con esta arrolladora frase una amiga trató de explicarme por qué Morena tomó los territorios del PRI en las pasadas elecciones, las “más grandes de la historia” reciente de nuestra agitada nación, y prolongó su mando en términos de diputaciones federales y locales.

 

Para ampliar lo anterior, podríamos ser más concretos y agregar tres elementos más: cansancio, abandono y pudrimiento de la entidad política que en algún momento de nuestra triste historia formó una dictadura casi perfecta, una en la que el sentido de igualdad era casi grotesco.

 

Después de más de setenta años de gobiernos priistas que, en el mejor de los casos trabajaban a medias, llegó la soñada “alternancia” con el Partido Acción Nacional; no obstante, la ilusión pronto cedió su lugar a la desesperanza y al enfado social. Lejos de los aciertos de ambas formas de gobierno, el uso del pobre como simple moneda de cambio ha sido la constante en el México posrevolucionario.

 

En medio de tantas iniquidades, sectores de la población se pronunciaron en contra de los acaparamientos de las élites; no obstante, poco o nada prosperaron debido a la ignorancia y la disgregación de la gente, y los frenos impuestos por los funcionarios “públicos”. A pesar de lo anterior, algunas manifestaciones encontraron cierta resonancia entre los grupos sociales más humildes, que demandarían mayor igualdad y el fin de las distinciones para la minoría gobernante.

 

Con la llegada de los primeros grupos opositores al poder, la discusión relacionada con al sentido del binomio derecha – izquierda cobró mucha importancia en México, si bien los resquemores y entredichos para el grupo de derecha han perdurado hasta la actualidad. Más allá de la jerga política, existen sobradas razones para justificar tales reproches.

 

Contrariamente a los intereses antipopulares que la derecha representa en nuestro país, de ella han destacado figuras que, con el tiempo, han implicado profundas transformaciones para el bienestar social. Del mismo modo, los saltos que estos personajes dieron a la izquierda tienen diferentes explicaciones: arrepentimientos, ideologías reformadas y oportunismos políticos. De todo podemos encontrar.

 

La derecha, rezagándose cada vez más, ha sido incapaz de transformarse más allá de los discursos y los juramentos en campañas. La relación que guarda con los ricos y los conservadurismos son aspectos dominantes que le han imposibilitado un papel más firme en la tardía democratización mexicana.

 

En 2006, Andrés Manuel López Obrador alimentó el antagonismo entre ambas posturas (sin que pasemos por alto las posturas intermedias), aunque buena parte de la sociedad mexicana desconoce el significado de ambos conceptos y numerosos analistas reiteran que éstos carecen de fundamentos reales para distinguirlos.

 

La polarización siguió y, al final, le dio a AMLO el triunfo en las últimas elecciones presidenciales; sin embargo, afirmar lo anterior no es suficiente para explicar su aplastante triunfo en las urnas: hartazgo, desencanto y una apresurada necesidad para romper con la hegemonía PRI – PAN. Sumémosle la retórica (que apela a una férrea defensa del pobre frente al rico), las denuncias que mostraban la codicia de los poderosos y la aparente “rebeldía” de Obrador para tener una mejor respuesta.

 

Independientemente de sus necedades y el nulo sentido de la modernización que demuestre López, la derecha sigue siendo víctima de sus demasías y carencias. La permanencia de unos políticos (como los ex mandatarios panistas que malgastaron sus condiciones de manera terrible) sólo empeora los escenarios, por lo que ya no debería consentirse.

 

En seguida está una sociedad cegada y encandilada al fanatismo (en ambas direcciones), apática y hasta displicente para asumir una postura más juiciosa, que le ponga un alto a los abusos que siguen y siguen.

 

Por último, la anulación del diálogo, los actos propagandísticos a través de “Las mañaneras” y la descalificación permanente no tardarán en fortalecer a esa derecha que muchos creen muerta. Esperemos que la izquierda (que tanto no es) se libere de esas malas prácticas a favor de un pueblo hambriento de mejores resultados.

“Reprise”, un arrebato emocional


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

Moby es un tipo que ha demostrado talento y habilidad para permanecer en la industria de la música. Con serias disparidades en su trabajo, se ha ido adaptando a las modas y circunstancias para dejar una muestra permanente de sus capacidades. Después del agridulce “All Visible Objects” (del que sobresalió “My Only Love”, original de Roxy Music) y el repentino pero esperanzador “Live Ambient Improvised Recordings”, llega “Reprise” cargado de agradables sorpresas.

