Por Oscar Fernández Herrera
Las elecciones del domingo demostraron, una vez más, que la caricaturesca maquinaria estatal está completamente dispuesta a obstaculizar los procesos democráticos del país. El gabinete federal y los “servidores” de la nación no perdieron la oportunidad para sembrar dudas y distribuir las intenciones del electorado. No obstante, perdieron dos gubernaturas.
La oposición, tan peligrosamente estancada, no supo cómo reaccionar frente a los problemas que tanto nos preocupan: delincuencia, crimen organizado y crisis económica, entre otros, y prefirió seguir en el basurero político. Desperdició la oportunidad para ganar terreno y consolidarse como una opción real para el bienestar del pueblo. Los mismos candidatos y las mismas corruptelas de siempre.
Las maniobras de Claudia Sheinbaum y los demás gobernadores morenistas seguirán a pesar de su ilegalidad, pues están ordenadas y protegidas por el mesiánico López Obrador. En este momento deben estar preparándose para arrebatarle el Estado de México al PRI, que poco ha hecho para conservarlo.
Por otro lado, la repartición de dinero está funcionando. Es curioso cómo los funcionarios de Morena aseguran que “no son como los de antes”, pero igual condicionan programas sociales a cambio de lealtad al régimen.
El gran problema es que en medio de este lodazal estamos los ciudadanos, incapaces de reaccionar a los mismos atropellos e infamias de la política mexicana.
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