Por Edgar Fernández Herrera
La Bruja es una de las piezas más
representativas y extraordinarias del folclore mexicano, particularmente del
bello estado de Veracruz. Según lo que se sabe a través de su rastreo
histórico, pertenece a la región del Sotavento veracruzano (que comprende los
municipios de Veracruz, Boca del Río, Medellín, Cotaxtla y Tlalixcoyan). Aunque
en ocasiones se le ha considerado un huapango, la comunidad científica y
musicológica la ha clasificado como un son.
Este son, como prácticamente todos los de la
región, se originó a partir del mestizaje cultural entre las tradiciones
indígenas, africanas y españolas, y ha sobrevivido hasta nuestros días gracias
a la invaluable costumbre de transmitir los saberes de manera oral. Su
instrumentación incluye jarana, requinto, arpa y pandero, sin olvidar elementos
prehispánicos como la quijada de burro. Las letras de los sones —y
particularmente las de La Bruja— suelen ser improvisadas, aunque desde hace
muchos años se ha conservado una versión considerada tradicional. Aun así, hoy
en día existen variaciones que van desde cambios muy drásticos hasta
modificaciones leves. Yo mismo he escuchado al menos cinco versiones con
distintas letras (incluso una adaptación en blues, así de importante, bella y
enigmática es esta pieza, capaz de cruzar hacia un género que aparentemente
nada tiene que ver, aunque ambos comparten raíces africanas). En ninguna de
ellas, sin embargo, pierde su esencia.
La letra narra el encuentro con una mujer
misteriosa que suele aparecer por las noches. En la rica tradición veracruzana,
la figura de la bruja no siempre representa el mal, aunque está inevitablemente
asociada al misticismo y a lo sobrenatural. En la lírica de este son se juega
con el doble sentido entre la brujería y el cortejo, oscilando entre el ser
terrorífico que roba almas o chupa la sangre de sus víctimas, y la mujer que
toma la iniciativa amorosa, seduciendo a “su víctima”. Si lo analizamos, la
canción —muy antigua, por cierto— resulta transgresora, pues presenta a una
mujer que desafía los roles de su tiempo y la idiosincrasia machista del
mexicano.
Si la letra y la melodía te atrapan, el baile
de este son es sublime. Las mujeres, ataviadas con la vestimenta tradicional de
la región (el vestido veracruzano es hermoso), danzan con un vaso que sostiene
una vela encendida sobre la cabeza. La cadencia de la música provoca un
zapateado vigoroso, convirtiendo la escena en una experiencia única y
cautivadora.
En este Día de
Muertos, La Bruja es una elección perfecta para la playlist de la celebración.
Más allá de su belleza, representa la importancia de mantener vivo este
invaluable acervo cultural mexicano.

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