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sábado, 12 de abril de 2025

In A Silent Way


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Me topé con la prodigiosa música de Miles Davis, uno de los trompetistas y compositores de jazz más sublimes y originales que podrás escuchar, gracias a Prince, otro gran protagonista del funk, pop, rock y soul. Por años, seguí la trayectoria del geniecillo de Minneapolis con estricto fanatismo para enterarme de la admiración mutua que ambos músicos se profesaban. En un principio no determiné la correspondencia entre ellos, pues me los imaginaba en mundos completamente distintos. Pese a ello, la afinidad se encontraba ahí: Prince era un multiinstrumentista brutal que mezclaba géneros con una libertad que al jazzista estadounidense le fascinaba. Su enfoque musical era muy eléctrico, libre y sensual, algo que resonó con el Miles de esa época.

 

En algún momento de su largo y fructífero camino artístico, Miles comenzó a incorporar ritmos funk al estilo Prince en su música. En los ochenta, ambos artistas discutieron una posible colaboración, aunque esto nunca se concretó (ambos tocaron juntos en Paisley Park, el estudio/refugio de Prince en Minnesota). La única grabación oficial de Prince en la que aparece Miles Davis es “Can I Play With U?”, un tema disponible en el cuarto disco de la edición deluxe del “Sign ‘O’ The Times, lanzado originalmente en 1987.

 

Miles Davis vio en Prince una evolución del espíritu que él mismo había encarnado en los sesenta y setenta —romper esquemas, mezclar géneros, y mantenerse siempre un paso adelante. Su conexión no fue tanto una alianza formal, sino una afinidad artística muy poderosa. Estas razones me llevaron a explorar el fascinante trabajo de Davis, un visionario que siempre estuvo a la delantera del cambio musical.

 

Un año antes del categórico “Bitches Brew”, Miles lanzó “In A Silent Way” en 1969, un álbum de transición que redefinió el futuro del jazz al incorporar resonancias eléctricas, lo que desató enormes polémicas en su momento.

 

Ese disco fue mi puerta de entrada. A partir de ahí, descubrí un universo de sonidos complejos, sutiles e innovadores que se movían entre la calma meditativa y la ruptura sonora. Cada álbum posterior me reveló a un artista en constante transformación, sin miedo a abandonar fórmulas o traicionar expectativas.

 

Entender a Miles Davis es aceptar que la evolución es parte de la esencia creativa. Su música no se escucha, se experimenta. Y en ese recorrido, la figura de Prince resuena como un eco contemporáneo, un alma igualmente inconforme y revolucionaria. Los dos siguen dialogando, más allá del tiempo, en ese espacio invisible donde habita lo verdaderamente original.

 

“In A Silent Way” es una obra enigmática y luminosa, casi hipnótica, que representa el inicio de una nueva era en el jazz. Con una estructura más cercana a la música ambiental que a las convenciones del jazz clásico, el álbum (con solo dos temas) esboza un paisaje sonoro en el que el silencio, la repetición y la electricidad se funden con una sutileza desconcertante.

 

Rodeado de jóvenes talentos como Herbie Hancock, Chick Corea, Wayne Shorter, Joe Zawinul y John McLaughlin, Miles no solo dirige, sino que disuelve su ego en favor de un sonido colectivo y fluido. Es un disco que no busca el virtuosismo evidente, sino la atmósfera; no se impone, sino que se desliza, invitándonos a escuchar de otra manera, con el oído abierto a lo que aún no se ha dicho. Es ahí donde comienza el viaje.

 

¡Formidable!

Adolescencia


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

“Adolescencia”, una miniserie original de Jack Thorne y Stephen Graham para Netflix, el gigante del streaming, es uno de esos relatos que te dejan con una absurda sensación. Es magnífica, pero te estremecen su lectura y sus actuaciones. No puedes abandonarla una vez que empiezas con ella, pero en todo momento procesas información que te enfrenta con las circunstancias que mortifican a adolescentes y adultos… ¡¿qué carajos ocurre con las familias de hoy en día?!

