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viernes, 30 de julio de 2021

Red Privada


 

Por Edgar Fernández Herrera

El 14 de Julio se estrenó en Netflix el documental “Red Privada, ¿Quién mató a Manuel Buendía?”, del director Manuel Alcalá. En un lejano 30 de mayo de 1984 asesinaron al periodista Manuel Buendía Tellezgirón afuera de su oficina en la Ciudad de México. Con cuatro impactos de bala le arrebataron la vida. Su colaborador fue testigo de la tragedia que se perpetuó a sangre fría y aunque salió detrás de los presuntos perpetradores, no logró alcanzarlos. Aquel día, no sólo murió Buendía, sino también su tan leída columna Red Privada; de ahí tomó Alcalá el título para su película.

 

Para las nuevas generaciones, habría que comentarles que desgraciadamente los asesinatos de periodistas no han sido exclusivos de este sexenio.

 

Manuel Buendía Tellezgirón nació en Zitácuaro, Michoacán, un 24 de mayo de 1926, cursó la primaria en su natal Zitácuaro para después ir a Morelia a un seminario, ya que su madre tenía la ilusión de que fuera sacerdote; no obstante, a los 12 se encontró con la revista “La Nación” para la que empezó a colaborar. Corría 1941 y es ahí donde descubre su vocación periodística.

 

Es en 1958 cuando inicia en “La Prensa” su emblemática columna “Red Privada”, que firmó primero con el seudónimo de Héctor Juvenal. De 1952 a 1967 fue profesor de tiempo completo en la escuela de periodismo “Carlos Septién García”, en donde impartió la materia de redacción periodística. Entre 1967 y 1970 dio seminarios sobre el mismo tema, y entre 1971 y 1972 dictó una conferencia semanal y, en 1973, el director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Henrique González Casanova, lo invitó a dar clases como profesor de asignatura, tarea que cumplió hasta su muerte en 1984. Impartió redacción y oficinas de prensa.

 

Es en 1976 cuando regresa a ser columnista de tiempo completo y el 3 de enero de 1977 reaparece “Red Privada” en los “23 Soles”, pero después de varios altercados debido a la censura emigra a “El Universal”, donde también lo alcanza la censura y se ve obligado a mudarse a “El Excélsior”. A estas alturas Buendía ya es un periodista muy influyente y leído y, del mismo modo, participa en la televisión en los canales 11 y 13, además de que publica dos de sus primeros libros –Red Privada y La CIA en México- que lo consolidan con un gran periodista.

 

Desgraciadamente el 30 de mayo de 1984 un sicario lo ultimó por la espalda.

 

La ópera prima del director mexicano Manuel Alcalá tiene momentos sobresalientes. Se trata de un documental bien hecho y estructurado, pero debo de destacar cuando el gran actor Daniel Giménez Cacho, mediante voz en off, lee varios de los textos que Buendía publicó en su famosa columna.

 

El documental cuenta con un ritmo trepidante y con bastante suspenso, pero lo más valioso son los testimonios de los periodistas contemporáneos de Buendía, como es el caso de Rogelio Hernández y Raymundo Riva Palacio, este último testigo privilegiado de los hechos, quien narra la forma en que la policía (entonces DFS) se llevó, la noche del crimen, el nutrido archivo del periodista, quien -según otros testimonios- tenía información sobre la relación entre el narcotráfico y el gobierno mexicano. Aparentemente esta información fue el móvil de su artero asesinato.

 

El documental como tal no ofrece la respuesta que se ha esperado durante 37 años: ¿quién mandó asesinar a Buendía?, pero aporta nuevas interrogantes y varias hipótesis y, sobre todo, vuelve a resaltar la presunta complicidad y participación de Rubén Figueroa, el Cártel de Guadalajara, la CIA y, por supuesto José Antonio Zorilla, el hombre con el más alto rango dentro de la Dirección Federal de Seguridad y que fue acusado como el autor intelectual y condenado a 35 años de prisión. Es importante resaltar que se dice que él solamente siguió ordenes de Manuel Bartlett, su jefe en aquel entonces y que ahora dirige la CFE bajo el obstinado cobijo de Andrés Manuel López Obrador.

 

“Red Privada” muestra a un gobierno que no tolera la crítica ni el periodismo, como hoy en día, y para prueba están los múltiples asesinatos a periodistas y activista sociales, de los cuales jamás oímos en las conferencias matutinas, pero sí observamos la impunidad a todas luces.

 

“Red Privada” es un documental ampliamente recomendable.

 

 

Universal mother, el espíritu musical de una artista en aparente desgracia

Por Oscar Fernández Herrera

 

La historia es conocida por todos: Sinéad O’Connor disfrutaba de fama y notoriedad gracias a su enorme talento cuando, de repente, decidió romper frente a las cámaras de televisión una fotografía del papa Juan Pablo II mientras decía, imperturbable, “¡lucha contra el verdadero enemigo!” Lo anterior sucedió en una emisión del programa Satuday Night Live en octubre de 1992. La carrera de la irlandesa sufrió un tremendo desplome, uno que le costó abucheos, humillaciones y críticas.

 

Después del escandaloso suceso, O’Connor publicó “Am I not your girl?” con escasa aceptación. El futuro inmediato de la intérprete se ensombrecía más y más. No obstante, en un arrebato de espiritualidad y madurez musical, compuso y grabó “Universal mother”.

