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sábado, 3 de julio de 2021

Crónica subterránea

 

Por Oscar Fernández Herrera

 

Miles, quizá millones, de rostros anónimos que se amontonan con un sólo propósito: llegar cuanto antes a sus destinos. La transpiración, los golpes simulados y las miradas frenéticas son la regla en el metro, el transporte citadino por definición.

 

Son, de igual forma, deseos cansados que se abren paso entre angustias y recuerdos. En los corredores, almas moribundas en silencio esperan impacientes la llegada del próximo tren jornada tras jornada. Dicen que de eso se trata la vida.

 

Con poco más de cincuenta años en operación, resultan innúmeras las historias que en sus andenes y vagones se han protagonizado; desde los encuentros (algunos fortuitos, otros programados) hasta las manifestaciones sociales, políticas y deportivas. Todo en un mismo lugar.

 

Comencé a utilizar este gran “gusano naranja” cuando era apenas un estudiante de preparatoria y, como muchos de mi edad, no le daba gran importancia a pesar de su eficiencia y rapidez. Siempre le atribuí sus deficiencias a la enorme cantidad de gente que lo usa diariamente.

 

Desafortunadamente, esas irregularidades se han acumulado tanto que el tres de mayo causaron el funesto deceso de 26 personas debido al desplome de una trabe en un tramo de la Línea 12. Desde entonces, las acusaciones y los deslindes han acaparado la atención de una sociedad que sigue sin dar crédito a la tragedia.

 

No obstante, la salida de Florencia Serranía de la dirección general del Sistema de Transporte Colectivo Metro podría significar que la justicia está por llegar. Faltan explicaciones, por supuesto, pero aquí la paciencia y el apremio son necesarios. Resultará interesante ver en qué acaban los señalamientos hacia Slim y Ebrard.

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