 

Conmovedora y dolorosa, “Adolescencia” arranca cuando la policía irrumpe en el hogar de Jamie Miller para llevárselo como sospechoso del asesinato de Katie, su compañera en el colegio de la zona. La familia, desconcertada, reunirá las piezas de un rompecabezas que, al final, les mostrará la más cruda realidad. Una para la cual no hay protección alguna.

 

Lo primero que resalta es el detalle técnico de la serie, pues cada uno de los cuatro episodios se grabó en una sola toma. Imagínense la precisión y el desarrollo actoral que ello implicó. Las acciones, ininterrumpidas, se conectan con rapidez y precisión. No hay saltos ni incoherencias argumentales. Los diálogos son inteligentes y notables; no querrás perderte un solo segundo.

 

Quizá esto sea lo más atrayente de “Adolescencia”: la presentación de su trama, ya que no atestiguamos el crimen, ignoramos la participación de algún cómplice y tampoco presenciamos el juicio. Todo se reduce a los diálogos entre Jamie y su familia, el inspector Luke Bascombe y Briony, una psicóloga infantil. Pero la tensión siempre está ahí.

 

En definitiva, “Adolescencia” no es una serie fácil de digerir, pero sí una imprescindible. De esas que te sacuden por dentro y te obligan a reflexionar sobre lo que hay detrás de los silencios familiares, los traumas no resueltos y las palabras que nunca se dicen. Una obra poderosa que confirma que, a veces, el verdadero horror no está en lo que se muestra, sino en lo que callamos.

 

Disponible en Netflix.

Uns


 Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Quizá no se trate de una de sus obras maestras, pero “Uns”, de 1983, es uno de los álbumes de Caetano Veloso que más disfruto y escucho. Es un indispensable, pues. No, no está a la altura de los homónimos de 1967 o 1969, ni mucho menos puede comparársele con obras maestras como “Transa”, “Bicho” o “Cinema Transcendental”. Se trata, más bien, de un trabajo discreto, pero profundamente seductor, gracias a su mezcla perfecta de ritmos que van de la bossa nova a la samba.

 

La habilidad del brasileño para componer y jugar con la palabra queda demostrada (una vez más) con “Uns”, el tema inicial, y con ella abrir posibilidades semánticas casi infinitas. Es pegadizo y poético al mismo tiempo. “Musical”, con menos de un minuto de duración, es una transición delicada que cede su lugar a “Eclipse Oculto”, uno de los grandes éxitos de “Uns”, con su ritmo híbrido de reggae y sus letras dirigidas a un antiguo amor.

 

Debo confesarles, estimados lectores, que “Peter Gast” no me gustó cuando la escuché por primera vez. Estoy completamente seguro de que la “saltaba” cuando tocaba el CD. Pese a ello, con el tiempo descubrí lo sofisticada que es. Puedo afirmar ahora que es una de las mejores canciones del disco. “Quero Ir A Cuba” es festiva y llena de ritmos caribeños (está interpretada en “portuñol”).

 

“Coisa Mais Linda” y “Você É Linda” son un estupendo duplo que asombra y enamora. La primera es un clásico de la bossa, compuesto por Carlos Lyra y Vinícius de Moraes; la segunda, una elegante balada que compuso Caetano para este proyecto. “Bobagens, Meu Filho, Bobagens” es otra balada que, en mi humilde opinión, cierra una triada perfecta.

 

“A Outra Banda Da Terra” es una de mis favoritas, con su discreto reggae y sus letras sobre el territorialismo, cantadas con acento de redneck.

 

El álbum cierra a lo grande con “Salva Vida”, una samba funk que enaltece la belleza masculina, y “É Hoje”, una frenética samba enredo, que son las que se interpretan en época de carnaval.

