Por Edgar Fernández Herrera
Hace 28 años, el país –particularmente la iglesia católica mexicana- presenciaba con horror el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, supuestamente confundido con el capo Joaquín “El Chapo” Guzmán. El 21 de junio la comunidad religiosa en México se volvió a conmocionar por los hechos violentos en el municipio de Urique, Chihuahua: el asesinato de Javier Campos y Joaquín Mora, dos sacerdotes jesuitas. La diferencia con los sucesos de 1994 es que ahora, con la inmediatez de las redes sociales, el mundo se enteró prácticamente al momento, y obviamente el Vaticano ya se pronunció.
Los cuerpos de los sacerdotes fueron sustraídos, posterior a su ejecución. En su acostumbrada “mañanera”, el presidente Andrés Manuel López Obrador lamentó los hechos y comentó que la Sedena tiene las instrucciones de localizar y recuperar los cuerpos de los jesuitas.
Es a toda luz que la estrategia (¿estrategia?) de abrazos y no balazos contra el crimen organizado es de lo más tonto; urge un verdadero plan para combatir este cáncer que sufre el pueblo mexicano. Es triste e indignante ver cómo estos malandros se apoderan de prácticamente del país porque no solamente se trata de compra - venta de estupefacientes.
Se le atribuyen estos hechos ocurrido en la Sierra Tarahumara al Cártel de Sinaloa. Veremos si el gobierno federal responde y actúa al respecto.
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