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sábado, 25 de octubre de 2025

Mellon Collie & The Infinite Sadness


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

The Smashing Pumpkins es una banda de rock alternativo que se formó en Chicago bajo el liderazgo de Billy Corgan. Conocidos por su sonido denso e inquietante, que combina guitarras potentes con melodías etéreas, disfrutaron de un gran éxito en los noventa con álbumes legendarios como “Siamese Dream” y “Mellon Collie & The Infinite Sadness”, su obra maestra.

 

Descrito por Corgan como el “The Wall de los noventa”, “Mellon Collie…” fue, sin lugar a dudas, el último gran disco del rock alternativo. Sus canciones simbolizaron el final para una generación que escuchó a Nirvana, a Pearl Jam y a Soundgarden en toda su gloria. Luego de emocionar a propios y extraños, estas bandas cederían su lugar a otras propuestas más afines con el próximo milenio.

 

Planeado como un viaje emocional a través del dolor, la desesperación, la rabia y la belleza, el álbum exploró un amplio espectro de estilos, desde el heavy rock hasta las baladas orquestales. Producido por Billy Corgan con Flood y Alan Moulder, incluyó clásicos como “1979”, “Tonight, Tonight” y “Bullet With Butterfly Wings”, entre muchos otros. Su enfoque conceptual y riqueza sonora lo convirtieron en un hito generacional y una muestra de la ambición artística de la banda en todo su esplendor.

 

Después de registrar más de cincuenta canciones durante las sesiones de grabación, “Mellon Collie…” quedó finalmente con 28 pistas, cuidadosamente seleccionadas y dispuestas como si fueran capítulos de un ciclo vital. Cada una representaba un fragmento del viaje humano —el nacimiento, la inocencia, la desesperanza, la ira, la redención y, finalmente, la muerte—. De este modo, el disco no solo fue una obra monumental por su extensión, sino también una meditación profunda sobre el tiempo, la pérdida y la fugacidad de la juventud.

 

Más que un álbum, “Mellon Collie & The Infinite Sadness” se convirtió en un universo propio: una epopeya musical donde el ruido y la belleza coexisten en un mismo espacio. En él, The Smashing Pumpkins alcanzaron la cúspide de su creatividad para dejar una huella imborrable en la historia del rock y en el corazón de toda una generación que, aún hoy, aún escucha esas canciones como si fueran un eco del pasado que se niega a desaparecer.

 

Tiny Desk: 31 Minutos


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Desde hace unos años, las sesiones del Tiny Desk se han vuelto muy populares. Grandes artistas y músicos emergentes han pisado las oficinas de la National Public Radio (NPR), ubicadas en Washington, Estados Unidos, para presentarse en formato acústico. Lo más distintivo es que estas actuaciones se realizan literalmente detrás de un escritorio; tal cual, los artistas tocan dentro de una oficina.

 

Hace un par de semanas, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, este famoso escenario recibió a 31 Minutos, la exitosa serie chilena que ha sido ampliamente aclamada por su original propuesta. Seré muy sincero: este escrito no surge por nostalgia hacia el programa —jamás lo vi—, de hecho, apenas los conocí gracias a su viral, célebre y brillante presentación en el Tiny Desk, aunque ya tenía noción de su existencia.

 

Su actuación me despertó curiosidad, así que decidí verla, y debo admitir que me sorprendió mucho. Repito, nunca había visto la serie ni estaba familiarizado con sus canciones; sin embargo, me parecieron temas geniales que tanto chicos como adultos pueden disfrutar, con letras ingeniosas y divertidas. Además, la banda mostró gran solidez en sus interpretaciones y las marionetas resultaron simplemente encantadoras.

 

Pero 31 Minutos no fue solo nostalgia y personajes entrañables. Tulio y compañía también aprovecharon para hacer una crítica a la cuestión migratoria vigente en Estados Unidos. De hecho, la presentación inicia con la frase: “Soy Tulio Triviño, y esta es la primera vez en Washington de 31 Minutos, que es exactamente el tiempo en que expiran nuestras visas de trabajo.” Vaya manera de arrancar la sesión.

