Por Oscar Fernández Herrera
“Pedro Páramo”, del mexicano Juan Rulfo, es una de las
obras más importantes de la literatura latinoamericana por su estilo innovador
y su profundo significado cultural y social. Publicada en 1955, la novela se destacó
rápidamente por su ruptura con las estructuras narrativas tradicionales, pues
mostró un lenguaje poético y fragmentado para reflejar las complejidades del
mundo rural de México y las tensiones de la época.
Culturalmente, el relato profundizó en las realidades
agrícolas marcadas por el cacicazgo, la pasión y el fin de la existencia misma,
temas que resuenan en las voces de los personajes que habitan el pueblo de
Comala. Socialmente, “Pedro Páramo” abordó las injusticias del feudalismo al
mostrar cómo el poder absoluto de los terratenientes puede destruir comunidades
e individuos. El libro pronto se convirtió en un referente importante del
realismo mágico y una poderosa crítica de las estructuras sociales y políticas
del campesinado.
La idea de que “Pedro Páramo” esté sobrestimada puede
depender de la perspectiva del lector y de sus expectativas sobre la narración.
Si bien la novela es sin duda un hito en la literatura mundial, su complejidad
narrativa y estilo poco convencional pueden hacer que algunos lectores
encuentren la obra difícil de seguir o demasiado abstracta. La fragmentación de
la historia, la mezcla de voces superpuestas y la falta de una trama lineal
clara pueden resultar inquietantes para quienes prefieren una narrativa más
directa o tradicional.
Con todo, es la misma estructura experimental la que da a “Pedro
Páramo” su poder literario y originalidad. En cuanto a la sobreestimación, en
algunos círculos el texto puede ser tan venerado que se tiende a colocarlo en
un pedestal que puede resultar inaccesible o muy cacareado para algunos. A
pesar de lo anterior, su impacto cultural, social y literario es innegable, y
su influencia sobre generaciones de escritores y lectores sigue siendo notable.
Con toda honestidad, estimadísimos lectores, soy de esas personas
que poco disfrutó del trabajo de Juan Rulfo, el escritor, fotógrafo y guionista
mexicano, reconocido como uno de los más grandes exponentes de la literatura
latinoamericana del siglo XX, que nos regaló “Pedro Páramo”, su obra magna. Tal
vez porque me obligaron a leerla cuando era pequeño, o quizás por simple mala
fortuna.
Gustos aparte, la tercera adaptación de “Pedro Páramo”
llegó de manera hondamente ruidosa, pues la dirección del fotógrafo Rodrigo Prieto
y un elenco de ensueño (Tenoch Huerta, Manuel García - Rulfo, Dolores Heredia e
Ilse Salas) prometían demasiado, pero se quedaron cortos al no arriesgarse y
mantenerse fieles al material original.
Quizá este sea el problema más grave: lo difícil que
resulta modificar una novela como “Pedro Páramo” para llevarla al cine. Adaptar
una novela a una película es difícil porque los dos medios narrativos tienen
estructuras y limitaciones diferentes. Las novelas tienen un desarrollo
profundo de los personajes, pensamientos internos y descripciones detalladas
que a menudo no se pueden traducir directamente a la pantalla grande sin perder
la esencia.
Por otra parte, el tiempo de la película es limitado, por
lo que es necesario comprimir la trama, eliminar escenas secundarias y
simplificar la narrativa, lo que puede cambiar el tono original.
De la misma manera, existen desafíos que plantean la
interpretación visual, el ritmo y la necesidad de captar la atención del
público en un período de tiempo específico, lo que significa que las adaptaciones
no siempre pueden capturar toda la riqueza de una obra literaria.
Visualmente hermosa y con actuaciones destacables, el filme
se atora en un guion de aspecto agradable pero poco estimulante. Dice bastante,
pero, al final, no aporta nada a la imaginación del espectador. Si usted es
admirador de Rulfo, sin duda lo disfrutará; de lo contrario, manténgase lejos
de él. Disponible en Netflix.