Por Edgar Fernández Herrera
Pasaron 16 años para que The Cure publicara un
nuevo álbum. Entre 4:13 Dream (disco
de 2008) y esta nueva placa, hubo algunas reediciones de la discografía de la
banda, conciertos y muchas promesas incumplidas sobre proyectos nuevos, hasta
que, finalmente, el 1 de noviembre, The Cure sacó a la luz el flamante Songs of a Lost World.
Tardé en decidirme a comentar el disco. Como se
sabe, es mi banda favorita y no quería que la emoción y ese amor por The Cure
influyeran demasiado en mi punto de vista. Lo he escuchado de manera muy fría y
atenta. De entrada, me parece que la banda (en realidad, Robert Smith) regresó
a esos sonidos oscuros y a letras basadas en la soledad, el desamor, la muerte
y hasta el vacío existencial, pero todo con la sabiduría y madurez de un hombre
de 65 años que sobrevivió a una pandemia mundial y que tuvo que enfrentar la
muerte de sus padres y su hermano. Todo esto se refleja en las letras y la
música de este disco.
El disco abre con “Alone”, canción que fue
designada como primer sencillo. Con una introducción muy larga, Smith comienza
a cantar casi a los tres minutos, y la letra aborda el tema de la soledad y la
reflexión sobre el vacío que queda tras la muerte de un ser querido. Como pieza
abridora, de alguna manera me recordó a “Plainsong”.
“And Nothing Is Forever”… no sé si tomar esta
pieza como un llamado a la esperanza. El duelo que uno sufre al perder a
alguien parece que será eterno; sin embargo, Robert Smith, en esta canción, nos
reconforta con un "nada es para siempre". Es una canción linda,
melancólica y con un rayo de esperanza: el dolor en algún momento desaparecerá
o, más bien, lo asimilaremos y encontraremos la resignación y la paz.
“A Fragile Thing” tiene una letra de esas que no
dejan indiferente, desamor puro. Dos personas que se amaron intensamente, pero
en el camino la relación se fractura tanto que queda tan lastimada que es
imposible sanar. Por favor, escuchen la línea de bajo ejecutada por Simon
Gallup; es extraordinaria.
“Warsong” y “Drone: Nodrone” son las canciones
que, sin perder ese halo de oscuridad, tienen su lado de distorsión. Parecen
canciones perdidas de la época del mítico Wish, con un sonido muy shoegaze que
nos hace regresar a 1992.
“I Can Never Say Goodbye” es la síntesis del
disco. Una canción muy triste sobre la tragedia de perder a un ser querido.
Aquí, Robert Smith plasma sus sentimientos al perder a su hermano, un
conmovedor recuerdo.
“All I Never Am” es toda una tormenta de
emociones, con un eco claro a My Bloody Valentine, los amos del shoegaze.
Para finalizar, una epopeya musical: “Endsong”,
que dura casi diez minutos de catarsis eléctrica, con un sonido al estilo Phil
Spector (la Wall of Sound), pero oscura e intimidante. La letra es simple, pero
muy demoledora. Robert Smith nos muestra el difícil y complejo tema de
envejecer y morir, que, a pesar de ser un paso natural, no es nada fácil de
asimilar. Esta canción bien pudo haber sido incluida en Pornography (1982) y no hubiera desentonado.
Songs of a Lost World, con sus escasas ocho
canciones, muestra un sonido oscuro pero homogéneo, un digno sucesor de Disintegration y, si me preguntan, yo
quitaría Bloodflowers de la llamada
Trilogía Oscura y pondría de inmediato este nuevo disco. Como curiosidad, hay
que anotar que es el primer disco en el que el gran Reeves Gabrels aparece como
miembro oficial de la banda.
Gran disco, valió la pena tantos años de espera
para que publicaran algo nuevo. No me ha decepcionado: es un álbum de gran
calidad, con el sonido lúgubre que tanto me gusta, y además me he identificado
mucho con varias de las canciones por el momento que estoy viviendo. Me da
mucho gusto ver que The Cure, hoy en día, sigue demostrando de lo que es capaz,
que, a pesar de tener cuatro décadas en activo, sigue sonando actual y con un
sonido plenamente identificable, sin ser la típica banda que apela a su pasado
y solo sale de gira a seguir tocando sus hits.
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