 

Fue un show energético y emotivo, con varias de las canciones más emblemáticas de la serie. En lo personal, me conquistaron con “Objeción Denegada”, acompañada de una escena por demás absurda: en su primera intervención, Bodoque señala a un “amable señor” —el Cocodrilo, una parodia de Trump y referencia a Alligator Alcatraz— que estaba allí para asegurarse del regreso “sano y salvo a casa” del elenco de 31 Minutos. El conejo rojo asegura que, si llegara a existir algún inconveniente, no se preocuparan, pues él llamaría de inmediato a su abogado. Entonces aparece Juan Pablo Sopa con “Objeción Denegada”, precedida por la intro de Better Call Saul. La letra, ligeramente modificada para el show, ironiza sobre la precariedad migratoria: “Alza la mano si se te venció la waiver (programa de Estados Unidos que permite a los chilenos viajar por negocios o turismo hasta por 90 días), alza la mano si tú eres ilegal.” La sátira fue tan directa como necesaria. Vaya momento icónico.

 

A raíz de la sorprendente presentación de 31 Minutos en el Tiny Desk, en su canal de YouTube se subieron varios capítulos de la serie. Pero antes de verlos, vale la pena disfrutar de la actuación completa de estas grandiosas marionetas chilenas en la NPR.

Ace Frehley


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

El jueves 16 de octubre falleció en Morristown, New Jersey, a los 74 años, el guitarrista y miembro fundador de Kiss, Ace Frehley.

 

Kiss siempre me ha parecido una banda sobrevalorada, con discos y canciones bastante flojas en general. Sin embargo, debo confesar que hay dos temas que siempre me han gustado. Más allá del maquillaje y la parafernalia característica de esta banda neoyorquina, contaban con un guitarrista extraordinario que, a pesar de su talento, fue injustamente subestimado: el gran Ace Frehley.

 

Dotado de un gran feeling y, sobre todo, de un groove muy particular para el instrumento de seis cuerdas, Frehley fue el arma secreta que llevó a Kiss al reconocimiento mundial. Difícilmente lo habrían logrado solo con maquillaje. Su talento quedó plenamente demostrado en 1978, cuando, durante el apogeo de la banda, cada integrante decidió lanzar un álbum en solitario. El disco de Frehley fue el más exitoso en ventas —y, por supuesto, en calidad—. De ese trabajo surgió “New York Groove”, tema que años después Soda Stereo samplearía en su canción “Zoom”.

 

Inspiración para toda una generación de guitarristas, Ace influyó y despertó la admiración de grandes figuras de las seis cuerdas como Steve Vai, Mike McCready y Tom Morello, entre muchos otros.

 

El legendario “Spaceman”, como también era conocido, falleció a causa de una hemorragia cerebral. Descanse en paz el gran Ace Frehley.

The Red Shoes


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

Kate Bush es una cantante, compositora y productora inglesa que ha revolucionado la industria musical desde su debut en la década de los setenta. Es mundialmente conocida por su estilo único, dramático y expresivo que agrupa el arte pop con influencias de la literatura, la mitología y la experimentación.

 

Con tan solo 19 años logró el éxito con “Wuthering Heights” y encabezó las listas británicas con una canción que ella misma compuso. Su voz única, su enfoque innovador en la creación musical y su actitud poco convencional la colocaron en una posición influyente y enigmática en la historia de la música moderna.

 

Después de seis sorprendentes álbumes, Kate se mostró completamente libre y desafiante, dispuesta a grabar la música que deseaba, algo que ya había demostrado en el magnífico “The Sensual World”, de 1989. Pese a las libertadas conquistadas, “The Red Shoes”, comercializado en 1993, apareció después de una ruptura amorosa y de los decesos de su madre y de Alan Murphy, su guitarrista, lo que influyó en la lírica y el sentimiento general del disco.

