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sábado, 29 de noviembre de 2025

El día que lloraron las guitarras del mundo


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Es viernes 30 de noviembre, pero de 2001. Yo vengo en el microbús, a paso lento, por el tráfico de la autopista México – Pachuca; me dirijo al paradero del metro La Raza. Es una mañana muy fría. Voy rumbo al trabajo y, entre adormilado, me doy cuenta de que aún estoy un poco lejos de entrar al entonces Distrito Federal. El chofer del microbús viene escuchando WFM; si no mal recuerdo, es Charo Fernández quien da un anuncio que me hace despertar: “Desde la muerte de Kurt Cobain, el mundo de la música no se había sacudido tanto; el día de ayer murió George Harrison a causa de cáncer”.

 

Sólo porque estaba sentado, si no, me caigo de bruces. Me puse muy triste; el sueño se disipó por completo. Tomé mi Discman y, por casualidad, traía mi Álbum Azul de The Beatles. Reproduje “Here Comes the Sun”, miré hacia arriba y vi a un señor de edad media que me sonrió con tristeza (no sé si esto es posible). Era obvio que también la noticia le había afectado.

 

Es probablemente la primera muerte de uno de mis héroes musicales que en verdad me entristeció demasiado. George Harrison siempre fue y ha sido mi Beatle favorito. Creo que lo tomé así no solamente por la gran calidad de su música; todo me impactaba de él: desde que tuvo como esposa a Pattie Boyd, los looks que tenía, esa mata larga y la grandiosa barba que lució entre 1969 y 1971 —era envidiable— y, sobre todo, porque me negué rotundamente a ser parte de los que idolatran a John Lennon o de los que aman a Paul McCartney. Siempre he dicho que Harrison es el más “cool” de todos los Beatles.

 

El llamado beatle callado fue uno de los músicos más influyentes, no solamente por la gran calidad de su música, sino también por el gran guitarrista que fue. A él se deben muchos de los extraordinarios solos o ritmos en las composiciones del Cuarteto de Liverpool. Desgraciadamente, siempre fue menospreciado por Lennon y McCartney, y eso se puede ver perfectamente en el documental Get Back, donde, en las sesiones de ese álbum (que a la postre se llamaría Let It Be), George les muestra la canción “All Things Must Pass”, que de forma unánime y tajante rechazan. Harrison les echaría en cara el gran error de haberlo menospreciado durante sus días como beatle.

 

Con mucho material que tenía guardado desde 1968, George Harrison graba el magnífico “All Things Must Pass” (1970), un disco triple de gran calidad. Ninguna canción está de relleno: hay joyas absolutas como “My Sweet Lord”, “What Is Life”, “If Not for You”, “Beware of Darkness”, entre otras. No conforme con esto, organizó el primer evento de rock con fines benéficos: el Concierto para Bangladesh, donde desfilaron varios artistas que aportaron a la causa.

 

Con un gran inicio en su carrera solista, desgraciadamente poco a poco vino a la baja; no pudo sostener la gran calidad de sus composiciones como se auguraba. Sin embargo, tiene una discografía solista bastante respetable e interesante, como su álbum con los míticos Traveling Wilburys, conformado por puro peso pesado: Bob Dylan, Tom Petty, Jeff Lynne y el gran Roy Orbison.

 

En 1999, gracias a la pronta reacción y ayuda de su esposa, se salvó de morir acuchillado en su casa. Un sujeto entró a la casa de los Harrison con la intención de matarlo. Afortunadamente sobrevivió al terrible ataque, pero, por desgracia, a pesar de todos los esfuerzos, el cáncer de pulmón venció a George Harrison ese 29 de noviembre. Todas las guitarras del mundo lloraron.

 

La foto que acompaña este escrito es del periódico La Jornada. Lo compré un sábado 1 de diciembre de 2001, en un puesto de revistas cerca de la estación Buenavista. Es muy probable que esa mañana me dirigiera al Tianguis Cultural del Chopo. Desde hace 24 años lo conservo en mi humilde hemeroteca.

 

Hare Krishna, mi buen George Harrison.

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