Por Oscar Fernández Herrera
Para Edgar Fernández Herrera, mi hermano, el melómano más
grande que conozco…
Cuando ingresé al glorioso CCH
Naucalpan, descubrí que un mundo repleto de experiencias -listas para
disfrutarse y padecerse- me aguadaba impaciente. Pese a que fui educado en el
seno de una familia que apreciaba la música y la radio hablada, mis gustos
musicales eran “paupérrimos” (que no malos). Fue gracias a un amigo que conocí
un Mix Up en Plaza Universidad.
Fue en ese momento cuando comencé a
apreciar la música de una forma casi prodigiosa y voraz, pues con cada visita
compraba más y más discos para saturar mis oídos. No importaban los pendientes
ni las salidas con los amigos. Para mí, todo se resumía en escuchar tanto como
fuera posible. Mix Up Zona Rosa, en la Colonia Juárez, fue un refugio, un lugar
donde mi melomanía creció y se alimentó de canciones y artistas increíbles. Les
comento que mi primera visita fue en 1995, y desde entonces no paré hasta que,
después de tres décadas de adquisiciones, fisgoneos y charlas con amigos, me
enteré de que no podré comprar allí una vez más debido a su inminente cierre.
Son tantos los álbumes que compré
allí que me resulta un poco complicado enlistarlos todos. Sin embargo, puedo
asegurarles que en Mix Up Zona Rosa adquirí gran parte del escaso material
físico de Prince que aún se encontraba disponible en estas tierras (en aquellos
años, el geniecillo púrpura se encontraba en medio de una disputa legal con
Warner, su sello discográfico, lo que hacía que sus discos escasearan a
horrores). También puedo certificarles que allí fue donde compré los únicos CDs
que tengo del maestro Caetano Veloso.
Fue en aquel Mix Up donde descubrí
a Björk, cuando lanzó “Homogenic”, en 1997. Mis apreciadísimas ediciones Ryko
de Zappa y Bowie las compré allí (o, al menos, la mayoría, porque también solía
frecuentar Tower Records… que cerró años antes). ¿Los álbumes de world music
que están en la repisa de mi habitación? Sí, son de Mix Up Zona Rosa. La fiebre
italiana que experimenté cuando estudiaba en la FES seguramente encontró su
remedio en aquel lugar al que, según recuerdo, acudían tantos como yo.
Pero no siempre iba a comprar,
porque en muchas ocasiones solo iba a pasar el rato, a encontrarme con algún
amigo (como Roberto) o con mi hermano, o a distraerme de los problemas
laborales tan cotidianos como simples. El pretexto era mínimo; la gracia era ir
y ya.
Las cosas cambiaron con la edad.
Dejé de consumir música en formato físico para abrirle las puertas a la
digitalización. Quizá por cuestiones de espacio, quizá por razones económicas
(comprar una canción del álbum resultaba más práctico y económico que obligarme
a adquirir uno completo en físico que, honestamente, no lo valía). Fue así que
cesaron mis escapadas al Mix Up Zona Rosa.
Es indudable que las tiendas
físicas de discos están desapareciendo. Lo que alguna vez fue un espacio lleno
de emoción y descubrimiento, resultó ser una rareza en muchas ciudades. Si se
analizan las razones detrás de esta tristísima pérdida, surgen algunas causas
que se entrelazan: desde el desinterés de los consumidores hasta la supremacía
del streaming. Es interesante prestar
atención a lo que sucede.
Hoy en día, la música está al
alcance de un clic. Plataformas como Spotify, Apple Music o YouTube “revolucionaron”
por completo la forma en que la consumimos. No es necesario ir a una tienda y
comprar un CD o un vinilo para escuchar lo que nos gusta. Todo está disponible
de inmediato y a un precio muy accesible. La gente ahora busca la comodidad, y
la experiencia de tener un disco físico ya no parece tan atractiva (¿no se los
dije un poco antes?).
