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sábado, 23 de abril de 2022

Black Tie White Noise

Por Oscar Fernández Herrera

 

Quizá sea una ramplonería, pero es necesario recordar que la década de los ochenta fue todo menos fecunda para David Bowie. Sí, cualquier fanático entendido puede citar “Scary Monsters” (que, propiamente, forma parte del decenio anterior) y “Let’s Dance” como brillantes muestras de lo que el camaleón logró en el periodo citado. Sin embargo, lo anterior palidece si se le contrasta con los enormes clásicos de los años setenta (“Hunky Dory”, “Ziggy Stardust”, “Aladdin Sane”, “Diamond Dogs”, “Young Americans”, “Low” y “‘Heroes’”).

 

De esta forma, nos encontramos a un músico sumido en un terrible bache artístico, con sólo algunas pinceladas de genialidad y un discreto entusiasmo frente al lanzamiento de “Black Tie White Noise”. La pretensión, confirmada por el mismísimo Bowie, de hacer “un nuevo tipo de forma melódica de la música house” no garantizó un ambiente más propicio para su comercialización. Pero la participación del guitarrista Mick Ronson (quien trabajara activamente con él durante el periodo de “las arañas de marte”) fue un guiño que nadie ignoró.

 

Para muchos, Bowie simplemente no lograba conectarse con los estilos y la moda de la década (más que una preocupante falta de creatividad), por lo que esperaban una especie de resurrección que no llegó con sus últimos trabajos de la (infame) década. El reencuentro con Nile Rodgers, productor del sonadísimo “Let’s Dance”, su matrimonio con la supermodelo Iman, y experimentaciones con el jazz y el house resultaron en una obra donde sobresalen los instrumentos de viento.

 

“Jump they say”, el primer sencillo del disco, era un tema increíblemente bailable (aunque las letras hablaban sobre el suicidio del hermanastro de Bowie), pero sobradamente aislado de lo que el delgado duque blanco nos había reglado en “Let’s Dance”. A pesar de todo, la producción era sensacional y daba muestras de que nuestra camaleónica estrella se recuperaba a toda velocidad.

 

La obra abre con la jubilosa “The wedding”. El repiqueteo de las campanas, una contagiosa línea de bajo y el saxofón (a cargo de Bowie) nos demuestran que aún en piezas (aparentemente) simples, David Bowie siempre da lo mejor. “You’ve been around”, originalmente compuesta para Tin Machine, es una poderosa descarga de música electrónica con discretos toques de jazz.

 

“I feel free”, de Cream, supone un miramiento a Terry, su hermanastro y al que también dedicó “Jump they say”, ya que con ella conmemora la ocasión en que ambos acudieron a una presentación del trío inglés que terminarían por abandonar porque Terry sufrió un terrible brote psicótico.

 

Originada por incidentes raciales en LA, “Black Tie White Noise” (con la participación de Al B. Sure) es una de las rolas más aclamadas del disco. Un rhythm and blues de altísimos vuelos. El videoclip fue igualmente revelador. “Nite flights” (de Scott Walker) y “Pallas Athena” cierran espléndidamente la primera parte del disco.

 

“Miracle goodnight”, tercer sencillo, es un tema desconcertante con guiños a cualquier composición de Philip Glass de aquella época. Sin lugar a dudas, divide opiniones. “Looking for Lester” fue una de las primeras instrumentales de Bowie que me atraparon. La escuchaba con frecuencia e incluso la usé en mis primeras experimentaciones como creador de contenidos radiofónicos en la universidad. Llegué a creer que era perfecta. Le guardo un cariño especial.

 

“I know it's gonna happen someday” suena mucho a Morrissey, su creador. “The wedding song” cierra uno de los discos que más quiero y atesoro, pues a él le seguirían discos casi inmortales (tomen como referencia inmediata al “1.Outside”).


 

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