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viernes, 26 de agosto de 2022

Low


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

Qué difícil me resultó escuchar, de un tirón, la obra musical de David Bowie debido al poco dinero que recibía como estudiante y la falta de establecimientos que ofrecieran suficiente material del camaleón inglés. Como pude, fui haciéndome de una modesta colección de discos y cintas de audio para escucharla y posteriormente atesorarla.

 

En consecuencia, me resultó complicadísimo seleccionar un disco por encima de los demás. ¡Son tantas las obras maestras de Bowie que nombrar una sola redundará en una prolongada discusión! No obstante, “Low”, de 1977, es un álbum que emociona a miles de fanáticos de la buena música sin importar el momento en el que se le mencione.

 

Lo primero que debo contarles, queridísimos lectores, es que, para el año de su lanzamiento, Bowie ya había abandonado a Ziggy Stardust, su célebre personalidad, para marchar en direcciones artísticas contrarias. Después de “Young Americans”, diferenciado por un soul plástico que medianamente persuadió al “respetable”, y “Station to Station”, nuestro héroe buscó otros espacios para desarrollarse con total libertad. Fue así que llegó a Berlín con Iggy Pop, pues aquí la música electrónica alemana y el krautrock iban en aumento. Por otra parte, el duque blanco deseaba enfrentarse a su profunda adicción a los narcóticos.

 

Si bien la escena berlinesa no fue el lugar físico que lanzó a “Low” al mundo, sí debe insistirse en la marcada autoridad que grupos como Kraftwerk y Neu! (entre otros nombres) tuvieron en los procesos de composición y producción. Lo anterior se debe enormemente a los talentos de T. Visconti y Brian Eno. Este entusiasmo teutón resultaría en la famosísima “trilogía berlinesa” (que completan los álbumes “’Heroes’” y “Lodger”, que es el menos parecido a los otros dos).

 

El álbum, titulado “New music night and day” en un primer momento, es una fusión de canciones instrumentales y cantadas, con un aire melancólico disfrazado de optimismo.

 

“Low” arranca con la bulliciosa “Speed of life” y sus enérgicos sintetizadores y potente guitarra. “Breaking glass” despunta debido a su base rítmica. “What in the world” suplica un descubrimiento, pues gracias a él nos asomamos a esa desesperación que oprimía a Bowie en aquellos turbulentos años.

 

“Sound and visión” es uno de los momentos más célebres del disco. Clásico instantáneo, se trata de una pista que describe el abandono emocional de su creador. Aquí el saxofón es el protagonista indiscutible. A pesar de que Bowie no grabó un videoclip con fines publicitarios, la canción llegó al tercer puesto de las listas de popularidad europeas, aunque no prosperó en el mercado estadounidense. En alguna ocasión, Bowie señaló que deseaba que “Sound and visión” sonara “en una pequeña habitación fría con azul omnipotente en las paredes y persianas en las ventanas”.

 

Un accidente automovilístico motivó la grabación de “Always crashing in the same car”, con asombrosas guitarras y poderosos ganchos vocales. “Be my wife” es el segundo sencillo de “Low”. Es una canción sumamente placentera.

 

“A new career in a new town” irradia optimismo. Es un instrumental de primerísima calidad, que cede su lugar a “Warszawa”, un grandísimo cántico ambiental con discretos ornamentos figuradamente tribales y atmósferas electrónicas. A éste se funde la inquietante angustiosa “Art decade”, una de mis favoritas por mucho. Es una representación sonora de Berlín occidental, “una ciudad aislada de su mundo, arte y cultura, muriendo sin esperanza de retribución”. Brian Eno llegó a la versión final después de trabajar con un montón de fragmentos de otras piezas descartadas. “Weeping wall” es otra delicada ambientación.

 

“Low” cierra con “Subterraneans”, una arriesgada e incalificable composición instrumental. Todo en este álbum es magnífico. Escúchelo y enamórese de él.

Dynamo


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

Como relaté en ocasiones anteriores, cuando era un adolescente, menospreciaba la trascendencia de Soda Stereo para la difusión del rock latinoamericano. Con el tiempo, mis afinidades cambiaron y me volví un acérrimo seguidor de Cerati, a quien seguí fielmente por muchísimos años. Fue durante la presentación de los “11 Episodios Sinfónicos”, por parte del maestro argentino, que escuché “Sweet sahumerio” por primera vez.

 

¡Qué emoción tan inenarrable! Mi humanidad se pasmó con los primeros compases. Es probable que la interpretación durara un santiamén, pero mi corazón se ha encargado de eternizarla para bien… y para mal.

