Por Edgar Fernández Herrera
Hay un mundo cultural, o contracultural, que desde hace muchos años ha sido reverenciado por muchos y menospreciado por otros, aunque todo se debe a la óptica y la situación económica desde que se mire. Me refiero a los sonideros.
El primer contacto que tuve con esta expresión callejera fue hace muchos años, pues tenía un amigo llamado Ivan Chuc, al que le gustaba la música tropical, la cumbia, la guaracha y la salsa, y casi todos los viernes íbamos a las pistas de bailes (que en realidad eran en algún deportivo o en la misma calle). Llegábamos muy temprano, pues a él le gustaba ver cómo conectaban los equipos que utilizaban, etc. A la postre invertiría su dinero para armar su propio sonido para tocar la música que solía comprar en Tepito. Iba al Barrio Bravo a buscar elepés y cds con lo clásico y lo más reciente que sonaba en estos eventos.
No está muy claro el origen de este movimiento urbano, aunque se suele referir a principios de la década de los sesenta. Nació en el emblemático barrio del Peñón de los Baños (el músico Policarpio Calle solía denominar al Peñón como “La Colombia chiquita”), y es al señor Pablo Perea a quien se le nombra como el primer sonidero, porque amenizaba las fiestas en el barrio con sus discos. La música que salía de las bocinas ponía a bailar a todo mundo; al principio, para tener repertorio, solía viajar a Cuba y Colombia, donde encontraría los ritmos que tanto caracterizan a los sonideros vigentes.
El movimiento debía evolucionar, así que no solamente sería la tornamesa, bafle y muchos discos. Fue en 1968 que, desde el corazón de Tepito emergió, una figura revolucionaria y muy querida en estos ambientes: Ramón Rojo, todo un personaje que, con su Sonido La Changa, ha puesto a bailar a muchas generaciones de mexicanos. Él fue quien empezó a amenizar los bailes con el micrófono y sus característicos saludos e interacciones con el auditorio; por cierto, el nombre del sonido proviene de unos de los compinches de “Chucho el Roto”. El Sonido “La Changa” ha tocado en todos los lados que le han sido posible; ha llegado a Europa e inclusive el año pasado amenizó el Festival Cervantino, en Guanajuato.
Hay muchos “sonidos” imposibles de nombrar, pero lo que sí es cierto es que, independientemente del gozo y el placer de bailar, han sido todo un movimiento cultural, muy arraigado y representativo de la CDMX.

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