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viernes, 4 de marzo de 2022

Cosas imposibles


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

Cuando emprendí mi sinuoso andar laboral, poco o nada sabía del exterior, pues los primeros años de mi existencia los pasé casi encerrado. Con mi insólita condición, muchas cosas se agolpaban frente a mí, listas para ser descubiertas. Mi primer empleo formal me llevó a cubrir un horario nocturno, aislado del traqueteo cotidiano de la asombrosa CDMX. Fue una experiencia realmente agotadora.

 

En aquel momento, mi hermano me regaló un casete con música de Soda Stereo para que aquellas largas noches fueran tranquilas y plácidas. Se trataba de “Comfort y música para volar”, un registro sonoro de aquella legendaria presentación para la MTV. Recuerdo la primera impresión que me causó “En la ciudad de la furia”: turbulenta y sensual al mismo tiempo. Imagínense escuchar al maestro Gustavo Cerati y a Andrea Echeverri, líder de Aterciopelados, en esa fusión de sentimientos y voces mientras contemplan el melancólico espectáculo urbano a medianoche. Mágico. Indescriptible.

 

Me enamoré tanto de aquella cinta que la escuchaba con tanta frecuencia sin pensar en lo monótono del asunto porque, para mí, simplemente no lo era. Con cada reproducción descubría cosas nuevas. Debo confesar que pocos discos han producido ese efecto en mí.

 

Pero los integrantes de la banda argentina ya se trabajaban en distintos proyectos y el furor por “Bocanada”, de Cerati, estaba de salida. De esta suerte, el desmedido entusiasmo por los sudamericanos no me llegó oportunamente a pesar de su desmedido éxito en México. Podrán pensar que moraba en un sótano, pero la justa realidad es que en esos años mis afinidades musicales eran otras.

 

Fue en esas circunstancias que encontré “Siempre es hoy”, el tercer álbum de estudio de Gustavo Cerati. Con él, queda notorio el distanciamiento con Soda al ser un trabajo repleto de beats electrónicos, irregular en sus composiciones y desmedidamente personal, resultado de su ruptura matrimonial y la crisis económico política en su país.

 

Es, del mismo modo, su obra más irregular y malmirada, aunque presenta un par de canciones sorprendentes, dignas de estrepitosos aplausos. ¿Por qué elegí reseñarlo entonces? Porque, como señalé anteriormente, hay música que se apodera de tu entendimiento sin grandes explicaciones. “Cosas imposibles” es un disco que ocupa un lugar especial en mi corazón debido a que llegó en un momento de cambio y descubrimiento.

 

“Cosas imposibles”, el primer sencillo, me atrapó por sus sonidos digitalizados y su clip animado. ¿Soy el único al que éste le recuerda vagamente al que acompañó a “All is full of love”, de Björk? “No te creo” sigue en la misma línea, con ritmos electrónicos saturados pero armónicos y letras con una dedicatoria más que notoria.

 

“Artefacto” significa un resbalón que, a pesar de su futilidad, despuntó comercialmente. Por el contrario, “Nací para esto”, estalla y chispea enormemente. Es la primera gran rola de este disco.

 

“Amo dejarte así” y “Tu cicatriz en mí” son dos muestras de la retorcida producción que salpica a esta obra. La dirección de Sacha Triujeque y Toy Hernández en estas pistas ha sido tremendamente desacreditada. “Señales luminosas” es, probablemente, la peor de las composiciones de toda la obra de Cerati. Nada rescatable.

 

“Karaoke” y “Sulki” son pruebas grandísimas del enorme talento que poseía Cerati para la composición de hits. Su disfrute nos reintegra le fe perdida. “Casa”, “Camuflaje”, “Altar” y “Torre de marfil” son temas completamente deslucidos, poco interesantes. Uno se pregunta si realmente merecían llegar a la versión final del disco, aunque me he encontrado con fanáticos que los señalan como grandes rolas.

 

Moribundo, Cerati blande su guitarra y nos ofrece un tema que no es poca cosa. No obstante, “Vivo” y “Sudestada” son la gran apuesta del músico argentino. Los resultados son magníficos, testimonio incuestionable de las capacidades de Gustavo.

 

Insisto: “Siempre es hoy” no consiguió el reconocimiento unánime, pero se opone bastante a los dictámenes más feroces de sus críticos. Lo que me entusiasma, a pesar del paso de los años, es que en este disco Cerati siguió su instinto, perfilando así uno de sus trabajos más arriesgados y menos complacientes. Bríndele y una oportunidad y le garantizo que reconocerá en él virtudes dignas de atesorarse.

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