Por Oscar Fernández Herrera
“Stranger things” es una serie de suspenso y ciencia ficción que puede disfrutarse a través de Netflix. Gracias a su estética, logró una aceptación casi unánime gracias a diferentes elementos que se sitúan más allá de una historia bien contada. Debo contarles, estimados lectores, que, a pesar de las recomendaciones y el entusiasmo de la crítica en general, postergué su consumo hasta que, por fin, decidí darle una oportunidad.
El relato es bastante simple: la misteriosa desaparición de un chico que regresaba a su casa después de una tarde de juegos impacienta a toda una localidad que se organiza para encontrarlo. Familia, amigos y policías se unen a la búsqueda que, poco a poco, irá apuntando a conspiraciones gubernamentales, a monstruosidades tramperas y a un grupo de niños decididos a encontrar a su amigo con la ayuda de una chica con asombrosos poderes psíquicos.
Después de cuatro temporadas, la apuesta de esta producción es altísima debido a los requerimientos de un público que sólo desea saber qué ocurrirá después del triunfo de nuestros héroes y no es para menos, pues son tantos los cabos sueltos que pocos podemos esperar hasta el estreno de más episodios: el desuellamentes, los rusos, el laboratorio, las diásporas, y la improbable resistencia de Will, Mike, Lucas, Dustin, Once, Max, Nancy, Jonathan y Steve frente a las emergencias que se aproximan. Una serie de culto.
Con relación a los sucesos de la última temporada, es forzoso reconocer que éstos se tornaron crudos, obscuros e impredecibles, con estupendos giros argumentales. Al mismo tiempo, la serie rompió con todas las emociones para sugerirnos que los problemas están lejos de terminar.
Mucho antes de iniciar el último tramo de “Stranger things”, decidí recomendárselo a mi familia, prometiéndoles mucha acción y sobresaltos. Finalmente asintieron y, de esta forma, seguir la serie se volvió un hábito casi imposible de dejar.
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