 

“Uns” es un trabajo que gana con las escuchas y revela sus encantos poco a poco, como esas obras que no buscan impresionar de inmediato, pero que terminan por quedarse contigo. Es una joya discreta dentro de la vasta discografía de Caetano, y quizá por eso mismo, una de las más entrañables

Eric


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Un thriller psicológico repleto de momentos dramáticos llegó a Netflix para seducirnos por un largo rato. “Eric”, una miniserie de seis episodios escrita por Abi Morgan y protagonizada por Benedict Cumberbatch, quien encarna al titiritero Vincent (el genio detrás de “Good Day Sunshine”, un programa al estilo Plaza Sésamo, con Muppets coloridos y graciosos), nos cuenta la terrible desaparición de Edgar, el hijo de Vincent y Cassie, después de soportar el último de los recurrentes pleitos entre sus progenitores.

 

Menospreciado por su padre furibundo, alcohólico e insensible, Edgar imagina y nombra a Eric, un enorme muppet de casi dos metros de altura con rasgos bestiales y, paradójicamente, infantiloides, como un triste y mordaz reflejo de su progenitor. Frente a su súbita desaparición, Vincent confeccionará a la enorme marioneta con la esperanza de que aparezca en televisión para que su hijo lo descubra y regrese a casa.

 

Pese a sus esfuerzos, las cosas se complican para Vincent, pues su matrimonio se fractura, su dipsomanía empeora y sus compañeros del show lo abandonan. Las circunstancias se multiplican cuando el agente Michael Ledroit sospecha que detrás de la desaparición de Edgar y de Marlon Rochelle (otro menor) se encuentra el Lux, un club nocturno donde, además del baile y la bebida, se comercia droga y sexo con menores. Ledroit, quien además sostiene una relación amorosa gay, luchará contra la presión mediática que reclama la inmediata aparición de Edgar y la desconfianza de sus compañeros de unidad.

 

Cumberbatch brilla ampliamente gracias a su magistral interpretación. Si resulta bastante difícil el tener un poco de empatía con Vincent, eso es debido a la cátedra actoral que nos regala el británico. Del mismo modo, McKinley Belcher III sobresale como el agente Ledroit. Posiblemente sea Gaby Hoffmann a quien desperdician muchísimo con un papel tan pequeño.

 

“Eric” no solo es un relato desgarrador sobre la pérdida y la culpa, sino también una poderosa crítica a las estructuras que fallan a los más vulnerables. Es un drama intenso, emotivo y cuidadosamente elaborado que deja una marca indeleble en el espectador. Una serie que duele, que incomoda y que, sin embargo, resulta imposible dejar de ver.

 

Me hubiese gustado que fuera un poco más larga, para desarrollar la trama y profundizar en los personajes. Esa es mi única queja. Disponible en Netflix.

 

sábado, 29 de marzo de 2025

35 años de Violator

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

El 19 de marzo se cumplieron 35 años de la obra maestra de Depeche Mode: “Violator”, su séptimo álbum de estudio.

 

Estaba en secundaria cuando se escuchaba en la radio el primer sencillo de este icónico disco, “Personal Jesus”. Con este disco y esta canción, la banda de Basildon alcanzaba el estrellato pop, mejor dicho, del synthpop. Sin embargo, catalogarlo de esta manera sería reducirlo a una etiqueta mínima. La verdad es que Depeche Mode es una agrupación de rock e incluso de gothic rock. Ellos pueden presumir de ser una banda gótica más que muchas otras que lo pretenden, y un buen ejemplo de esto es “Violator”.

 

Es con “Violator” que Martin Gore se encumbra y hasta diría que monopoliza las composiciones, pero Dave Gahan es la voz. Lo que realmente importa es que ambos se han necesitado mutuamente para dar vida a Depeche Mode, y en 1990 los dos se encontraban en una madurez y talento plenos, los cuales se plasmaron en este disco. Además, habría que agregar que, para lograr esa madurez, se apoyaron en el productor Mark Ellis, mejor conocido como Flood, con quien trabajaron entre 1990 y 1994.

 

Hasta 1988, el sello de la casa eran los sintetizadores, pero en 1990 los ingleses cambiaron esa fórmula y, en ese momento, el sonido preponderante fueron las guitarras. Un claro ejemplo de esto es el blues electrónico de “Personal Jesus” o la melancólica y arrebatadora “Enjoy the Silence”. Aunque no se dejaron de lado los sintetizadores ni el sonido electrónico, ya no suenan tan industriales ni fríos, y son menos marciales, como en las increíbles “World in My Eyes” o “Policy of Truth” (aún sigo lamentando que no la hayan incluido en su concierto de hace dos años en la CDMX).