 

Rotular el último trabajo de Richard Melville Hall (el nombre real de Moby) como una colección de lo mejor de su repertorio con toques sinfónicos sería una falacia, aunque hay algo de eso. Las piezas que integran este trabajo resultan familiares; sin embargo, al escucharlas se nota una reconstrucción en un sentido bastante amplio.

 

Con la colaboración de la Budapest Art Orchestra y arropado por la Deutsche Grammophon, el legendario sello discográfico de música clásica; Moby, el eterno sobreviviente de la electrónica, nos regala un disco emocional, vulnerable y explosivo (aunque los resultados no sean del todo originales).

 

Esta recreación emocional cuenta, además, con la participación de nombres de gran culto: Jim James (vocalista de My Morning Jacket), Gregory Porter, Víkingur Ólafsson y Kris Kristofferson, entre otros.

 

Desafortunadamente, no todas las canciones mantienen un patrón de perfección y apreciación orquestal, aunque figuran muchísimo “Natural Blues”, “Porcelain”, “God Moving Over The Face Of The Waters” y “Why Does My Heart Feel So Bad?”

 

“Heroes”, del legendario David Bowie, encuentra un lugar en este disco y si bien se escucha “linda” gracias a la participación de Mindy Jones, no le tributa nada a la original. Sobrada, apuntaría yo.

 

No obstante, el balance final es magnífico. Escúchelo y déjese llevar por su dulce melancolía. Mención aparte para la carátula y sus efectos especiales para las versiones digitales. 

lunes, 14 de junio de 2021

Diez extraordinarias canciones de 2001

 

Por Edgar Fernández Herrera

2001 siempre será recordado por los ataques terroristas del 11 de septiembre, que representó un gran cambio para la humanidad, en todos los aspectos; sin embargo, no todo fue malo, pues fue el año en que Apple presentó su primera generación de IPod y es muy probable que algunas de estas canciones estaban dentro de nuestras playlist. Llegó el momento de recordar diez temas de hace veinte años:

1.       Clint Eastwood, de Gorillaz: Qué manera tan extraordinaria de presentarse ante la sociedad, pues éste fue el sencillo debut de la banda animada creada por Damon Albarn. No sólo destaca por el título de la canción que hace un tributo al legendario actor norteamericano, sino que Albarn tomó como base el tema principal de la banda sonora de la película “El bueno, el malo y el feo”, escrita por Ennio Morricone en 1966, y –finalmente- añadió un rap interpretado por Del Tha Funkee Homosapien. Aún no sabíamos a ciencia cierta lo que nos depararía Gorillaz, pero éste era un gran aviso.

2.       Pyramid Song, de Radiohead: Sin lugar a dudas, mi canción favorita del quinteto de Oxford. Éste fue el primer sencillo de ese gran álbum que es Amnesiac; y parece que la inspiración de este gran tema son la odisea de Dante en el infierno y “Freedom”, una pieza de Charles Mingus, la leyenda del jazz.

3.       Dream On, de Depeche Mode: Canción compuesta por Martin Gore y que fue incluida en el álbum Exciter. Gran canción de corte pop en forma sintetizada.

4.       I´m a slave 4U, de Britney Spears: En el arranque del nuevo siglo, la música pop reinaba en todo el mundo (Shakira, Jlo, A-teens, etc.) y la señorita Spears era aún la gran sensación del pop. Esta canción es un claro ejemplo del porque dominaba las listas de popularidad en esos días.

5.       One More Time, de Daft Punk: Probablemente el éxito más importante del dúo francés, gracias a un sampleo de un viejo corte discotequero llamado “One Spell on You”, de Eddie Johns. No hace falta decir que “One More Time” invadió todas las pistas de baile durante 2001.

6.       Last Nite, de The Strokes: Del impresionante álbum debut “Is This It” (el que para muchos es el álbum de la década), algunos han considerado esta canción de la banda neoyorquina como un clásico a la altura de “Satisfaction”, de los Rolling Stones. No lo sé, me parece exagerado, pero de que es una buena canción de crecimiento, desolación y odio por la vida, oh sí, definitivamente lo es.

7.       Island in the sun, de Weezer: Producida por el legendario Rick Ocasek, éste fue el segundo sencillo del Green Album. Tuve la gran oportunidad de escucharla en vivo, durante la presentación de Weezer en el Corona Capital del 2014. De mis favoritas.

8.       Elevation, de U2: Para mí, es la última canción decente del cuarteto irlandés, incluida en su “All That You Can't Leave Behind”.

