Por Oscar Fernández Herrera
Después de años de pasearse por el escenario de la política mexicana, Andrés Manuel López Obrador logró la presidencia de la república y, con ello, supuestamente inició una transformación en beneficio de lo más pobres, esos que el prianismo utilizó brutalmente por décadas de necesidad, manipulación y juramentos incumplidos. Esa fue la derecha que más de treinta de millones de mexicanos repudiaron en las últimas elecciones federales.
Con López Obrador, los términos esperanza y bienestar se apoderaron del discurso, las pláticas y el debate público, pues no había dudas: el verdadero cambio estaba por llegar. La corrupción fue el otro gran cimiento de la 4T. El mandatario no perdía la oportunidad para asegurarnos que se la prohibiría del todo, garantizándonos (a los mexicanos) una administración caracterizada por la austeridad y la honestidad. Desafortunadamente, la práctica de corrupción sigue tan vil como lo fue en los sexenios anteriores.
Poco a poco se han ido amontonando pruebas de que la degradación política no sólo es tolerada desde Palacio Nacional, sino que es defendida: los sobres con billetes de Pío López Obrador, las casas de Irma Eréndira Sandoval, los contratos de Felipa Obrador, las casas y empresas de Manuel Bartlett, los “diezmos” de Delfina Gómez, la dudosa gestión de Ana Gabriela Guevara frente a la CONADE, los automóviles de lujo del procurador general de la república, la tragedia de la Línea 12, los chocolates del bienestar, las becas otorgadas dudosamente a la hija de Claudia Sheinbaum, el escándalo que significó la boda de Santiago Nieto, los médicos cubanos que al final no fueron, la rifa del avión presidencial, las fotografías con narcotraficantes, el Chapito y, recientemente, la lujosa “mansión del bienestar”.
En todos los casos, el presidente sólo ha descalificado y minimizado los señalamientos, asegurando que son calumnias de los innombrables enemigos del pueblo mexicano. Desde el púlpito mañanero, la consigna parece clara: “a mis amigos, justicia y gracia; a mis enemigos, justicia a secas”. La conformidad de sus seguidores es igualmente repugnante, pues para todo manifiestan disculpas inmediatas o argumentos tan infantiles como “el PRI robó más”.
Pero AMLO ya no se presenta con esa sonrisa cínica de los primeros meses de su régimen. El lodazal está llegándole al cuello y pronto se le acabará el discurso bonito de “cero corrupciones” porque, como ya vimos, así no es.
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