 

Si el sonido es oscuro y fuerte, las letras no desentonan en lo absoluto. Todas ellas plasman las inquietudes que tenía Gore en ese momento de su vida: sus fetiches sexuales, la religión y las drogas. Estas razones son las que hacen de “Violator” un disco oscuro y depresivo, porque habla de dolor. Un ejemplo de esto es “Clean”, una canción que aborda los efectos de las drogas en uno, pero no es una canción de rehabilitación, sino un matiz dentro del dolor. Me recuerda a “Hurt”, de Trent Reznor.

 

“Violator” tiene un lugar excepcional en la historia de la música. Sigue tan vigente como hace 35 años, no ha envejecido en lo absoluto. Me faltan palabras para referirme a esta banda y a este álbum, toda una obra de arte, maestra y eterna.

 

Graffiti Bridge


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Debo confesarles, estimadísimos lectores, que “Graffiti Bridge” fue el primer trabajo de Prince que realmente me decepcionó. Cuando lo adquirí, solo conocía “Thieves In The Temple”, que se compiló en el primer volumen de The Hits & The B Sides, lanzado en 1993, dos años después del disco que les reseño. Por alguna razón, mi interés en él era mínimo, pero nunca creí que fuera un descalabro casi total.

 

Quizá deba mencionarles que conocí a Prince y su increíble música en 1994, cuando presentó, de manera casi simultánea, el EP “The Most Beautiful Girl In The World” y los álbumes “Come” y “The Black Album”, tan dispares como espectaculares. Las primeras grabaciones que adquirí de él me enloquecieron, pero debo admitir que, en ese momento, triunfaban a lo grande Soundgarden, Pavement y Nirvana, y, admitámoslo, “Graffiti Bridge” sonaba completamente fuera de moda. No lograba dar con el tono ni con los esteroides más punzantes.

 

Otra de las razones que probablemente impidieron mi deleite fue el espantoso filme que lo acompañó. “Graffiti Bridge”, la película, fue (y sigue siendo) indefendible. Es aburrida, incongruente y nada memorable. El soundtrack, para empeorar la situación, es una larguísima colección de temas poco inspirados de Prince, The Time, Mavis Staples, Tevin Campbell y George Clinton, aunque defenderé la participación de este último porque “We Can Funk” (que resultó ser una recomposición de “We Can Fuck”, de 1983, que después se conoció como “The Dawn” y “Moral Majority”) es una chingonería. La historia habría sido distinta si solo se hubieran incluido las canciones de Prince.

 

Para empeorar la situación, es importante señalar que el geniecillo de Minneapolis se encontraba de gira en Europa y Japón y tenía que terminar la película, sin considerar los problemas que de ella resultaron. Quizá esto dio lugar a la selección de temas guardados en la (ahora) célebre bóveda para lanzar una especie de “grandes éxitos” de puro material inédito. ¡Y vaya que Prince tenía material de sobra para escoger! Según algunos biógrafos, al momento de sus primeras configuraciones, se pensó en la inclusión de temas como “Ruthie Washington Jet Blues”, “Camille”, “Everything Could Be So Fine”, “XYZ”, “Crucial”, “Power Fantastic”, “Beatown”, “Big Tall Wall”, “The Grand Progression”, “U”, “Cool 1990”, “Billie Holiday”, “Stimulation” y “Born Free”. De todas éstas, solo tres han sido lanzadas oficialmente.

 

Del mismo modo, les cuento que el disco nunca se emparentó con el proyecto “Rave Unto The Joy Fantastic”, que nunca se compendió ni lanzó en 1988, cuando se supo de su existencia.

