Por Oscar Fernández Herrera
Mis padres siempre quisieron que sus hijos leyéramos y
escribiéramos desde pequeños. De esta suerte, muy pronto llegaron los primeros
textos para zambullirnos en el fantástico mundo de la literatura. Versiones
infantiles del quijote, la biblia y “Ocho estrellas y ocho cenzontles”, de
Antonio Joaquín Robles Soler, son las primeras lecturas que, en mi caso,
recuerdo con mucho cariño y aprecio. Pese a un inicio prometedor, me tropecé
con “Crónica de una muerte anunciada”, del escritor colombiano Gabriel García
Márquez, y todo se fue al carajo porque aquel libro me resultó incomprensible;
casi soporífero. Fue todo un desafío para un niño de escasos diez o doce años.
Aquella mala experiencia me provocó un injustificado
repudio con relación a la obra de García Márquez (como si el pobre escritor
fuera el culpable de la mala elección que hice al leerlo siendo tan niño); uno
que creció muchísimo más cuando, obligado por mi profesora de secundaria,
intente leer “Cien años de soledad”. Le di carpetazo a mi propósito tan rápido
que “juré” no tocar un libro de Gabo nunca más. Pero las cosas cambiaron… y
para bien.
Con la edad y el continuo hábito de la lectura, me
reconcilié con uno de los escritores más prolíficos y sorprendentes de
Latinoamérica, si bien siempre guardé cierta distancia con relación a “Cien
años…”, pues nunca superé su argumento lleno de personajes, descripciones e
ires y venires. La oportunidad de entender (y abrazar) este clásico de la
literatura hispana llegó de la mano de Netflix.
Uno de los aspectos más discutidos de la serie desde su
anuncio fue si realmente era capaz de capturar la esencia del realismo mágico.
El realismo mágico como movimiento literario se caracterizó por la
incorporación de lo extraordinario a la vida cotidiana de una manera
completamente natural para el narrador y los personajes. En este sentido, la
serie cumplió a la perfección su cometido. Si bien el realismo mágico es
típicamente una experiencia literaria debido a su capacidad para crear imágenes
sensoriales a través de la palabra escrita, la serie tradujo con éxito estos
sentimientos en imágenes visuales convincentes sin perder de vista la obra de
García Márquez en un tono surrealista único.
Desde el primer episodio, el programa introdujo elementos
sobrenaturales que no se sienten forzados en absoluto, sino que se integraron
orgánicamente en la historia. La aparición de la bella Remedios, que asciende
al cielo como una niña flotando en una nube, es uno de esos momentos que afianza
al espectador en ese mundo desconcertante y se convierte en la norma. El relato
también preservó las muertes que acecharon a la familia Buendía y el hecho de
que pareció estar destinada a repetir sus errores pasados, lo que condujo a
muertes que parecen ser parte del tejido del tiempo y el espacio de Macondo.
La serie se mantiene fiel al realismo mágico al representar
los misterios no sólo a través de imágenes, sino también a través de la forma
en que los personajes reaccionan ante estos eventos. Las reacciones de los
personajes son cruciales, y ahí es donde la serie destaca, manteniendo cierta
distancia con el personaje del universo “Cien años de soledad”. En Macondo la
magia forma parte de la vida cotidiana tanto como la vida misma, y esta sensación la captó con
extraordinaria delicadeza.
Uno de los aspectos más complejos de adaptar una novela de
tal alcance y carácter es decidir qué aspectos conservar y qué elementos
eliminar o modificar para que la narrativa funcione en otro medio. En este sentido,
la serie de Netflix logró mantenerse fiel a los personajes básicos y sus
destinos, como José Arcadio Buendía, Úrsula, Aureliano y, por supuesto, a lo
largo de la historia varios miembros de la familia Buendía.
Es imposible no mencionar el trabajo de los actores, que
reflejaron con éxito la complejidad y profundidad de estos personajes, con
especial énfasis en las tragedias cíclicas de la familia. El elenco es diverso
y refleja fielmente el multiculturalismo que García Márquez evocó en su obra,
sin perder de vista las conexiones con las tradiciones y costumbres
latinoamericanas que dan vida al mundo de Macondo.
El guion de la serie capturó los momentos clave de la
novela sin perder la riqueza de la narrativa. La adaptación no se limitó a ser
una transcripción de los sucesos del libro, sino que aprovechó las libertades
del medio audiovisual para darle ritmo a la historia, sin perder la magia que
caracteriza a la obra literaria.
El verdadero protagonista de “Cien Años de Soledad” es, sin
lugar a dudas, Macondo. Esta serie (dividida en dos partes) consiguió un
tributo visual a este espacio mítico, pues representó a la ciudad como un lugar
que parece estar suspendido en el tiempo. Las tomas panorámicas de Macondo, con
sus paisajes tropicales y sus casas de colores vivos, son tan potentes como las
descripciones de García Márquez. La ciudad no es solo el escenario, sino que es
un personaje más, con su propio carácter y destino. La ambientación y la música
juegan un papel fundamental en transmitir la atmósfera que rodea a este lugar
tan único.
Imperdible.
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