Por Edgar Fernández Herrera
Recientemente se puede ver en las salas de cine
la película “Autos, Mota y Rocanrol” (¡qué título tan más infame!). Pero,
tranquilos, no vamos a reseñarla. Desde el nombre y el tráiler, no me anima en
lo absoluto. Sin embargo, el tema que aborda me inspiró para este escrito. Esto
sucedió hace 54 años en el Estado de México: “El Festival de Rock y Ruedas en
Avándaro”.
Después de los tristes sucesos de junio de ese
año —el Halconazo—, se celebraría, los días 11 y 12 de septiembre, un evento
automotriz (exhibiciones y carreras) que, como mero complemento, incluiría
presentaciones de algunas bandas de rock.
Sin embargo, la música eclipsó por completo a las
competencias. La vibra jipi, el deseo de los jóvenes por sobrevivir a la resaca
emocional tras los traumáticos eventos de Tlatelolco en el ‘68 y del mencionado
Halconazo, sumado a la amplia cobertura de Radio Juventud, hicieron que el
entusiasmo creciera enormemente. Se dijo que participarían las mejores bandas
de rock de México: Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila,
Peace And Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki con Mayita Campos, La Tinta
Blanca, El Amor y Three Souls In My Mind.
Los grandes ausentes fueron Love Army —que no
llegaron por un percance automovilístico— y los mamoncitos de Javier Bátiz y La
Revolución de Emiliano Zapata, quienes alegaron que se les pagaría una miseria
y que ellos eran grandes estrellas.
La magnitud que alcanzó el evento fue inaudita.
Cerca de cien mil personas (algunos aseguran que fueron doscientos mil)
llegaron a la región de Avándaro para presenciar y disfrutar el llamado
“Woodstock Mexicano”. A mi parecer, una exageración.
Avándaro, en mi opinión, más que representar el
pináculo de una generación (como sí lo fue Woodstock para el jipismo), se
convirtió en una tremenda losa para el rock mexicano. No le permitió
evolucionar ni madurar para alcanzar un crecimiento genuino. Al contrario,
representó un retroceso que lo mandó directo a las catacumbas. El gobierno en
turno fue, casi por completo, el principal responsable de esto. Tenía las manos
manchadas con la sangre de muchos estudiantes y disidentes sociales (en su
mayoría jóvenes), y lo que menos quería era un despertar generacional que
comenzaba a cuestionarlo todo, al igual que la sociedad en general.
Sin embargo, Avándaro mostró que era posible la
reunión de miles de jóvenes —como ya lo habían demostrado tres años antes,
durante las manifestaciones del movimiento estudiantil—, pero ahora en un
contexto distinto. A pesar del consumo de alcohol y drogas, no hubo incidentes
graves de violencia. De hecho, se ha visto más violencia en partidos de fútbol
de la liga mexicana que en aquel festival.
Hay tres momentos importantes —y hasta icónicos—
que vale la pena destacar de Avándaro:
Durante la presentación de la sensacional banda
Peace And Love, mientras interpretaban “Mariguana”, el vocalista Felipe
Maldonado estaba tan entusiasmado que lanzó un sonoro: “¡Chingue a su madre el
que no cante!”. El festival estaba siendo transmitido por Radio Juventud, que
interrumpió de inmediato la transmisión después del grito. Recordemos: era
1971, otros tiempos, y la sociedad moralina que imperaba en México no podía
tolerar semejante “atrocidad”.
Entre las actuaciones de El Epílogo y La División
del Norte, una chica se subió a un camión de mudanzas de la compañía “Mudanzas
Galván”, comenzó a bailar y a desnudarse. Su nombre era Alma Rosa González
López, aunque hay quienes aseguran que en realidad se trataba de Laura Patricia
Rodríguez González. Vaya usted a saber. Lo cierto es que quien ganó notoriedad
fue Alma, originaria de Monterrey, Nuevo León. Desde entonces, se le conoció
como “La encuerada de Avándaro”, inmortalizada en una entrevista para la
revista Piedra Rodante y hasta en una canción de Alejandro Lora.
El tercer momento sucedió casi al final del
festival, gracias al grupo Three Souls In My Mind. En una entrevista, Alejandro
Lora contó que los “agandallaron” y los pusieron al final, ya que ninguno de
ellos estuvo presente en la reunión donde se discutieron los honorarios y el
orden de aparición de las bandas. Pero fue lo mejor que les pudo haber pasado,
y así lo reconoció él. Salieron prácticamente al amanecer del 12 de septiembre.
Durante su presentación, interpretaron “Street Fighting Man” de los Stones y se
la dedicaron a los caídos en el Halconazo. Fue uno de los pocos y auténticos
momentos en los que el rock mexicano se politizó y mostró empatía con un
movimiento social.
Pocas cosas rescato de Avándaro. Aun así, es un
hito dentro de la historia del país, con grandes repercusiones sociales y
culturales. Desgraciadamente, en lo que respecta al rock mexicano, no dejó
ninguna consecuencia positiva. Tendría que pasar casi una década para que
surgiera una nueva generación de jóvenes que volviera a poner al rock nacional
en la palestra.
Pero como dijera la doñita del banco: “Esa es
otra historia”.

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