Por Oscar Fernández Herrera
En otras ocasiones les platiqué del tropicalismo, un ideal artístico brasileño que buscó apropiarse de múltiples formas de pensamiento y creación para fusionarlas con lo propio y arrojarlas al público con una insólita originalidad. Gilberto Gil fue un pilar de este movimiento tan fugaz como glorioso.
Un año antes de que el tropicalismo sacudiera a los gustos más tradicionalistas, Gil grabó y presentó “Louvação”, un homenaje a sus héroes personales de la Bossa Nova, especialmente a João Gilberto. Una de las grandes particularidades de este trabajo es el uso casi estricto de voz y guitarra.
Contrariamente a lo que pusiera sospecharse, la impresión final de “Louvação” es admirable debido a la sencillez de su música y la dulzura que producen sus letras. Gil manifiesta en su álbum debut su gran oficio como compositor, pues sus canciones están cargadas de espíritu.
La chispa que estallará más tarde ya se encuentra en este disco. “Ensaio geral”, “Roda” y “Viramundo” sobresalen gratamente gracias a su ingenio y donaire. A pesar de lo anterior, “Louvação” es sólo una modesta demostración de las facultades artísticas de Gilberto Gil. Será hasta el próximo año (1968) cuando “Domingo no parque” lance al baiano al estrellato mundial.
El primer álbum de Gil importa no sólo por su número, sino porque establece las bases de una de las carreras musicales más interesantes en la historia del folclor brasileño.
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