9.       Me gustas tú, de Manu Chao: Con una letra tan tonta, rayando en la estupidez, y, sin embargo, musicalmente tiene una estructura tan simple y pegadiza que la hace irresistible.

10.   Hotel Yorba, de The White Stripes. Extraída del gran “White Blood Cells”, ésta fue la primera canción que escuche del dúo de Detroit y, a partir de ahí, jamás les quite la atención. Nunca me defraudaron, gran banda.

 

 

 

 

María Bethânia


 

Después de la grandeza que significó la Bossa Nova para la música brasileña a finales de los años cincuenta, ésta quedó marginada en un segundo plano para dejarle su gloria a un ritmo completamente diferente: Tropicalia. El tropicalismo, por su parte, intentaba una radicalización de la música popular carioca y su resultante universalización gracias a letras audaces y a la incorporación de instrumentos como la guitarra eléctrica. Como resultado de esta propuesta tan revolucionaria, se produjeron reacciones disparejas y condenatorias.

 

Esta tendencia de ruptura, abanderada por Caetano Veloso, Gilberto Gil, Tom Zé y Nara Leão, se produjo entre 1967 y 1968, y se identificó con un sonido autodenominado como “canibalismo cultural” porque se “nutría” de ideas de otras culturales para producir algo único y original. Contrariamente a lo fantástico del movimiento, su permanencia en la escena musical brasileña no fue fácil. Después de muchos altibajos, su huella se perdió en los ochenta para resurgir poco después de la mano de artistas como Arto Lindsay, Beck y un número asombroso de disc jockeys nipones que recuperaron al género para mezclarlo con tonadas ingeniosas y chispeantes.

 

Entre los representantes más destacados del tropicalismo está María Bethânia, con una trayectoria de más de cincuenta años, cerca de sesenta grabaciones de estudio y más de treinta millones de discos vendidos. Su debut lo marcó la presentación musical “Opinião” en 1964, aunque el éxito total llegaría un año después con “Carcará” (Buitre), una canción en la que glorificaba el coraje y la determinación de los migrantes nordestinos de Brasil, después de que el hambre y la sequía los expulsara de sus tierras. Con tal solo dieciocho años, Bethânia ya se pronunciaba contra el golpe militar a través de sus primeras interpretaciones.

 

La cantora bahiana supo mostrar, desde un inicio, los movimientos sociales amplios que el absolutismo sudamericano desmanteló bruscamente. Trabajadores rurales y urbanos, estudiantes e intelectuales hallaron en Bethânia un modo para oponerse al régimen militar.

 

La fuerza interpretativa de aquella mujer no pasó desapercibida por mucho tiempo. El periodista Isaac Piltcher escribió (refiriéndose a “Carcará”): “La letra de la música no tiene nada de subversivo. Pero, si perteneciera al cuerpo policial, definitivamente encarcelaría a María Bethânia”.

 

No obstante, un poderío vocal no es suficiente para explicar la grandiosidad de la hermana menor de Caetano Veloso. Su teatralidad, pero, principalmente, su contemplación sobre el pueblo brasileño (indígenas, negros y anónimos en general) y la irrompible dependencia que éste guarda con la religión la distinguen enormemente en un escenario tan necesitado de estilo e inspiración.

 

Seguida por Caetano, Gal Costa, Gilberto Gil y otros artistas, la abelha rainha (abeja reina, como se le conoce en tierras cariocas) cantó la revolución brasilera en verso y prosa (en muchos de sus discos recita poemas y lee pasajes filosóficos) por medio de símbolos de resistencia y totalidad frente a los poderes político y militar de la época.

 

Intérprete de composiciones de Vinicius de Moraes y Chico Buarque, y textos del poeta Fernando Pessoa, María Bethânia es una voz que debe escucharse en al menos una ocasión, a pesar de la barrera del lenguaje (si bien tiene algunas piezas en español, francés e inglés). Su personalidad ha sido comparada con un orisha, una divinidad de la religión yoruba.

 

Diez canciones para conocerla: “Gloria In Excelsis - Missa Agrária / Carcará”, “Cheiro De Amor”, “Mulher, Sempre Mulher”, “Janelas Abertas No. 2”, “Sonho Meu” (con Gal Costa), “Detalhes”, “As Canções Que Você Fez Pra Mim”, “Día 4 De Dezembro”, “Alguem Me Avisou” (con Caetano Veloso y Gilberto Gil), y “Mano Caetano”. ¡Extraordinarias!

 





Nadie nos va a extrañar

  Por Oscar Fernández Herrera     Con frecuencia leo cómo la gente idealiza las décadas de los años sesenta, setenta e incluso ochenta...