 

Por otra parte, éste fue grabado para interpretarse en directo, lo que orientó a un estilo menos complicado y sí más accesible, según sus detractores, y se integró con el filme “The Line, The Cross & The Curve”.

 

Enternecedor pero incómodo, la lírica es quizá menos arriesgada que en sus primeros discos. Con todo, “The Red Shoes” nos regaló auténticos clásicos: “Moments Of Pleasure”, “Rubberband Girl” y “The Song Of Salomon”, entre otras muchas. Llegué a escucharlo gracias Prince, pues en aquella época buscaba todas las colaboraciones del geniecillo de Minneapolis para añadirlas a mi colección de música. Sí, lo sé, qué pena que no la haya descubierto antes. Pese a lo sobreproducidas que están algunas de las pistas, amo a este álbum como a ningún otro.

 

“The Red Shoes” se disfraza de tristeza y rabia casi abrumadoras. Los retrasos y cambios de dirección lo arrastraron a un lugar nada acertado: la decepción, el intenso dolor y la crítica brutal. Pero aun así fue un disco de Kate Bush, y eso significa que en él encontramos resplandor y talento desbordados. ¿Cómo abominar “Eat The Music”, “You’re The One”, “Lily”, “Why Should I Love You?”, o “And So Is Love”? Todas fueron (son) magnificas, aunque no “funcionaran” en conjunto.

 

La recepción fue mala en Estados Unidos, donde Kate había logrado popularidad gracias a “The Sensual World”. La prensa lo catalogó de raro y desarticulado (sin separar su lado más “pop” hasta el momento).

 

Uno de los mayores problemas de “The Red Shoes” fue su largo y turbulento proceso de desarrollo. Proclamado originalmente para su lanzamiento en verano, éste se pospuso repetidamente a medida que la vida personal de Kate se complicaba cada vez más. Pasaron tantos años entre el anuncio y el lanzamiento que muchos asumieron que nunca se publicaría, e incluso que Kate podría no volver a publicar música.

 

Cuando finalmente se reveló que estaba regrabando y reelaborando gran parte del material, no fue de extrañar que muchas canciones sonaran recargadas y sobrecargadas, carentes de la espontaneidad característica de sus trabajos anteriores. Esto se nota especialmente en temas como “Eat the Music”, donde la producción suena forzada, como si la canción no pudiera decidir qué quería ser.

 

Por otra parte, el concepto original del álbum, inspirado en la película de 1948 “Las Zapatillas Rojas”, se transformó en algo más difuso. Comenzó como un álbum conceptual sobre la creación artística, luego se convirtió en una colección de canciones basadas en cuentos y libros, y finalmente, reflejó los traumas personales de la artista, desde relaciones rotas hasta la muerte de su madre, de una manera cruda y directa.

 

Sin embargo, “The Red Shoes” es un recorrido lleno de desconsuelo, honestidad y liberación. Eso lo hace único y diferente a otros álbumes. Sí, es quizá el más controvertido, pero nadie podrá cuestionar sus pinceladas de tragedia y ludicidad.

 

Un disco incómodo, caótico, desgarrador, y a veces incluso frustrante. Pero también honesto, arriesgado y lleno de momentos brillantes. No fue lo que muchos fans querían, y en eso radica parte de su historia y su conflicto.

 

sábado, 11 de octubre de 2025

One Size Fits All


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

Frank Zappa fue un músico, compositor y productor estadounidense que desafió cualquier clasificación. Fue conocido por su virtuosismo, su apasionada independencia artística y su aguda crítica a la política, la religión y la cultura pop. Fusionó rock, jazz, música clásica y vanguardia en una obra compleja y provocadora, dejando un legado monumental que desafía cualquier etiqueta. Un genio absoluto.

