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domingo, 8 de diciembre de 2024

Pedro Páramo


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

“Pedro Páramo”, del mexicano Juan Rulfo, es una de las obras más importantes de la literatura latinoamericana por su estilo innovador y su profundo significado cultural y social. Publicada en 1955, la novela se destacó rápidamente por su ruptura con las estructuras narrativas tradicionales, pues mostró un lenguaje poético y fragmentado para reflejar las complejidades del mundo rural de México y las tensiones de la época.

 

Culturalmente, el relato profundizó en las realidades agrícolas marcadas por el cacicazgo, la pasión y el fin de la existencia misma, temas que resuenan en las voces de los personajes que habitan el pueblo de Comala. Socialmente, “Pedro Páramo” abordó las injusticias del feudalismo al mostrar cómo el poder absoluto de los terratenientes puede destruir comunidades e individuos. El libro pronto se convirtió en un referente importante del realismo mágico y una poderosa crítica de las estructuras sociales y políticas del campesinado.

 

La idea de que “Pedro Páramo” esté sobrestimada puede depender de la perspectiva del lector y de sus expectativas sobre la narración. Si bien la novela es sin duda un hito en la literatura mundial, su complejidad narrativa y estilo poco convencional pueden hacer que algunos lectores encuentren la obra difícil de seguir o demasiado abstracta. La fragmentación de la historia, la mezcla de voces superpuestas y la falta de una trama lineal clara pueden resultar inquietantes para quienes prefieren una narrativa más directa o tradicional.

 

Con todo, es la misma estructura experimental la que da a “Pedro Páramo” su poder literario y originalidad. En cuanto a la sobreestimación, en algunos círculos el texto puede ser tan venerado que se tiende a colocarlo en un pedestal que puede resultar inaccesible o muy cacareado para algunos. A pesar de lo anterior, su impacto cultural, social y literario es innegable, y su influencia sobre generaciones de escritores y lectores sigue siendo notable.

 

Con toda honestidad, estimadísimos lectores, soy de esas personas que poco disfrutó del trabajo de Juan Rulfo, el escritor, fotógrafo y guionista mexicano, reconocido como uno de los más grandes exponentes de la literatura latinoamericana del siglo XX, que nos regaló “Pedro Páramo”, su obra magna. Tal vez porque me obligaron a leerla cuando era pequeño, o quizás por simple mala fortuna.

 

Gustos aparte, la tercera adaptación de “Pedro Páramo” llegó de manera hondamente ruidosa, pues la dirección del fotógrafo Rodrigo Prieto y un elenco de ensueño (Tenoch Huerta, Manuel García - Rulfo, Dolores Heredia e Ilse Salas) prometían demasiado, pero se quedaron cortos al no arriesgarse y mantenerse fieles al material original.

 

Quizá este sea el problema más grave: lo difícil que resulta modificar una novela como “Pedro Páramo” para llevarla al cine. Adaptar una novela a una película es difícil porque los dos medios narrativos tienen estructuras y limitaciones diferentes. Las novelas tienen un desarrollo profundo de los personajes, pensamientos internos y descripciones detalladas que a menudo no se pueden traducir directamente a la pantalla grande sin perder la esencia.

 

Por otra parte, el tiempo de la película es limitado, por lo que es necesario comprimir la trama, eliminar escenas secundarias y simplificar la narrativa, lo que puede cambiar el tono original.

 

De la misma manera, existen desafíos que plantean la interpretación visual, el ritmo y la necesidad de captar la atención del público en un período de tiempo específico, lo que significa que las adaptaciones no siempre pueden capturar toda la riqueza de una obra literaria.

 

Visualmente hermosa y con actuaciones destacables, el filme se atora en un guion de aspecto agradable pero poco estimulante. Dice bastante, pero, al final, no aporta nada a la imaginación del espectador. Si usted es admirador de Rulfo, sin duda lo disfrutará; de lo contrario, manténgase lejos de él. Disponible en Netflix.

 

Tension II


 Por Oscar Fernández Herrera

 

Kylie Minogue es una de las artistas más influyentes de la música pop internacional, con una carrera que abarca más de tres décadas. Su impacto en la escena musical internacional comenzó en la década de los ochenta, cuando saltó a la fama con la telenovela australiana “Neighbors”. Sin embargo, su auténtica consagración llegó en 1987, cuando su sencillo debut musical “The Locomotion” (escrita por Gerry Goffin y Carole King para que la interpretara primero Little Eva) se convirtió en un éxito global. Desde entonces, Kylie se ha establecido como un ícono pop al fusionar elementos de música dance, pop y house con una estética visual y escénica innovadora. A lo largo de su carrera, ha lanzado álbumes icónicos como “Impossible Princess”, “Fever” y “Disco”, y ha mantenido con creces su autoridad e influido en las generaciones posteriores de artistas.

