Por Oscar Fernández Herrera
Duele admitirlo, pero en México estamos acostumbrados a normalizar la violencia: parece que nada nos espanta. En las últimas semanas, los homicidios, delitos y abusos se han multiplicado de tal forma que resulta casi imposible seguirles el rastro. Lo revelador del asunto es que la sociedad parece acostumbrada a la monstruosa cantidad de titulares sangrientos que desfilan en los noticieros todos los días.
Más alarmante: el presidente Andrés Manuel López Obrador impugna cualquier argumento que le desnude este escenario asumiéndose siempre como la víctima. Cuando le preguntaron en la mañanera por el funesto asesinato de la periodista Lourdes Maldonado, alteró tanto sus declaraciones que todo terminado girando en torno a él, en cómo se sentía. El asesinato de la periodista quedó completamente en segundo plano. Inaceptable.
El mandatario parece más concentrado en el discurso (centrado totalmente en el pasado) que en la búsqueda de soluciones. Por otra parte, el cumplimiento de la agenda política parece más importante porque a las “difamaciones” contra la secretaria Delfina Gómez les dedicó casi media hora, pero escasamente unos minutos al atentado que le arrebató la vida a Maldonado.
Su falta de empatía y su penosa insistencia en “demostrar” que todos lo pintan como el malo de la película sólo consternan y desaniman a los que lo elegimos, esperanzados, para transformar al país y sacarlo de tanta podredumbre.
El gremio periodístico, por otra parte, debe reclamarle al gobierno federal un pronunciamiento que condene los hechos y garantice justicia legal para la familia de la víctima. No se mata la verdad y siempre habrá quienes encuentren la forma para denunciar e informar con puntualidad y profesionalismo.
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