 

Después del formidable “Canción animal”, muchos seguidores de la banda cuestionaban los posibles desafíos musicales que afloraban con los ritmos de la última década del siglo, y que podrían paralizar su capacidad y originalidad. Simultáneamente, se preguntaban por qué Soda grababa fuera de sus estándares (el disco se trabajó a partir de letras incompletas y no de rolas tanteadas con anticipación). Todos los escepticismos finalizaron cuando “Dynamo” salió al mercado en 1992.

 

Con una pinta de shoegazing que no pudo disimular, el disco causó tímidas reacciones. En él deambulaban guitarras distorsionadas, post punk, ska, noise y dream pop, entre otros muchos estilos. El inconfundible sello vocal de Cerati también se hizo notar a lo grande.

 

A pesar de su tremenda hechura, “Dynamo” no fue el bombazo deseado; quizá porque la banda abandonó su disquera para firmar con otra, lo que entorpeció su publicidad: un solo éxito radial, una gira interrumpida y una presentación mediática restringida. A excepción de “Primavera 0”, el sencillo elegido por la gente de Sony, aquí tenemos grandes canciones: “En remolinos”, posiblemente una de las grandes de este álbum gracias a sus sintetizadores y guitarras placenteramente limpias, “Luna roja”, tan personal y llena de metáforas, “Sweet sahumerio”, con su sonido ambiental y su tabla hindú que fascina, “Ameba”, obscura y tremendamente punzante, y “Fue”, por citar las más célebres.

 

Probablemente tú tengas más rolas para añadir a la lista; sin embargo, pocos disienten con relación a la grandeza de “Dynamo”. Escúchelo y aprópieselo que no es tarde para hacerlo.

Better Call Saul


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

En 2013 disfrutamos del desenlace de unas de las grandes series de todos los tiempos: “Breaking Bad”. El creador Vince Gilligan reveló ese mismo año que AMC y Sony estaban interesados en un spin off de la serie y que éste se centraría en el personaje de Saúl Goodman (Bob Odenkirk), y para 2015 se estrenaría la primera temporada.

 

La serie protagonizada por Odenkirk narra cómo Jimmy Mcgill se convierte en Saúl Goodman, el habilidoso abogado que aparece en “Breaking Bad”. Grandes actores y emocionantes escenas fueron las que “Better Call Saul” trajo a todos los amantes de esta saga; incluso me atrevo a decir que esta serie es lo único que vale la pena para estar suscrito en Netflix.

 

Al principio, la serie causó dudas, pues el listón que dejó “Breaking Bad” quedó muy alto; sin embargo, con grandes actuaciones, increíble historia y espectaculares personajes, la serie se erigió como una de las mejores, causando el debate si “Better Call Saul” es superior a “Breaking Bad”. Si bien sigue los pasos de su predecesora en varios aspectos, ésta cuenta con su propio tono.

 

Creo que el gran éxito de la serie ha sido su guion tan sugerente, con diálogos equilibrados y muchísimo contenido respaldado por la semiótica de las imágenes que se manejan. Prácticamente en toda la serie está repleta de un lenguaje audiovisual lleno de signos que no sólo compensa la falta de palabras, sino que hace que la experiencia de verla sea interesante. Por otra parte, podemos encontrar referencias a Orson Welles, Jean Luc-Godard e Ingmar Bergman.

 

Sin ningún personaje de relleno, todos, absolutamente todos, cuentan con una historia y con un guion que profundiza en ellos; ninguno queda al vacío y además aportan en el proceso de metamorfosis de Jimmy a Saul, pero voy a destacar dos personajes: Kim Wexler (Rhea Seehorn), parte fundamental para el desarrollo del personaje de Jimmy, y Lalo Salamanca, probablemente el mejor villano del universo de Gilligan, pues en muchos momentos de la serie muestra comportamientos diabólicos y hasta psicópatas, pero nunca deja de caer bien al espectador (esto se debe al gran trabajo del actor mexicano Tony Dalton).

 

Mención aparte para Bob Odenkirk, el gran protagonista, quien desde “Breaking Bad” se comía la pantalla con cada aparición y con líneas de diálogo memorables. Ése era Saul Goodman, el excéntrico abogado. Odenkirk es un magnifico actor y luce a enormidades en su papel.

 

Esta semana termina la serie en su sexta temporada de alarido, sin ningún desperdicio. Pasen a verla en la plataforma de Netflix.

 

Nadie nos va a extrañar

  Por Oscar Fernández Herrera     Con frecuencia leo cómo la gente idealiza las décadas de los años sesenta, setenta e incluso ochenta...