 

Descalabros atrás, quizá se pregunten por qué les reseño “Graffiti Bridge” si tanto me disgusta. Porque, al final, es un larga duración de Prince y eso siempre apunta a buena música. Sublime, diría yo. “Joy In Repetition” se encuentra, fácilmente, entre las veinte mejores canciones de su majestad púrpura. Es una rola sucia respaldada por un solo de guitarra grandilocuente (en el mejor de los sentidos). En pocas ocasiones escucharás al de Minneapolis tan inspirado.

 

“Thieves In The Temple”, grabada al final de las sesiones que deribaron en “Graffiti…”, es una inconcebible canción acusatoria, una que sólo Prince podría escribir. En ella, él trata de superar una traición amorosa para arremeter al final. Lo sorprendente de “Ladrones en el Templo” es que se encuentra a medio camino entre un tema bailable y una balada. Los “House Mix” y “House Dub”, con las típicas resonancias de la época, son tremendamente adictivos. Consígalos a la de ya.

 

Por último, “We Can Funk”, a dueto con el maestro George Clinton, otra rola indecorosa (a pesar de lo infantil de las letras) que finaliza con una desorbitada súplica a la copulación libertina. ¡Uf!

 

“The Question Of U”, “Can’t Stop This Feeling I Got” y “Still Would Stand All Time” son tan dignísimas como placenteras y recomendables.

 

 

 

 

The Great Crossover Potential


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Deambulaba por el ya desaparecido Mix Up Zona Rosa cuando me topé con “Homogenic” de Björk, en 1997. Decenas de discos, en múltiples formatos, estaban acomodados en un escaparate para que las personas se acercaran y la descubrieran. Fue así como me entusiasmé con su música. Poco a poco fui conociéndola y escuchando las canciones que grabó antes de esa obra maestra. Desdichadamente, mi economía era todo menos robusta, por lo que tardé un tiempo en dar con los álbumes de The Sugarcubes, la banda con la que la islandesa grabó antes de conquistar al mundo con “Debut” en 1993.

 

The Sugarcubes se formaron en 1986, y fueron muy conocidos por su estilo experimental y ecléctico que fusionaba rock alternativo, post punk y elementos de la música electrónica. La agrupación catapultó a Björk al estrellato internacional gracias a su éxito “Birthday”. Si bien su carrera fue efímera, con solo tres álbumes de estudio (“Life’s Too Good”, “Here Today, Tomorrow Next Week” y “Stick Around For Joy”), su impacto en la música alternativa de los años 90 fue significativo, antes de que Björk emprendiera su exitosa carrera en solitario.

 

Pese al buen desempeño comercial de sus trabajos discográficos, múltiples factores causaron su separación. Muchos fanáticos de Björk sugirieron que el estilo provocador y excéntrico de Einar Örn Benediktsson (encargado de la voz y las trompetas) fue el detonante. En lo personal, debo reconocer que nunca me gustó el timbre de Benediktsson (en muchas ocasiones pensé que sus intervenciones arruinaron las canciones), pero no puedo asegurarlo. Todo apunta a que tanto las pretensiones artísticas de The Sugarcubes como los intereses personales de sus miembros suscitaron la ruptura.

 

“The Great Crossover Potential”, comercializado originalmente en 1998, es su único álbum de grandes éxitos, uno muy completo y disfrutable (aunque en él no encontramos nada inédito o rarezas). Escucharlos nos permite el descubrimiento de una intrépida mezcla de géneros como el rock alternativo, el pop experimental y la electrónica.

 

Temazos como “Birthday”, “Hit”, “Planet”, “Regina”, “Coldsweat”, “Deus” y “Motorcrash”, entre otros, son esenciales para los seguidores del grupo y los incondicionales de la señora Guðmundsdóttir, una de las artistas (con mayúsculas) más originales que hay en la actualidad. “Chihuahua” es un gusto culposo, lo admito (quizá este tema debió ser reemplazado por “Fucking In Rhythm & Sorrow”).

 

Disponible en múltiples formatos.

In A Silent Way

  Por Oscar Fernández Herrera       Me topé con la prodigiosa música de Miles Davis, uno de los trompetistas y compositores de jazz ...