 

Lo conocí en 1993, cuando partió de este mundo. Me arrepentí muchísimo de no haberlo escuchado antes para disfrutarlo al máximo. Eso sí, debo admitir que siempre he disfrutado más su trabajo como solista que el que comercializó con The Mothers of Invention, su banda pionera del rock experimental y la sátira social durante los sesenta y setenta.

 

Zappa lanzó con The Mothers “One Size Fits All” en 1975. Fue su décimo álbum, con la participación de George Duke, Chester Thompson, Ruth Underwood, Tom Fowler y Napoleon Murphy Brock. Un trabajo sorprendente, turbulento y hasta embriagante. Quizá su tibia recepción se debió a que fue precedido por “Apostrophe (’)” y “Roxy & Elsewhere”. Aun así, se trata de una colección de súper rolas que se movió entre el jazz rock y el rock progresivo.

 

Es un disco cargado de guitarras heroicas, una estructura musical muy adelantada a su tiempo, letras impregnadas de humor mordaz, toques espontáneos de blues rock y muchas canciones desenfrenadas y confusas, totalmente ajenas al pop rock de aquella época.

 

One Size nos regaló temazos como “Inca Roads”, el tema inicial: una hazaña de jazz fusión compuesta de distintas secciones con tintes tan dispares como alucinantes; “San Ber’dino”, una rola inspirada en los días que Zappa pasó en la cárcel de San Bernardino por un cargo de obscenidad a principios de los sesenta; “Po - Jama People”, un increíble rock jam de dos acordes que suena aún mejor en directo; “Andy”, una melodía que brilla por su sección rítmica, y “Sofa 1”, un majestuoso instrumental.

 

Después de cincuenta años, este glorioso álbum recibe un tratamiento especial para ser relanzado en distintos formatos, aunque el más deleitable es el super deluxe de cinco discos, que incluye cuatro volúmenes y un Blu ray, sumando en total 58 pistas, junto con un folleto de 36 páginas, fotos inéditas, además de notas y nuevos ensayos históricos del destacado periodista musical David Fricke y de Ruth Underwood, miembro de Zappa/Mothers.

 

El sueño de cualquier fanático de Zappa: remezclas, tomas alternas, ensayos, sesiones descartadas y presentaciones en directo. Todo registrado entre agosto de 1974 y abril de 1975 en Record Plant y Paramount Studios, en Los Ángeles.

 

Resulta imposible destacar un tema por encima de otro, pero, en lo personal, amé los rough mixes de “San Ber’dino”, “Inca Roads” y “Andy”. Del mismo modo, “Florentine Pogen” sobresale con las diferentes versiones incluidas.

 

Los temas en directo son brutales gracias a la química entre los músicos, las improvisaciones y las excentricidades vocales. Un conciertazo que vale su duración en oro.

 

Una reedición que, sí o sí, va directo a la colección.

Marvin Pontiac


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Marvin Pontiac fue un extraordinario músico de blues que, según cuenta la leyenda, fue acusado por el mismísimo Little Walter de imitarlo en su manera de tocar la armónica. Nació en Detroit en 1932, hijo de una madre judía neoyorquina y de un padre originario de Malí, quien los abandonó en 1934. Dos años después, Marvin se fue a vivir con su progenitor a dicho país, donde absorbió profundamente las tradiciones musicales locales.

 

A los 15 años llegó a Chicago, pero la Ciudad de los Vientos no le cayó bien, por lo que se mudó a Lubbock, Texas. Allí se estableció y consiguió un contrato discográfico con el sello Austin Acorn, logrando un éxito local con el tema “I’m A Doggy”. Sin embargo, no logró consolidar una carrera discográfica constante. Tras una vida accidentada, falleció en 1977 al ser atropellado por un autobús.

 

Queridos lectores, lo que acaban de leer es una gran mentira. Así es, no es broma: Marvin Pontiac nunca existió. Es solamente un personaje ficticio que representa el alter ego del líder de una agrupación de culto llamada “The Lounge Lizards” y de la “John Lurie National Orchestra”. Efectivamente, nos referimos al excepcional músico de jazz John Lurie.

