Por Oscar Fernández Herrera
Me topé con la prodigiosa música de Miles Davis, uno de los
trompetistas y compositores de jazz más sublimes y originales que podrás
escuchar, gracias a Prince, otro gran protagonista del funk, pop, rock y soul.
Por años, seguí la trayectoria del geniecillo de Minneapolis con estricto
fanatismo para enterarme de la admiración mutua que ambos músicos se
profesaban. En un principio no determiné la correspondencia entre ellos, pues
me los imaginaba en mundos completamente distintos. Pese a ello, la afinidad se
encontraba ahí: Prince era un multiinstrumentista brutal que mezclaba géneros
con una libertad que al jazzista estadounidense le fascinaba. Su enfoque
musical era muy eléctrico, libre y sensual, algo que resonó con el Miles de esa
época.
En algún momento de su largo y fructífero camino artístico,
Miles comenzó a incorporar ritmos funk al estilo Prince en su música. En los
ochenta, ambos artistas discutieron una posible colaboración, aunque esto nunca
se concretó (ambos tocaron juntos en Paisley Park, el estudio/refugio de Prince
en Minnesota). La única grabación oficial de Prince en la que aparece Miles
Davis es “Can I Play With U?”, un tema disponible en el cuarto disco de la
edición deluxe del “Sign ‘O’ The Times, lanzado originalmente en 1987.
Miles Davis vio en Prince una evolución del espíritu que él
mismo había encarnado en los sesenta y setenta —romper esquemas, mezclar
géneros, y mantenerse siempre un paso adelante. Su conexión no fue tanto una
alianza formal, sino una afinidad artística muy poderosa. Estas razones me
llevaron a explorar el fascinante trabajo de Davis, un visionario que siempre
estuvo a la delantera del cambio musical.
Un año antes del categórico “Bitches Brew”, Miles lanzó “In
A Silent Way” en 1969, un álbum de transición que redefinió el futuro del jazz
al incorporar resonancias eléctricas, lo que desató enormes polémicas en su
momento.
Ese disco fue mi puerta de entrada. A partir de ahí,
descubrí un universo de sonidos complejos, sutiles e innovadores que se movían
entre la calma meditativa y la ruptura sonora. Cada álbum posterior me reveló a
un artista en constante transformación, sin miedo a abandonar fórmulas o
traicionar expectativas.
Entender a Miles Davis es aceptar que la evolución es parte
de la esencia creativa. Su música no se escucha, se experimenta. Y en ese recorrido,
la figura de Prince resuena como un eco contemporáneo, un alma igualmente
inconforme y revolucionaria. Los dos siguen dialogando, más allá del tiempo, en
ese espacio invisible donde habita lo verdaderamente original.
“In A Silent Way” es una obra enigmática y luminosa, casi
hipnótica, que representa el inicio de una nueva era en el jazz. Con una
estructura más cercana a la música ambiental que a las convenciones del jazz
clásico, el álbum (con solo dos temas) esboza un paisaje sonoro en el que el
silencio, la repetición y la electricidad se funden con una sutileza
desconcertante.
Rodeado de jóvenes talentos como Herbie Hancock, Chick
Corea, Wayne Shorter, Joe Zawinul y John McLaughlin, Miles no solo dirige, sino
que disuelve su ego en favor de un sonido colectivo y fluido. Es un disco que
no busca el virtuosismo evidente, sino la atmósfera; no se impone, sino que se
desliza, invitándonos a escuchar de otra manera, con el oído abierto a lo que
aún no se ha dicho. Es ahí donde comienza el viaje.
¡Formidable!