Por Edgar Fernández Herrera
Era muy niño. Debí tener ocho o nueve años cuando escuché este gran disco. En esos años cursaba la primaria y fue ahí donde entablé amistad con Luis Enrique Hermosillo Rangel. Supongo que ésta se dio por la convivencia diaria en la escuela, pero además compartíamos el gusto por la música de The Beatles. Con él no era ir a su casa a jugar con muñequitos o al futbol, eran tardes para estar sentados en su sala o en su cuarto escuchando discos.
En una de esas idas a su casa tuve la oportunidad de conocer a su papá, el señor Enrique Hermosillo, que es todo un “stonemano”. Tenía una grandiosa colección de discos de Los Stones, nacionales e importados, pues es su banda favorita. Para mí era un agasajo oír todos estos discos, muchos impensables de conseguir para anexarlos a mi fonoteca, aunque siempre tuve la suerte de que me dejaran grabarlos o llevármelos a casa por unos días.
No recuerdo perfectamente cómo se dio, pero aún conservo en mi memoria que el señor Enrique sacó un disco de caratula blanca (peligrosamente similar al Álbum Blanco de “Los Beatles”), pero venía como una tarjeta de invitación. Al sacar el disco y ponerlo en la tornamesa, lo que salió de las bocinas voló mi infantil cerebro. Se escuchaba el inicio de la épica “Sympathy for the Devil”, que en ese momento traduje como “Simpatía por el diablo” (error garrafal, pues la correcta traducción es “Compasión por el diablo”). Si The Beatles ya me habían hecho olvidar a Cri-Cri, The Rolling Stones acabaron por ponerle la patada final al genio veracruzano.
Después de sus pobres intentos psicodélicos (“Their Satanic Majesty’s Request” solamente vale la pena por su gran portada y la hermosa “She’s a Rainbow”), Richards y compañía regresarían a sus raíces blueseras con un trabajo impecable, antecedido por la que es probablemente su mejor canción: “Jumpin’ Jack Flash”.
Esta obra maestra fue publicada un 6 de diciembre de 1968, y con ella da inicio la mejor época de The Rolling Stones, ya que después publicarían dos joyas de la música del siglo XX: “Let It Bleed” (1969) y “Sticky Fingers” (1971), aunque algunos se empeñan en considerar también el “Exile On Main Street” (1972), pero difiero porque es un álbum muy largo en duración y con algunas canciones de relleno, lo que lo hace irregular.
Regresando a “Compasión por el diablo”, Jagger roza lo siniestro a ritmo de samba; enseguida viene la hermosísima “No expectations”, donde el gran Brian Jones se luce al interpretar la guitarra slide y Nicky Hopkins brilla con su piano. En “Parachute woman”, “Prodigal son” “Jigsaw puzzle” y “Dear doctor” se pueden escuchar las influencias americanas en Jaggers y Richards, casi perfectas para ir en carro y cruzando el desierto y los paisajes sureños del Estados Unidos.
El disco aporta al soundtrack del “Mayo Parisino” gracias a la desafiante “Street Fighting Man”, con una letra con una fuerte carga política y social, que en su momento fue censurada, ya que se consideraba que podía ser la inspiración para iniciar revueltas estudiantiles. Vale la pena recordar que unos tres años después, en la localidad de Avándaro, México, el grupo Three Souls In My Mind dedicó esta canción a los muertos en la Plaza de las Tres Culturas.
“Stray Cat Blues” posee la letra más osada del disco. El disco cierra con “Salt of the Earth”, interpretada por Keith Richards, tomada de una cita de la biblia; la canción anima a la gente a dar lo mejor de sí mismos.
Pasaron muchos años para poder hacerme de mi “Beggar’s Banquet” y fue en formato CD, con la portada original: un baño con diversas pintas. Sí la de “la invitación” me encantaba, pero esta del baño me impactó.
Pásenle, están cordialmente invitados a este “Banquete de Pordioseros”, les prometo que no la van a pasar mal.
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