 

Su capacidad para reinventarse constantemente, su presencia en el escenario y su larga trayectoria en la industria hacen de Kylie Minogue una figura indispensable en la historia de la música pop, capaz de conectar con personas de diferentes culturas y épocas. Una de mis favoritas, sin lugar a dudas.

 

Después del trancazo (comercial y artístico) de Tension (álbum que corrió con la misma suerte de “Disco” al lanzarse en distintas versiones), me imaginé que “Tension II” sería un trabajo que, de alguna manera, se integraría con las canciones que quedaron inacabadas o que no lograron quedar en la edición final de su antecesor. Estaba muy equivocado. La segunda parte de Tension brilla con luz propia, lejos de las comparaciones o necias analogías artísticas.

 

“Padam Padam” fue una de las rolas más sonadas del año pasado: seductora, fresca y potente. Todo en menos de tres minutos. Para muchos (críticos y fanáticos), lo natural era que Kylie siguiera con esta aplaudidísima tendencia, pues le refrendaría su estatus como una de las máximas estrellas del pop electrónico. “Lights, Camera Action” reafirmó un poco esta concepción, pues es un tema delirante, sobrio e ideal para conquistar al público una vez más. El tema, curiosamente, sigue la fórmula del tiempo. Escasamente toca los dos minutos y cuarenta segundos.

 

Con “Tension II”, Minogue fusionó la elegancia del pop electrónico con su sello inconfundible de sensualidad y sofisticación para llevar su sonido a nuevas alturas, si bien no es perfecto. El disco ostenta una atmósfera fascinante y madura, marcada por el uso de sintetizadores etéreos y ritmos suaves pero contundentes. Desde el primer momento, queda demostrada la capacidad de Kylie para reinventarse sin perder la esencia que la ha hecho tan querida a lo largo de las décadas. Las letras exploran temas de amor, deseo, autodescubrimiento y, como es habitual en su carrera, la capacidad de hacer que lo personal se convierta en universal.

 

Uno de los aspectos más notables de este disco es la producción musical, que combina elementos de música electrónica, house y synth - pop, con una estética moderna que recuerda a sus trabajos más emblemáticos, pero con un enfoque más experimental. Canciones como “Taboo” y “Someone for Me” destacan por su habilidad para mezclar melancolía con sensualidad.

 

La voz de Kylie sigue siendo tan distintiva como siempre. Su tono suave y accesible contrasta con la energía y la innovación que imprime en la música porque logra un equilibrio perfecto entre la diva del pop y la artista que sigue desafiando las convenciones del género. En temas como “Dance to The Music” y “Edge of Saturday Night”, Minogue demuestra su capacidad para equilibrar la vulnerabilidad con la fortaleza, lo que añade una profundidad emocional a la obra.

 

Aunque algunas canciones podrían percibirse como menos accesibles para los fans más casuales, “Tension II” es un álbum cohesivo que se disfruta más con cada escucha. La producción meticulosa, la rica instrumentación y las letras introspectivas permiten que el disco tenga una vida propia más allá de las pistas de baile. “Midnight Ride”, con Orville Peck y Diplo, es sorprende

Jim Henson, la audacia de las ideas


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

Los Muppets, esos adorables y graciosísimos títeres de la televisión, el cine y las caricaturas, forman parte indeleble de la cultura popular contemporánea. Millones de niños (después adolescentes y adultos) crecieron y se educaron con sus historias, enseñanzas y canciones. Todos reconocen el improbable romance de Piggy y Kermit, las bufonadas de Fozzie y las excentricidades de Gonzo, por mencionar sólo a algunos de los muchísimos personajes de la popular franquicia creada por el estadounidense Jim Henson.

 

Mis recuerdos relacionados con esta pandilla son tan arcaicos como mi edad: esas tardes de domingo, pegado a la pantalla chica, tratando de entender los chistes de “El Show de Los Muppets” y embobarme con sus protagonistas son casi inmortales. Después llegaron los especiales decembrinos y mi fanatismo creció a grados abultadísimos. La serie animada, los álbumes de estampas y los juguetes fueron el colofón.

 

“Jim Henson: la audacia de las ideas”, es un filme dirigido por Ron Howard que nos muestra cómo la desbordante imaginación de Jim logró enamorar a numerosas generaciones. Su trabajo como titiritero, cineasta, animador y actor es retratado con mucho respeto y admiración. Las anécdotas y los datos históricos no faltan y ayudan al público a intuir las inquietudes de un hombre retratado como “genio” y “extraño” al mismo tiempo.

 

Las imágenes y los comentarios de amigos y colaboradores próximos son benéficos para que el relato sea entretenido y fluido. Esa “cultura de la anarquía afectuosa” que menciona Frank Oz (cómplice de Henson) está ahí, maravillándonos y obligándonos a soltar una lagrimita en más de una ocasión.

