Por Oscar Fernández Herrera
Érase una vez y fue suficiente para mí. “Niños del
cielo” (بچههای آسمان) es una de esas películas que uno se encuentra arrumbada
por ahí, lejos del glamour que cacarean las producciones hollywoodenses, en una
repisa de cualquier tienda de videos. Se trata de un filme dramático dirigido
por el iraní Majid Majidi en 1997 y que seguramente te entusiasmará a causa de
su historia tan humana y sencilla.
Lejos de las habituales sensiblerías comunes en este
tipo de relatos, “Los niños del paraíso” (su segunda traducción en
Latinoamérica) se sitúa en el Irán contemporáneo, ese que no encuentra su lugar
en los matutinos, que desnuda y descubre a la clase más humilde, casi anónima e
irreconocible para cualquier oficial gubernamental que presuma de prosperidad y
felicidad entre la población común.
La historia comienza cuando Alí, un pequeño de
aproximadamente ocho años, extravía (accidentalmente) los zapatos de Zahra, su
hermana menor. Minutos antes del incidente, nos percatamos de cómo un trapero
coge las estropeadas zapatillas sin pretender hacer daño alguno. Desesperado,
Alí buscará inútilmente el calzado de su hermana. Sabe que en la familia
escasea el dinero, por lo que sólo puede imaginar el desconsuelo de Zahra y la
furia de su padre. La primera dificultad no tarda en llegar: ¿cómo acudirá
Zahra al colegio sin sus zapatillas?
Forzado por la situación, Alí le sugerirá a su hermana
que use sus tenis para ir a estudiar. La única condición es que Zahra regrese
de sus cursos lo antes posible para que Alí se ponga los zapatos y llegue, a
toda velocidad, a su escuela. Las demoras y los enfados no se hacen esperar.
Las amonestaciones constantes ponen al pequeño Alí contra la pared. Está a
punto de confesar su desdicha cuando la suerte se le presenta: un campeonato de
atletismo dará un par de zapatillas nuevas al tercer lugar.
Entusiasmado, el niño intenta escribirse cuando su
profesor le comunica que las fechas de registro ya expiraron. Alí no puede
contener el llanto ante la mirada desconfiada de su coach, quien le consuela
diciéndole que podrá intentarlo el próximo año. Después de insistir, el
profesor accede a probar al pequeño quien, a su vez, demuestra una velocidad
inusual –resultado de todas las carreras que ha estado pegando para llegar a
tiempo al instituto. ¡Las cosas están mejorando! Eso es lo que cree Alí, pues
desconoce el enorme número de participantes que enfrentará en la competición para
alcanzar el tercer lugar.
“Niños del cielo” no es un filme libre de dramatismos;
no obstante, con ellos se delinea una historia completamente auténtica, donde
la significación de la familia y la fortaleza de los lazos entre hermanos lo
son todo. Más allá de estas cuestiones, el director exhibe y denuncia la
precariedad y las iniquidades a las que se enfrentan los protagonistas. Los
contextos son a la par elementos para destacar: la religiosidad de los
progenitores de Alí y Zahra (sin caer en fanatismos estereotipados, pero sí en
una fe que los conduce a la resignación) y la educación como base para lograr
otra forma de vida, una promisoriamente mejor. El machismo, sin lugar a dudas,
está ahí, habitual y abierto en una sociedad supuestamente impropia a la
nuestra. Las estructuras sitúan a ambos géneros en roles detallados y demasiado
arraigados (los niños, por ejemplo, deben asistir a clases separados y en
diferentes edificios).
Por último, sobresalen las virtudes de ambos niños:
intuitivos y compasivos el uno con el otro. Los dos soportan y desafían con
apremio los peligros que se les presentan. La vida así se los reclama y, como
en la carrera, no hay un solo momento para detenerse y respirar. Imperdible.
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