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sábado, 5 de junio de 2021

México, el gran perdedor

 

Por Oscar Fernández Herrera

 

Me pregunto en qué momento perdimos el rumbo y comenzamos a normalizar tantos ataques y absurdos. La putrefacción ha dado lugar a una confrontación entre el “pueblo” y sus dirigentes, situándose en diferentes direcciones (muchas de ellas discordantes y, abiertamente, surrealistas). Las circunstancias toleran los fanatismos y las agresiones de aquellos que persiguen la superioridad de sus ideas.

 

En otra oportunidad intenté justificar la necesidad de un periodismo crítico, que analice y explique las circunstancias en las que nos encontramos. Lo penoso del asunto son, de nuevo, los afanes para que únicamente unas cuantas ideas sean las que importen. El triunfo de la cerrazón frente a un diálogo bidireccional.

 

¿Qué será peor para la “democracia funcional” de México? ¿Millones de incondicionales que solicitan un voto masivo para el partido que llevó a AMLO al poder? ¿Las voces de supuestos hombres de conciencia que piden un freno a esa “dictadura personal” a través de la elección de un partido que sumió a México en la miseria por 76 años? ¿Elegir el partido conservador que replicó las mismas costumbres antidemocráticas del PRI por doce años?

 

Estamos en medio de una encrucijada donde, fatídicamente, debemos elegir a los políticos “menos peores”. Procesos electorales van y vienen con esa etiqueta: simple resignación. No obstante, el triunfo morenista nos “esperanzó” porque éste simbolizó una oportunidad histórica para transformación del país. Lo creí o, al menos, me obligué a creerlo.

 

Prontamente me decepcioné. Contrario a lo que muchos pensarán, este desencanto no se debió a cuestiones políticas de gran alcance (al final, soy un humilde profesor de español y si bien procuro estar informado, mis diagnósticos sobre la realidad nacional son cerrados e innecesarios), sino a asuntos más pequeños que alteraron mi realidad.

 

Semanas atrás manifesté mi disgusto por la falta de atención médica para mi mamá en el IMSS (escenario que persiste). No se trata, como algunos señalarán indignados, de un asunto menor: Síndrome de Sjögren, un trastorno autoinmunitario en el cual se destruyen las glándulas que producen las lágrimas y la saliva. Mis hermanos y yo llevamos más de un año buscando el tratamiento adecuado para la terrible condición de Silvia y sólo hemos encontrado burocracia sinsentido y muros infranqueables. Cuando la falta de una asistencia hipotéticamente garantizada por el gobierno te perjudica, no puedes responder con las mismas adulaciones que repiten hasta la náusea sus seguidores.

 

El descuido también me tocó; no obstante, conseguir ácido acetilsalicílico y amlodipino (qué ironía, ja ja ja) no fue complicado. Como mencioné en aquel texto, la impresión de que sólo se trató de una “fatalidad” que sólo le tocó a mi familia es una estupidez, incluso si fuera cierto. La verdad es que, en mis idas y venidas, conocí a decenas de personas con problemas similares. No son imputaciones quiméricas como afirmó el tabasqueño cuando le preguntaron sobre los tratamientos contra el cáncer que se suspendieron. Reitero: cuando esa “maravillosa” escalada progresista te da la espalda, recuperas el juicio y sientes de súbito esa frustración una vez más.

 

Para los que me han dicho “este gobierno sí me representa”, les preguntaría si sostendrían esas palabras cuando miras, impotente, cómo la salud de tu madre se deteriora por la interrupción de un servicio básico y necesario. Los medicamentos llegaron gracias a la enorme generosidad de amigos y allegados que supieron lo peligrosa que fue nuestra situación.

 

Sin embargo, la falta de autocrítica, el afán de un control absoluto, la arrogancia al expresarse, las justificaciones para no solucionar algunas demandas sociales, el encubrimiento de conductas lamentables por parte de algunos de sus colaboradores, y la imprecisión para afrontar los retos que se presentan son rubros que me preocupan con sobrada razón. No, tampoco creo que nos aproximemos a dictadura (una declaración risible y desmedida).

 

Para los que hacen un diagnóstico falaz sobre la realidad de los mexicanos y llaman a “recuperar el camino” votando por la alianza PRIANRD, no tengo ningún gesto que no sea el de la sorpresa. “Predican” como si antes de la llegada de AMLO estuviéramos en Suiza. Ridículo al extremo, pero que nos lleva al principio: ¿qué hacer este domingo?

 

No lo sé. El propósito de estas palabras no es el adoctrinamiento ni la promoción de ideales ajenos. Mi hastío no es de ahora, si bien éste se desplomó como nunca antes. La realidad es que tenemos un mandatario resuelto a no perseguir los pretéritos y listo para encubrir a los presentes. Más aterrador: a la gente no parece ofenderle la violencia y la podredumbre a la que hemos llegado, y la derrotada oligarquía se beneficiará de tales condiciones.

 

Lo peor que le puede pasar a México al final le pasó: su gente. Multitudes que aplauden y asienten ciegamente, aferradas a ilusiones disfrazadas de progreso. Multitudes de resentidos que más allá de actuar, se dedican a atacar e impedir un diálogo.

 

¿Quiénes se aprovechan de esto? Los políticos, la élite empresarial que abusa del trabajador y el crimen. Nosotros estamos en medio, sin protección alguna.

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