Por Oscar Fernández Herrera
No hace falta escribirlo: Caetano Veloso es uno de los músicos latinoamericanos más prodigiosos que tenemos. Su originalidad parece no tener límite, si bien el público no le reconoce con grandísima admiración sus contribuciones para el desarrollo de la música popular hispanoamericana. Compositor, intérprete, guitarrista, literato y luchador social, entre otras muchas cualidades, Veloso suma ya más de cinco décadas de discos francamente alucinantes.
Posiblemente su obra más emocionante sea la que se difundió en los sesenta y setenta; sin embargo, en los ochenta podemos encontrar formidables muestras de talento sonoro. “Estrangeiro”, de 1989, es una de ellas.
Primer lanzamiento para el mercado estadounidense, este álbum sincroniza formas de pensamiento que pocos asocian con el pop. Sin duda, los productores Peter Sherer y Arto Lindsay lograron una sorprendente naturalidad de la consciencia lírica de Veloso, quien se pronunció contra las barreras de género.
Contrariamente a su título y producción, “Estrangeiro” se distancia a montones de un supuesto abandono de lo que supone lo brasileño; por el contrario, Veloso rastrea la génesis de sus nociones tropicalistas (como muestra tenemos la pintura de Hélio Eichbauer que se usó para ilustrar el disco).
Una obra multisensorial, que no pierde la oportunidad para recriminarle a los colonizadores por sus depredaciones. En él nos topamos, una y otra vez, con un músico que reconoce la trascendencia de los idiomas y las modernidades del encanto sonoro. Se reconoce como un manifestante de las micro realidades del Brasil moderno, con todas sus finuras y brutalidades.
“Estrangeiro” es un disco tremendamente brasileño, internacional, auténtico y maduro. Destacan “Estrangeiro”, “Rai das cores”, Os outros románticos”, “Jasper” (interpretada en inglés), “Outro retrato” (con asombrosas figuras retóricas que enamoran a la primera) y “Meia ~ lua inteira”, uno de los clásicos definitivos de la discografía del artista baiano.
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