 

Cuando se le escucha por primera vez, son innegables el desconsuelo y la tribulación que, poco a poco, se doblegan ante la oportunidad de un regreso cuasi triunfal. Contra todo pronóstico, el cuarto trabajo de Sinéad acentúa su autoridad vocal frente a los miles de detractores que reclamaban su retiro de los escenarios. En este sentido, el disco funciona como una terapia de autodestrucción y sanación.

 

Pese a la falta de unidad, las catorce melodías encuentran una conexión personal extraordinariamente sólida, guiándonos a través de su supuesta vulnerabilidad para enfrentarnos a nuestra condición humana. “Universal mother” es y será un inquebrantable reconocimiento de la identidad femenina.

 

Sutilmente íntimo, destacan la poderosa e indignante “Fire on Babylon”, “My darling child” (dulce, como si se tratara de una canción de cuna), “Red football” (un duro reclamo sobre la potestad del cuerpo femenino), “All apologies” (descarnada y estupenda versión del clásico de Nirvana), la optimista, aunque agridulce “In this heart”, y “Thank you for hearing me”, con su inquietante sinceridad.

 

“Universal mother” presume un recomienzo, si bien fortalece sus ideales con guiños bastante claros a lo largo de los cincuenta minutos que dura la obra. No se trata de un disco para iniciados en la música de la irlandesa, pues en él encontrarán a una mujer decidida a reunir los fragmentos de su ser para enfrentarse a sus traumas y salir adelante. Un suplicio tan prolongado que no acabará aquí. No resulta nada sencillo digerirlo.

 

Con todo, “Universal mother” es una muestra más de la resistencia femenina, digna de ser escuchada y replicada. El tiempo le dio la razón a esta artista, sin importar a quien le pese.

 

 


 

El sentido de la responsabilidad en tiempos de “likes”


 

¿Quién no ha soñado con la fama y el reconocimiento público? Probablemente muchos nos hemos rendido ante la idea del aplauso y la atención pública en más de una ocasión. Con la masificación de las redes sociales, esta ilusión cobró una fuerza casi absurda, seduciendo a los más jóvenes que buscan el cumplido y el renombre inmediatos. La oportunidad de expresarse frente a una comunidad digital es demasiado tentadora para algunos.

 

La naturaleza digital se fundamenta en distintos principios: conciencia, moralidad, seguridad y responsabilidad. No obstante, la figura del “influencer” parece oponerse a todos ellos. La autoridad (sic) de este tipo de personas, que sólo necesitan del atrevimiento para hacer cosas “fuera de lo común”, es alarmante porque en numerosos casos su público meta son niños y adolescentes.

 

Escribo esto porque en la actualidad estamos atestiguando un abrumador circo mediático que protagonizan distintos “influencers” mexicanos. Desafortunadamente, en él se hacen presentes temas tan delicados como los ataques sexuales y la distribución de material sensible.

 

La arrogancia con la que una youtuber describió una agresión en contra de otra chica la delató al confirmarse que ella tenía el video que, posteriormente, monetizó a través de una de sus redes sociales. Lo terrible del asunto es que YosStop (la supuesta “influencer”) se mostró indiferente y, a cambio de unos “likes”, se burló, ofendió y revictimizó a la agredida.

 

Debo admitir que otro momento conocí a esta chica y, con un par de videos, pude corroborar lo fastidiosa que es: el desprecio, el humor insípido y aires de suficiencia son su distintivo. Por años culpamos a la televisión por sus dañosas ramificaciones y ahora resulta que toda esa basura la consumimos voluntariamente a través de otros medios y/o plataformas.

 

Todo esto ha generado una discusión entre los fanáticos y algunos interesados como yo. El cimiento principal es, supuestamente, la libertad de expresión; sin embargo, concurren otros elementos como la incapacidad que muchos muestran al dirigirse ante una comunidad en línea, la normalización de la violencia, el fanatismo desmedido, y la (deplorable) coincidencia de intereses y gustos.

 

De pronto, centenares de “influencers” comenzaron a pronunciarse y hacer alarde, nuevamente, de lo peligroso que es hablar frente a un micrófono sin sensatez, integridad y seriedad, persuadiendo a adolescentes sin criterio (dicho con respeto, pues aún se encuentran en una etapa formativa) y fácilmente maleables.

 

Al grito de “es un ataque a la libertad de expresión”, falsos comunicadores se han dado a la tarea de minimizar los ataques que sufrió la chica y aplaudiendo la forma en que YosStop se expresa. Hubo quien aseguró que así se hacía antes y no se escandalizaban. Vamos para atrás, carajo.

 

Este asunto, como si no fuera lo suficientemente espinoso, se ha tornado crecidamente público. Miles (sic) de seguidores intentan forzar una libertad anticipada de la youtuber sin considerar las ordenanzas legales en lo más mínimo. Twitter, Facebook y Change.org son las herramientas que, creen, salvarán a la “influencer” en desgracia.

 

Qué tristeza que los adolescentes endiosen a estos sujetos sin escrúpulos, que fanatizan y emboban de la peor manera. Recuérdenlo: un líder de opinión vale por sus acciones y no por los “likes” que cosecha. Tampoco se trata de menospreciar o calumniar a todos aquellos que generan productos digitales, pues ejemplos de creadores y contenidos estupendos sobran.

 

Que la justicia llegue para la chica demandante porque, de lo contrario, seguiremos legalizando esa horrible sentencia que censura y somete a las mujeres. No más.

 

#DejenDeHacerFamosaAGentePendeja, por favor.

Nadie nos va a extrañar

  Por Oscar Fernández Herrera     Con frecuencia leo cómo la gente idealiza las décadas de los años sesenta, setenta e incluso ochenta...