El modelo tradicional de
"comprar para coleccionar" disminuyó. En lugar de ver el disco como
un objeto valioso, la música se transformó un bien de consumo rápido. Se
escucha una canción, se pasa a la siguiente, y así sin mucho pensamiento. Y en
este sentido, las tiendas de discos ya no ofrecen una ventaja competitiva
frente al acceso casi ilimitado que ofrecen los servicios digitales.
La industria también cambió. En
lugar de álbumes completos que cuentan una historia o tienen un concepto
detrás, ahora todo gira en torno a los sencillos. El público ya no se toma el
tiempo para escuchar un disco entero de principio a fin. Se consume de forma casi
impetuosa y se olvida con igual rapidez. Eso, estimados lectores, tiene que ver
con cómo se produce ahora la música, más pensada para las playlists que para una experiencia profunda.
Las tiendas físicas, que antes
ofrecían álbumes pensados como obras de arte, no pueden competir con la prontitud
con la que se liquidan los sencillos y el hecho de que nadie parece estar
buscando un “disco completo” hoy en día. En consecuencia, la demanda de estos
productos en las tiendas se desplomó.
Las portadas eran mucho más que una
simple imagen. Eran una parte fundamental de la experiencia. Descubrirlas,
tocarlas, observar los detalles, todo eso formaba parte de la conexión musical.
Pero en el mundo digital, ese valor se ha perdido. Las portadas se ven ahora
como pequeños iconos en las pantallas de los teléfonos o las aplicaciones. No
hay la misma relación emocional con ellas.
El arte que solía acompañar a los CDs
o vinilos ya no tiene el mismo peso. La gente ya no las observa con la misma
atención, porque la música ya no se consume de la misma manera. La desaparición
de este aspecto visual en la experiencia es otro de los factores que afectó a Mix
Up y establecimientos similares, que dependían de la conexión entre lo físico y
lo artístico.
El streaming es el gran competidor, y no parece que se pueda hacer
mucho para ganarle. Por una tarifa mensual, puedes escuchar millones de
canciones, descubrir nuevos artistas sin tener que gastar un solo centavo en un
CD. Esta comodidad desplazó por completo la experiencia de ir a una tienda
física a comprar música. Las tiendas ya no tienen la posibilidad de ofrecer
algo tan conveniente, tan accesible, tan inmediato.
Por otra parte, el valor de tener
un álbum físico cayó drásticamente frente a la opción de tener acceso ilimitado
a cualquier canción, en cualquier momento y en cualquier lugar. Las tiendas
físicas, a pesar de su historia y su valor cultural, simplemente no pueden
competir con eso.
Los comercios tampoco supieron cómo
adaptarse a estos cambios. Si bien algunos intentaron renovarse ofreciendo
vinilos o incluso actos especiales, muchas veces estas iniciativas no fueron
suficientes.
Sí, el vinilo ha tenido un pequeño
resurgimiento, eso no ha sido suficiente para solucionar el problema. El
mercado físico no supo cómo reinventarse de forma exitosa porque no bastaba con
vender vinilos o tener un pequeño rincón para conciertos en vivo; había que
ofrecer algo más, algo que conectara con la forma de consumir música hoy en
día. Pero muchas tiendas no dieron con el punto.
El cierre de Mix Up Zona Rosa es un
reflejo de cómo ha cambiado nuestra relación con la música y con el consumo
cultural en general. El streaming, la
inmediatez del acceso digital y la contradictoria evolución de la industria
musical han sido factores determinantes en este proceso. No pudieron adaptarse
a tiempo, y a pesar de sus esfuerzos por mantenerse relevantes, su modelo de
negocio parece haber quedado atrás. Aunque es cierto que algunos sectores
siguen disfrutando del vinilo y de la experiencia física, la mayoría de los
consumidores ya no ven el valor de una tienda de discos como lo hacían antes.
Te echaré de menos, queridísimo Mix
Up…
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