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sábado, 15 de noviembre de 2025

El Che y yo


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Hablar o escribir sobre Ernesto “El Che” Guevara siempre será un tema controversial. Es un personaje muy polémico, pero de ningún modo indiferente: un histórico del siglo XX.

 

El tema surge porque, hace poco, observaba una estampilla del Che en mi cartera, la misma que conservo desde los 16 años. También recordé que, hace un par de años, por una dolencia, tuve que ir al doctor. Después de la consulta, procedí a pagar y, al abrir la cartera, se asomó la imagen. El galeno (cubano, por cierto) dijo en voz alta: “Otro admirador de ese criminal”. Yo solo sonreí, pagué y, antes de retirarme, le contesté: “No entendería, y no pretendo explicarle, por qué tengo esta imagen”.

 

No recuerdo si en alguna ocasión mi papá expresó simpatías por el comunismo o alguna ideología de izquierda; aunque sí escuché la anécdota de que participó en una huelga en una fábrica en los años setenta. No estoy seguro de qué tan politizado fue, pero sí recuerdo con exactitud que, durante mi infancia, escuchaba música folclórica latinoamericana (de hecho, aún lo hago). Oía a Óscar Chávez, Amparo Ochoa, Los Folkloristas, Alberto Cortez, Nacha Guevara, Soledad Bravo, Violeta Parra, entre otros artistas que, en sus canciones, denunciaban la desigualdad social, las injusticias y, por supuesto, señalaban el mal actuar de los gobiernos.

 

De toda esa música, escuché Hasta siempre de Carlos Puebla, aunque en mi caso conocí esta canción en la versión de Óscar Chávez. Ese fue mi primer contacto con el líder guerrillero argentino. Crecí con la imagen del Che como un personaje rebelde, idealista, un luchador contra las desigualdades que imperaban —y aún imperan— en América Latina, y, por supuesto, un contestatario. Era una figura seductora por sus cualidades, y yo no fui la excepción: admiraba y respetaba con sinceridad a Guevara.

 

La imagen en cuestión la obtuve en un recorrido por Avenida Balderas, que antes de ser destruida con ese horrible Metrobús, era una calle llena de vida. Recuerdo que había varios puestos donde vendían discos de este tipo de música; en uno de ellos encontré y compré la estampilla del Che. De eso han pasado unos 30 o 31 años, y desde entonces ha sido infaltable en las carteras que he tenido.

 

Durante años leí y me documenté sobre este icónico personaje. Sin embargo, con el paso del tiempo y con un pensamiento más analítico, llegué a formarme una opinión distinta sobre lo que representa el Che en la humanidad y, particularmente, en Cuba. Sí, fue un hombre rebelde e idealista, pero también cruel, pues para imponer y sostener su filosofía utilizó todos los instrumentos a su alcance para ejercer un aparato represor. Vaya paradoja: aquello contra lo que luchaba terminó utilizándolo. Obviamente, eso cambió la imagen que tenía de él.

 

La respuesta que pensé darle al doctor —y que no expresé porque no valía la pena discutir, además de que por sus gestos era evidente que no lo habría entendido— es que esa estampilla no la conservo por admiración al Che. Eso ya cambió, aunque sigue siendo para mí un personaje digno de estudio. Mi estampilla sobrevive porque me recuerda a ese Edgar idealista, convencido de que con personas como el Che era posible cambiar el mundo, y que además deseaba vivir esos cambios de igualdad y libertad en nuestro bello país. Por desgracia o fortuna, la realidad me alcanzó y mi manera de pensar cambió. Hoy estoy seguro de que esos cambios no son posibles: la gente llega al poder y se corrompe. Como decía el filósofo y pensador Danton: “En el fondo, los idealistas tienen alma de tiranos”. Y es una realidad; hay muchos ejemplos de ello, incluido el Che.

 

Sin embargo, ese Edgar idealista no ha desaparecido, afortunadamente. Desde mi trinchera trato de que las personas a mi alrededor conozcan, a través de pláticas o en este blog, personajes y eventos que han impactado en nuestra historia para que hoy podamos disfrutar —poca o mucha— la democracia que tenemos en el país. Y eso es lo que me hace sonreír: recordar que ese Edgar soñador, no politizado, pero sí empático con los movimientos sociales, aún está presente.

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