Por Oscar Fernández Herrera
Kylie Minogue es una de las artistas más influyentes de la
música pop internacional, con una carrera que abarca más de tres décadas. Su
impacto en la escena musical internacional comenzó en la década de los ochenta,
cuando saltó a la fama con la telenovela australiana “Neighbors”. Sin embargo,
su auténtica consagración llegó en 1987, cuando su sencillo debut musical “The
Locomotion” (escrita por Gerry Goffin y Carole King para que la interpretara
primero Little Eva) se convirtió en un éxito global. Desde entonces, Kylie se
ha establecido como un ícono pop al fusionar elementos de música dance, pop y
house con una estética visual y escénica innovadora. A lo largo de su carrera,
ha lanzado álbumes icónicos como “Impossible Princess”, “Fever” y “Disco”, y ha
mantenido con creces su autoridad e influido en las generaciones posteriores de
artistas.
Su capacidad para reinventarse constantemente, su presencia
en el escenario y su larga trayectoria en la industria hacen de Kylie Minogue
una figura indispensable en la historia de la música pop, capaz de conectar con
personas de diferentes culturas y épocas. Una de mis favoritas, sin lugar a
dudas.
Después del trancazo (comercial y artístico) de Tension
(álbum que corrió con la misma suerte de “Disco” al lanzarse en distintas
versiones), me imaginé que “Tension II” sería un trabajo que, de alguna manera,
se integraría con las canciones que quedaron inacabadas o que no lograron
quedar en la edición final de su antecesor. Estaba muy equivocado. La segunda
parte de Tension brilla con luz propia, lejos de las comparaciones o necias
analogías artísticas.
“Padam Padam” fue una de las rolas más sonadas del año
pasado: seductora, fresca y potente. Todo en menos de tres minutos. Para muchos
(críticos y fanáticos), lo natural era que Kylie siguiera con esta
aplaudidísima tendencia, pues le refrendaría su estatus como una de las máximas
estrellas del pop electrónico. “Lights, Camera Action” reafirmó un poco esta
concepción, pues es un tema delirante, sobrio e ideal para conquistar al
público una vez más. El tema, curiosamente, sigue la fórmula del tiempo.
Escasamente toca los dos minutos y cuarenta segundos.
Con “Tension II”, Minogue fusionó la elegancia del pop
electrónico con su sello inconfundible de sensualidad y sofisticación para
llevar su sonido a nuevas alturas, si bien no es perfecto. El disco ostenta una
atmósfera fascinante y madura, marcada por el uso de sintetizadores etéreos y
ritmos suaves pero contundentes. Desde el primer momento, queda demostrada la
capacidad de Kylie para reinventarse sin perder la esencia que la ha hecho tan
querida a lo largo de las décadas. Las letras exploran temas de amor, deseo,
autodescubrimiento y, como es habitual en su carrera, la capacidad de hacer que
lo personal se convierta en universal.
Uno de los aspectos más notables de este disco es la
producción musical, que combina elementos de música electrónica, house y synth
- pop, con una estética moderna que recuerda a sus trabajos más emblemáticos,
pero con un enfoque más experimental. Canciones como “Taboo” y “Someone for Me”
destacan por su habilidad para mezclar melancolía con sensualidad.
La voz de Kylie sigue siendo tan distintiva como siempre.
Su tono suave y accesible contrasta con la energía y la innovación que imprime
en la música porque logra un equilibrio perfecto entre la diva del pop y la
artista que sigue desafiando las convenciones del género. En temas como “Dance
to The Music” y “Edge of Saturday Night”, Minogue demuestra su capacidad para
equilibrar la vulnerabilidad con la fortaleza, lo que añade una profundidad
emocional a la obra.
Aunque algunas canciones podrían percibirse como menos accesibles para los fans más casuales, “Tension II” es un álbum cohesivo que se disfruta más con cada escucha. La producción meticulosa, la rica instrumentación y las letras introspectivas permiten que el disco tenga una vida propia más allá de las pistas de baile. “Midnight Ride”, con Orville Peck y Diplo, es sorprende
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