Por Oscar Fernández Herrera
Por alguna extraña razón (una de esas que uno no logra
explicarse pero que termina asimilando con la mayor naturalidad posible), le
tengo un amor casi desmedido a Brasil. Su cultura popular, su idioma y su gente
son como un anzuelo para mis sueños más románticos y suplicantes: disfrutarlo
sin limitaciones. Todos los días (sí, todos los días) escucho una canción en la
lengua de Fernando Pessoa o se me escapa alguna palabrilla lusa durante mis
charlas cotidianas. Me resulta casi forzoso.
Si bien mi primer recuerdo brasilero se encuentra
inmortalizado en una polaroid en la que luzco unos graciosos “manguitos” (o
brazaletes de olanes) que usé cuando bailé samba a la tierna edad de seis años,
este cariño verde – amarelo se lo
debo a Caetano Veloso, cantante, compositor y poeta bahiano, reconocido por su
innovadora fusión de géneros como la bossa nova, el tropicalismo y la música
popular brasileña.
Furioso, desafiante, romántico, político y siempre resuelto
a transformar y redefinir su entorno, Caetano es, para mí y millones de
seguidores, la voz del Brasil más auténtico que hay. Su disco homónimo,
publicado en 1967, es un testimonio fiel de cómo su autor fusionó la bossa, la
samba y muchísimos elementos del rock psicodélico para darle vida al movimiento
tropicalista, una propuesta radical que desafió las normas culturales y
políticas de aquella época.
¡Qué arranque, señores! Lo primero que escuchamos en
“Tropicália” (el primer corte) es la voz nasal y aguda de Dirceu, percusionista
de Veloso, que cita al cabellero Pêro Vaz de Caminha para hablar de las tierras
dignas de ser colonizadas (sonidos exóticos y estereotipados de la jungla
brasileña como un fondo satírico pero punzante) y cederle el turno al
guitarrista bahiano que exclama, con fuerza, “Sobre la cabeza, los aviones. Bajo
mis pies, los camiones. Señala contra los altiplanos mi nariz”.
“Caetano Veloso” puede describirse fácilmente como un
trabajo genuinamente revolucionario, uno que supo eludir la censura de la
dictadura militar y columpiarse grácilmente entre un nacionalismo más puro y
las ideas de izquierda que deambularon por toda Latinoamérica. Veloso guardó
distancia frente a la izquierda más radical y siempre luchó en contra de los
poderes fácticos (el exilio del siguiente año es resultado de sus constantes
luchas).
Otra de las pistas más sobresalientes es “Alegria,
alegria”, pues ella simbolizaría el nacimiento de Tropicália, una expresión
artística que se opuso al régimen militar y a la globalización cultural. Las
letras, que hablan de la Coca Cola, los amores superficiales, la guerrilla y el
matrimonio, se conocieron antes durante el Festival de Discos de Televisión. Es
el primer gran clásico de Caetano; su “(I Can't Get No) Satisfaction”.
“Soy Loco por ti, América”, cuya traducción correcta sería
“Estoy Loco por ti, América”, es un alegre manifiesto que muestra cómo el
orgullo del pueblo brasileño lo animó a nutrirse de aquello que sonaba en
Estados Unidos (Janis Joplin, Frank Zappa, The Beatles) para fortalecerlo con
rasgos netamente latinos. La canción presume ritmos de la cumbia colombiana y
el mambo cubano (aunque está interpretada en español y portugués); una
auténtica locura de menos de cuatro minutos. Con todo, Caetano no renuncia a lo
político al cantar sobre “el hombre muerto, el hombre pueblo” … el “Che”
Guevara.
El frenesí, encarnado en forma de frevo, llega con
“Superbacana” (expresión brasileña que se usa para describir algo que es
genial, increíble o fantástico) y sus cuasi chiquilladas e incompatibilidades
lingüísticas.
“No dia em que eu vim~me embora” es un track cargado de
emociones contenidas, una mezcla de emoción y ansiedad, donde la libertad se
siente como una oportunidad infinita, pero la nostalgia del hogar deja un vacío
profundo. Una belleza.
Pese a los elogios y el éxito comercial que logró el disco,
Caetano no se mostró orgulloso de él; incluso lo tildó de excéntrico y confuso.
Es una obra maestra, apuntaría yo sin dudarlo. Una que precedió a decenas de
grandes álbumes para nuestro perpetuo deleite.
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