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sábado, 28 de mayo de 2022

El Woodstock negro


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

Hace poco pude ver un documental que tenía muy poco de haberse exhibido durante el festival de Sundance; me refiero a “Summer of soul”, un registro audiovisual casi inédito que retrata el Festival Cultural de Harlem, también conocido como el “Woodstock negro”, y que contó con importantes figuras de la música afroamericana, como Nina Simone, B.B. King, Mahalia Jackson, Stevie Wonder, The 5th Dimension y Sly & The Family Stone.

 

Mientras en una granja de Bethel en agosto de 1969 Woodstock escribía un nuevo capítulo en la historia de la música, a tan sólo 160 kilómetros de distancia, también en Nueva York, un festival alternativo hacía lo mismo, reuniendo a 300 mil personas en el Mount Morris Park, pero con menos cobertura por parte de los medios de la época. Prácticamente se echaron a la basura y al olvido las cintas grabadas por el productor Hal Tulchin.

 

El mentor de la iniciativa para el rescate de dichas cintas fue Questlove (The Roots), y en 117 minutos se intentó compactar y sacar nuevamente a flote dicho acontecimiento histórico. No solamente se trata de la música, pues se ve perfectamente reflejado el ambiente político y social de la época. Se puede apreciar las gestiones y los problemas burocráticos que se presentaron para la organización del evento, la negativa de la policía de Nueva York para brindar asistencia y seguridad a la gente durante las jornadas culturales en Harlem, aspectos que recaerían en las Panteras Negras.

 

Durante seis fines de semanas consecutivos se apreció una amplia gama de estilos musicales, interpretes afroamericanos que empaparon a una multitud con soul, jazz y góspel de manera gratuita; de la misma forma, también arrastró un mensaje de orgullo racial, justo en los momentos más complicados sobre el tema. Se nota que están muy frescos los asesinatos de Martin Luther King y Malcom X. A pesar de los tiempos turbulentos y tensos, no se tiene registro de actos violentos durante el tiempo en que se efectuó el evento.

 

El debut como director de Questlove fue un tremendo acierto; gran documental, que nos refleja un momento importante de la historia norteamericana. Summer of soul (…or, when the revolution could not be televised)” ampliamente recomendable.

 

 

 

El amor es el infierno


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

En múltiples ocasiones he señalado que escuché mucha música por causalidad o fortuna. Se trata de una sensación maravillosa: descubrir algún disco por simple fortuna para apropiártelo y “vivirlo” por muchísimos años. Es, sencillamente, insólito. Fue así que conocí a Ryan Adams, un cantautor pop rock con una discografía bastante prolífica e interesante. El disco que capturó mi atención fue “Love is hell”, de 2004.

 

Poco o nada conocía de Adams (probablemente el dato más sólido era el relacionado con su paso por Whiskeytown, su primera banda de country alternativo), así que todo lo que escuchara en “Love is hell” pertenecería a la sorpresa. Definitivamente no estaba preparado para lo que vendría.

 

El álbum es un recorrido por la melancolía; con piezas lentas y suaves, cargadas de letras que hablan de la soledad y el deseo. La voz de Ryan es áspera y, por momentos, susurrante. En él predominan el blues y el rock, aunque el soul también hace acto de presencia.

 

De manera personal, considero que las letras son la peculiaridad más notoria del disco: confesionales e intimistas, de esas que desnudan el alma. La precariedad de los arreglos fortalece su inclusión. Es importante insistir que en “Love is hell” la línea principal es la nostalgia.

 

¿Destacadas? “Political scientist”, “Anybody wanna take me home” (original de “Rock and Roll”, su disco anterior), “Love is hell” (que se ajusta mucho más a la obra antecesora), “Wonderwall” (sí, la de Oasis), “The shadowlands” (¡tremenda!), “My blue Manhattan” y “Hotel Chelsea nights”.

 

A pesar de los encomios, la crítica despedazó a “Love is hell” con descripciones realmente monstruosas. La acusación más recurrente fue la pretensiosa suficiencia de Adams como compositor (el ritmo de lanzamientos musicales no demostraba, para ellos, genialidad) y las lánguidas imitaciones en muchas de las canciones.

 

Quizá mi cariño por este disco corresponda a mis nulidades sobre el artista; no obstante, no quiero ni deseo hacerlo a un lado. Me gusta y de ese se trata la música, ¿no estoy en lo cierto?

 

Espero que mis palabras lo animen a escucharlo al menos una sola vez. Le aseguro que en él encontrará virtudes.

A mi madre le gustan las mujeres


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

Elvira (interpretada por la carismática Leonor Watling) y sus dos hermanas Jimena y Sol deciden celebrarle el cumpleaños a Sofía, su madre. La reunión es sencilla, pero enternecedora. En medio de la plática, Sol percibe el “repentino rejuvenecimiento” de la festejada, por lo que ésta decide comunicarles la gran noticia: después de años de separación, el amor llegó a su vida otra vez.

 

Emocionadas, las hijas comienzan a interrogar a su madre para descubrir al hombre que le ha flechado. Pero en ese momento suena el timbre y Sofía, apresurada, corre a abrir. Las chicas no pierden el tiempo y la siguen para descubrir que el galán es Eliska, una mujer de origen checo.

 

La impresión es notoria; sin embargo, las hijas demostrarán civilidad y “modernidad”. Más tarde discutirán lo ocurrido. En consecuencia, los supuestos no esperarán, por lo que las hijas se disponen a “desenmascarar” los verdaderos planes de Eliska. Son demasiado necias para permitir el amorío de su madre. El suceso sume a Elvira en una crisis de identidad sexual que complicará aún más las cosas.

 

Con un guion sencillo, “A mi madre le gustan las mujeres” es una entretenidísima comedia con algunos instantes para la reflexión. Destacan sorprendentemente las actuaciones de Leonor y Rosa María Sardá (Sofía), y la falta de esa agenda políticamente correcta: se trata de una historia de amor con sus altibajos y nada más. Una gran opción para una tarde de cine en casa.

Nadie nos va a extrañar

  Por Oscar Fernández Herrera     Con frecuencia leo cómo la gente idealiza las décadas de los años sesenta, setenta e incluso ochenta...