Por Oscar Fernández Herrera
En un afán por llenar las salas de
cine con éxitos de taquilla, las películas de superhéroes terminaron
convirtiéndose en una fórmula hueca, homogénea y desprovista de la capacidad de
dejar una huella cultural significativa. En lugar de ofrecer algo innovador o
fomentar una reflexión profunda, este género cinematográfico parece estar
atrapado en una espiral de repeticiones, con las mismas historias de origen,
batallas “épicas” y villanos predecibles reconfigurados con giros ligeramente
diferentes, pero sin aportar más sustancia.
En última instancia, estos
largometrajes resultaron ser un producto más de una industria que prefiere la
seguridad a la asunción de riesgos, una fórmula para aplausos y resultados instantáneos
en lugar de arriesgar algo que realmente cambie la historia del cine… ¿Me
escuchas, ratón codicioso y traidor?
La saturación de producciones
basadas en cómics ya alcanzó niveles insostenibles, y con ello, la calidad fue
reemplazada por la cantidad. Cada año, el mercado se inunda con una avalancha
de títulos que, aunque logran cifras abrumadoras en taquilla, pierden
rápidamente su impacto cultural. El público, ante tanta oferta, se ve obligado
a consumir productos cada vez más similares, perdiendo el valor de la
originalidad y la emoción genuina.
Por otra parte, la constante
necesidad de “expandir universos” y “construir franquicias” dio paso a una narrativa
fragmentada que, al final, le restó muchísima fuerza a cada historia individual
porque las sumió en una maraña de referencias y conexiones que terminaron por
desvirtuar su propósito original. El cine, en su forma más pura, debió ser un
arte que desafía, que provoca, y no simplemente una máquina de entretenimiento
que se consume y se olvida en cuestión de días o semanas.
“Capitán América: Un nuevo mundo”
es, en pocas palabras, una fétida cinta más que no aporta nada, absolutamente
nada, al género pese a que se presenta como thriller político lleno de intriga
y acción a montones. El guion, el diseño de producción y la fotografía carecen
de chispa y pobremente cubren la cuota para lograr un “satisfactorio” porque,
al final, sí es entretenida.
Con un final anticlimático, el gran
problema de esta cuarta entrega del centinela americano es, ¡otra vez!, el
villano fútil y simplón que Disney/Marvel parecen adorar.
¿Lo mejor? La dupla
Anthony Mackie - Harrison Ford. Palomera y nada más.
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