 

Si bien no toda su obra brilló (“El cristal obscuro” fue un absoluto fracaso), quedan ahí “Plaza Sésamo”, “Fraggle Rock” y, por supuesto, “El Show de Los Muppets” como fiel testimonio de un auténtico creador.

 

Quizá a “Jim Henson: la audacia de las ideas” le falte originalidad, pero le sobra muuucho corazón. Véalo en Disney+.

Rane Supreme


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

Mina Mazzini es una gran intérprete italiana, probablemente la mejor, con una carrera artística tan profusa que ha dejado una huella imborrable en la música pop contemporánea. Su talento único y su pasión por el canto son, sin lugar a dudas, su mayor particularidad. Desde su infancia, mostró un interés innato por el arte sonoro, así que dedicó horas interminables a su práctica y perfeccionamiento. Sus primeros pasos en la industria musical comenzaron en la década de los cincuenta, con sencillos que le facilitaron una destacada posición en Italia. Su voz resonante y su presencia magnética cautivaron al público de inmediato, catapultándola a un éxito internacional sin precedentes.

 

Sus primeros álbumes triunfaron en muchísimos países como España, Alemania, Francia, Argentina y Brasil. Del mismo modo, antes de su retiro público, cantó en numerosos festivales donde su talento y carisma lograron la atención de las multitudes. Su estilo único y su poderoso canto la distinguieron como una figura emblemática y le valieron numerosos premios y reconocimientos a lo largo de una trayectoria que suma más de seis décadas y contando.

 

A pesar de su meteórico ascenso, Mina se concedió un descanso en 1978, que la apartó de los escenarios y la vida pública. Sin embargo, su amor por la música no desapareció porque siguió grabando incluso discos dobles (concepto que inició cinco años antes con “Frutta e Verdura” y “Amanti di Valore”) hasta la publicación de los dos volúmenes de “Pappa di Latte” en 1995. Después regresó a la cuota de un disco por año que se mantiene vigente hasta hoy.

 

El binomio “Rane Supreme” (“Ranas Supremas”) es, probablemente, uno de mis favoritos junto con “Attila”, “Catene”, “Salomè” y “Singolare/Plurale” gracias a su sutil y diligente selección de temas, una mezcla de inéditos y reinterpretaciones de los clásicos del pop más urgente y popular del momento. En él encontramos temas de George Michael (“Careless Whispers”), The Stylistics (“You make feel brand new”), Stevie Wonder (“My Cherie Amour”), y Elton John (“Sorry seems to be the hardest word”). Al álbum lo completan temazos escritos y musicalizados por Lucio Battisti, Valentino Alfano y Massimiliano Pani, entre muchos otros.

 

“Rane Supreme” representa, junta a “Attila”, uno de los intentos más punzantes de Mina para demostrar su irrefutable legitimidad en el panorama de la música italiana. Detrás quedan las obras relacionadas con un espacio temporal preciso (“Si, Buana”, de 1986, es un claro ejemplo de ello) para contrapuntear selecciones completamente personales y hacerlas suyas a su manera. La palpitante “Nessun Dolore” es, para mí, uno de los momentos más altos del primer volumen. ¡Sencillamente electrizante!

 

“Gloria”, un notable éxito del cancionero italiano compuesto por René y Misselvia décadas antes, es una delicadísima balada que no mengua el goce. Otro aspecto que puedo resaltar es el toque latino en “Luna Lunera”. Fuerte, carnal y apasionada.

 

El segundo volumen brilla por la altísima calidad de sus canciones. Massimiliano Pani crea pequeñas joyas como “Proprio come sei”, “Serpenti” y “Certo su di me”. “Mappamondo”, con su dulce toque ochentero, es mi favorita. Con un ligero y enérgico toque de Bossa Nova, “Per avere te” es una canción de altísimos vuelos. El disco cierra con “Legittime Curiosità”, un puntual reclamo lleno de celos: “Con quale gente stai? Cosa diavolo fai e che t'inventi? Chi c'è vicino a te, indipendentemente da me?” (“¿Con qué personas estás? ¿Qué diablos estás haciendo y qué estás inventando? ¿Quién está a tu lado, independientemente de mí?”). ¡Potente!

 

El nombre del álbum es una italianización de una vieja publicidad de los productos “Ran”, que venían acompañados de la expresión “¡supremos!”. La portada, por otro lado, es todo un manifiesto que muestra el rostro de Mina sobre el fornido cuerpo de Filippo Confalonieri, un estudiante de veintiún años descubierto en un gimnasio milanés. Las imágenes, aún vigentes después de casi treinta años, son una muestra de la creatividad e ironía de su protagonista.

 

Más allá de los reconocimientos y las ventas que consiguió, “Rane Supreme” es un disco que debe escucharse sí o sí.

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