Por Oscar Fernández Herrera
Empujados por la próspera celebridad de Björk en los escenarios internacionales, muchos se animaron a descubrir otras propuestas musicales islandesas. De esta suerte, nombres como 1860 (“Idilfagur”), Valgeir Sigurðsson (“The Evolution of Waters”) y, principalmente, Sigur Rós irrumpieron con gran fuerza para sorprendernos con sus dulces resonancias.
No obstante, fueron los chicos de Sigur Rós quienes más destacaron por su música grácil y cuasi dramática, como si se tratara de una sucesión de acústicas orquestadas de manera insólita y completamente libre. La voz para sus largas composiciones es, a menudo, el “hopelandish”, un lenguaje imaginado por Jon Thor Birgisson (Jonsi, vocalista de la banda).
“Ágætis byrjun” (“Un buen comienzo” en islandés) encaminó a la banda hacia el estrellato gracias a su espíritu que musicalizó a los bellos paisajes nórdicos. El público adoptó rápidamente a este disco porque en él encontró una forma para ausentarse y transitar a otros mundos gracias a sus delicadas instrumentaciones electrónicas.
Erróneamente, algunos críticos especializados catalogaron a este trabajo como pop ambiental. Pese a todo, el tiempo ha proporcionado útiles apreciaciones para reconocer el verdadero alcance artístico de este disco. El sentimiento que nace de él es difícil de ignorar.
Su magnificencia puede distinguirse rotundamente en “Svefn – G – Englar”, “Starálfur”, “Olsen Olsen”, “Viðrar Vel Til Loftárása” y “Ný Batterí”, aunque toda la obra es destacable.
Entre falsetes de ensueño y estructuras sónicas poco convencionales, “Un buen comienzo” reanima a quien lo escuche. Contrariamente a lo que se dice, este no es el primer disco de la banda. El título sugiere el nacimiento de un niño (inmortalizado en la preciosísima portada) y su caminar por la vida.
Libérese de cualquier indecisión y adéntrese en las imperturbables atmósferas de esta placa musical.
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