Por Edgar Fernández Herrera
Como cada año, en los primeros días de
noviembre, con motivo de la celebración y el recuerdo del Día de Todos los
Santos y de los Fieles Difuntos, los mexicanos solemos colocar altares o
disfrazarnos de Catrina, personaje emblemático de nuestra cultura.
Desgraciadamente, mucha gente cree que su origen proviene de la película del Agente
007, ignorando su verdadera historia y, sobre todo, quién fue su creador: un
artista muchas veces olvidado e incluso desconocido.
José Guadalupe Posada, el gran grabador
mexicano, nació el 2 de febrero de 1852 en la ciudad de Aguascalientes. Solo se
conocen dos fotografías de este extraordinario artista. Desde muy joven mostró
una actitud rebelde y se inició en el dibujo satírico, que empezó a publicar en
El Jicote. Además, se desempeñó como maestro de escuela secundaria y profesor
de litografía. Sin embargo, el destino lo llevó a la Ciudad de México, donde
abrió su taller. Fue entonces cuando decidió informar al pueblo sobre todo lo
que ocurría en el país. Consciente de que la mayoría de la población era
analfabeta, realizaba sus dibujos y grabados de manera sencilla y clara, para
que los lectores pudieran comprenderlos solo a través de las imágenes,
utilizando el mínimo de palabras. Su trabajo se publicó durante mucho tiempo,
antes de que el porfirismo cerrara los icónicos periódicos El Ahuizote y El
Hijo del Ahuizote.
La característica más distintiva de su obra
fue dar vida a calaveras y esqueletos, a través de los cuales ejerció una
crítica mordaz y feroz hacia el gobierno, señalando las problemáticas sociales
e injusticias que México vivía a finales del siglo XIX y principios del XX.
Fue aproximadamente en 1912 cuando Posada
creó la figura original de “La Catrina”, aunque en un principio fue bautizada
como “La Calavera Garbancera”. Se le llamó así en alusión a la gente que
“vendía garbanzos”, es decir, personas que presumían pertenecer a la clase
alta, pero negaban su origen indígena. Por tanto, su calavera representaba una
crítica social hacia las clases privilegiadas, especialmente a las mujeres de
raíces indígenas que aspiraban a un estatus elevado y europeo. Recordemos que
el entonces presidente de México, Porfirio Díaz, se alejó de la influencia
norteamericana y abrazó la europea, particularmente la francesa.
Lo curioso es que, aunque el personaje ya era
popular entre la sociedad mexicana, fue el muralista Diego Rivera quien, al
incluirla en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, le
dio elegancia y la transformó en “La Catrina” (nombre con el que él mismo la
bautizó). A partir de entonces adquirió la imagen que hoy todos conocemos.
Desgraciadamente, para José Guadalupe Posada
el reconocimiento a su arte llegó después de su muerte, ocurrida el 20 de enero
de 1913, en un cuartucho del barrio popular de Tepito, en la calle Jesús
Carranza número 6.
Gran dibujante y
maestro en toda la extensión de la palabra en la técnica del grabado, Posada
influyó de manera poderosa y decisiva en el arte mexicano, influencia que aún
es palpable en generaciones posteriores. Por ello, es fundamental darle el
reconocimiento justo que merece este gran artista nacional.

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