Por Oscar Fernández Herrera
Qué difícil me resultó escuchar, de un tirón, la obra musical de David Bowie debido al poco dinero que recibía como estudiante y la falta de establecimientos que ofrecieran suficiente material del camaleón inglés. Como pude, fui haciéndome de una modesta colección de discos y cintas de audio para escucharla y posteriormente atesorarla.
En consecuencia, me resultó complicadísimo seleccionar un disco por encima de los demás. ¡Son tantas las obras maestras de Bowie que nombrar una sola redundará en una prolongada discusión! No obstante, “Low”, de 1977, es un álbum que emociona a miles de fanáticos de la buena música sin importar el momento en el que se le mencione.
Lo primero que debo contarles, queridísimos lectores, es que, para el año de su lanzamiento, Bowie ya había abandonado a Ziggy Stardust, su célebre personalidad, para marchar en direcciones artísticas contrarias. Después de “Young Americans”, diferenciado por un soul plástico que medianamente persuadió al “respetable”, y “Station to Station”, nuestro héroe buscó otros espacios para desarrollarse con total libertad. Fue así que llegó a Berlín con Iggy Pop, pues aquí la música electrónica alemana y el krautrock iban en aumento. Por otra parte, el duque blanco deseaba enfrentarse a su profunda adicción a los narcóticos.
Si bien la escena berlinesa no fue el lugar físico que lanzó a “Low” al mundo, sí debe insistirse en la marcada autoridad que grupos como Kraftwerk y Neu! (entre otros nombres) tuvieron en los procesos de composición y producción. Lo anterior se debe enormemente a los talentos de T. Visconti y Brian Eno. Este entusiasmo teutón resultaría en la famosísima “trilogía berlinesa” (que completan los álbumes “’Heroes’” y “Lodger”, que es el menos parecido a los otros dos).
El álbum, titulado “New music night and day” en un primer momento, es una fusión de canciones instrumentales y cantadas, con un aire melancólico disfrazado de optimismo.
“Low” arranca con la bulliciosa “Speed of life” y sus enérgicos sintetizadores y potente guitarra. “Breaking glass” despunta debido a su base rítmica. “What in the world” suplica un descubrimiento, pues gracias a él nos asomamos a esa desesperación que oprimía a Bowie en aquellos turbulentos años.
“Sound and visión” es uno de los momentos más célebres del disco. Clásico instantáneo, se trata de una pista que describe el abandono emocional de su creador. Aquí el saxofón es el protagonista indiscutible. A pesar de que Bowie no grabó un videoclip con fines publicitarios, la canción llegó al tercer puesto de las listas de popularidad europeas, aunque no prosperó en el mercado estadounidense. En alguna ocasión, Bowie señaló que deseaba que “Sound and visión” sonara “en una pequeña habitación fría con azul omnipotente en las paredes y persianas en las ventanas”.
Un accidente automovilístico motivó la grabación de “Always crashing in the same car”, con asombrosas guitarras y poderosos ganchos vocales. “Be my wife” es el segundo sencillo de “Low”. Es una canción sumamente placentera.
“A new career in a new town” irradia optimismo. Es un instrumental de primerísima calidad, que cede su lugar a “Warszawa”, un grandísimo cántico ambiental con discretos ornamentos figuradamente tribales y atmósferas electrónicas. A éste se funde la inquietante angustiosa “Art decade”, una de mis favoritas por mucho. Es una representación sonora de Berlín occidental, “una ciudad aislada de su mundo, arte y cultura, muriendo sin esperanza de retribución”. Brian Eno llegó a la versión final después de trabajar con un montón de fragmentos de otras piezas descartadas. “Weeping wall” es otra delicada ambientación.
“Low” cierra con “Subterraneans”, una arriesgada e incalificable composición instrumental. Todo en este álbum es magnífico. Escúchelo y enamórese de él.
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