¿Quién no ha soñado con la fama y el reconocimiento público? Probablemente muchos nos hemos rendido ante la idea del aplauso y la atención pública en más de una ocasión. Con la masificación de las redes sociales, esta ilusión cobró una fuerza casi absurda, seduciendo a los más jóvenes que buscan el cumplido y el renombre inmediatos. La oportunidad de expresarse frente a una comunidad digital es demasiado tentadora para algunos.
La naturaleza digital se fundamenta en distintos principios: conciencia, moralidad, seguridad y responsabilidad. No obstante, la figura del “influencer” parece oponerse a todos ellos. La autoridad (sic) de este tipo de personas, que sólo necesitan del atrevimiento para hacer cosas “fuera de lo común”, es alarmante porque en numerosos casos su público meta son niños y adolescentes.
Escribo esto porque en la actualidad estamos atestiguando un abrumador circo mediático que protagonizan distintos “influencers” mexicanos. Desafortunadamente, en él se hacen presentes temas tan delicados como los ataques sexuales y la distribución de material sensible.
La arrogancia con la que una youtuber describió una agresión en contra de otra chica la delató al confirmarse que ella tenía el video que, posteriormente, monetizó a través de una de sus redes sociales. Lo terrible del asunto es que YosStop (la supuesta “influencer”) se mostró indiferente y, a cambio de unos “likes”, se burló, ofendió y revictimizó a la agredida.
Debo admitir que otro momento conocí a esta chica y, con un par de videos, pude corroborar lo fastidiosa que es: el desprecio, el humor insípido y aires de suficiencia son su distintivo. Por años culpamos a la televisión por sus dañosas ramificaciones y ahora resulta que toda esa basura la consumimos voluntariamente a través de otros medios y/o plataformas.
Todo esto ha generado una discusión entre los fanáticos y algunos interesados como yo. El cimiento principal es, supuestamente, la libertad de expresión; sin embargo, concurren otros elementos como la incapacidad que muchos muestran al dirigirse ante una comunidad en línea, la normalización de la violencia, el fanatismo desmedido, y la (deplorable) coincidencia de intereses y gustos.
De pronto, centenares de “influencers” comenzaron a pronunciarse y hacer alarde, nuevamente, de lo peligroso que es hablar frente a un micrófono sin sensatez, integridad y seriedad, persuadiendo a adolescentes sin criterio (dicho con respeto, pues aún se encuentran en una etapa formativa) y fácilmente maleables.
Al grito de “es un ataque a la libertad de expresión”, falsos comunicadores se han dado a la tarea de minimizar los ataques que sufrió la chica y aplaudiendo la forma en que YosStop se expresa. Hubo quien aseguró que así se hacía antes y no se escandalizaban. Vamos para atrás, carajo.
Este asunto, como si no fuera lo suficientemente espinoso, se ha tornado crecidamente público. Miles (sic) de seguidores intentan forzar una libertad anticipada de la youtuber sin considerar las ordenanzas legales en lo más mínimo. Twitter, Facebook y Change.org son las herramientas que, creen, salvarán a la “influencer” en desgracia.
Qué tristeza que los adolescentes endiosen a estos sujetos sin escrúpulos, que fanatizan y emboban de la peor manera. Recuérdenlo: un líder de opinión vale por sus acciones y no por los “likes” que cosecha. Tampoco se trata de menospreciar o calumniar a todos aquellos que generan productos digitales, pues ejemplos de creadores y contenidos estupendos sobran.
Que la justicia llegue para la chica demandante porque, de lo contrario, seguiremos legalizando esa horrible sentencia que censura y somete a las mujeres. No más.
#DejenDeHacerFamosaAGentePendeja, por favor.
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