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sábado, 22 de febrero de 2025

Capitán América 4


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

En un afán por llenar las salas de cine con éxitos de taquilla, las películas de superhéroes terminaron convirtiéndose en una fórmula hueca, homogénea y desprovista de la capacidad de dejar una huella cultural significativa. En lugar de ofrecer algo innovador o fomentar una reflexión profunda, este género cinematográfico parece estar atrapado en una espiral de repeticiones, con las mismas historias de origen, batallas “épicas” y villanos predecibles reconfigurados con giros ligeramente diferentes, pero sin aportar más sustancia.

 

En última instancia, estos largometrajes resultaron ser un producto más de una industria que prefiere la seguridad a la asunción de riesgos, una fórmula para aplausos y resultados instantáneos en lugar de arriesgar algo que realmente cambie la historia del cine… ¿Me escuchas, ratón codicioso y traidor?

 

La saturación de producciones basadas en cómics ya alcanzó niveles insostenibles, y con ello, la calidad fue reemplazada por la cantidad. Cada año, el mercado se inunda con una avalancha de títulos que, aunque logran cifras abrumadoras en taquilla, pierden rápidamente su impacto cultural. El público, ante tanta oferta, se ve obligado a consumir productos cada vez más similares, perdiendo el valor de la originalidad y la emoción genuina.

 

Por otra parte, la constante necesidad de “expandir universos” y “construir franquicias” dio paso a una narrativa fragmentada que, al final, le restó muchísima fuerza a cada historia individual porque las sumió en una maraña de referencias y conexiones que terminaron por desvirtuar su propósito original. El cine, en su forma más pura, debió ser un arte que desafía, que provoca, y no simplemente una máquina de entretenimiento que se consume y se olvida en cuestión de días o semanas.

 

“Capitán América: Un nuevo mundo” es, en pocas palabras, una fétida cinta más que no aporta nada, absolutamente nada, al género pese a que se presenta como thriller político lleno de intriga y acción a montones. El guion, el diseño de producción y la fotografía carecen de chispa y pobremente cubren la cuota para lograr un “satisfactorio” porque, al final, sí es entretenida.

 

Con un final anticlimático, el gran problema de esta cuarta entrega del centinela americano es, ¡otra vez!, el villano fútil y simplón que Disney/Marvel parecen adorar.

 

¿Lo mejor? La dupla Anthony Mackie - Harrison Ford. Palomera y nada más.

 

 

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