 

Lurie, en un momento de su carrera en que no deseaba ser encasillado, creó a Marvin Pontiac para dar rienda suelta a una propuesta musical que mezcla blues, jazz, rock y ritmos africanos. Todo esto se concentra en el estupendo “The Legendary Marvin Pontiac: Greatest Hits”, discazo de 1999.

 

Acompañado de músicos brillantes, Lurie logra ejecutar un blues denso, como en la mencionada “I’m A Doggy” (muy al estilo de Taj Mahal). Sin embargo, también rinde homenaje al sonido del Delta, como se aprecia en la bellísima “She Ain’t Going Home” (¡banjo incluido, eh!). Y, para ser coherente con la biografía ficticia de Pontiac, se hacen evidentes las raíces africanas del bluesman en “Small Car”, con un ritmo hipnótico y unos metales sensacionales. También hay espacio para el afrobeat con “Wanna Wanna”, que realmente parece una canción firmada por el mismísimo Fela Kuti.

 

Aunque estamos ante un gran trabajo dentro del blues, Lurie también se da tiempo para explorar la música experimental. “Power”, por ejemplo, está construida sobre ruidos, chelo y voces distorsionadas; esta pieza me recuerda mucho a Tom Waits.

 

John Lurie no estuvo solo en la grabación de este portentoso álbum: se hizo acompañar de grandes músicos, entre ellos Marc Ribot y John Medeski. Puro peso pesado.

 

El disco compacto venía acompañado de un cuadernillo que incluía la biografía del ficticio músico, así como opiniones de otros grandes artistas que manifestaban su admiración y la supuesta influencia que Marvin tuvo en ellos. Por ejemplo: Iggy Pop, Leonard Cohen, Beck, entre otros. Vaya manera de llevar la farsa hasta el límite.

 

Lo que sí no es una farsa es la gran calidad del disco. Es absolutamente hermoso y propositivo. A pesar de presentarse como un álbum de blues puro, suena —y sigue sonando— actual y contemporáneo.

Tensión Tour//Live 2025


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

Mi admiración por Kylie Minogue está fuera de discusión, pues la sigo con tremenda religiosidad desde que le escuché “Fever” en 2002, cuando llegó a tierras latinoamericanas. Mi amigo Roberto me habló de ella cuando regresó de su estadía en Francia. No se refirió a ella en los mejores términos, pero yo me enganché cuando, tiempo después, durante una visita al Tower Records de Zona Rosa, volvió a mencionarla.

 

Desde entonces he tratado de escucharla tanto como me sea posible, aunque casi siempre paso por alto sus primeros álbumes para centrarme en sus trabajos más recientes (“Impossible Princess”, de 1997, es quizá lo más old que le escucho). Por otra parte, debo confesar que tampoco soy el típico fanático que aplaude toda su música sin chistar. Hay álbumes que simplemente no me gustan. “Gold” y “Tension II” son dos buenos ejemplos.

 

“Tension II”, lanzado en 2024, no fue un gran álbum. Si bien conservó su característico sonido pop dance, careció de la frescura e innovación que la hicieron destacar en otras etapas de su carrera. Muchos de los temas sonaron trillados o sin inspiración, y la producción no logró sobresalir en el panorama pop actual. Frente a esta escasa acogida, Kylie decidió embarcarse rápidamente en una gira mundial y apostar por su fuerte conexión con el público en vivo para capitalizar el nostálgico éxito de sus grandes éxitos, en lugar de invertir más tiempo en impulsar un disco que no tuvo el impacto esperado.

 

El resultado de esta gira fue “Tension Tour//Live 2025”, un álbum que, contrario a su predecesor, ofrece éxitos cargados de nostalgia, una intérprete con un brío contagioso y mucho electropop. Pese a la decepción que “Tension II” me causó, su versión en directo resultó ser una muestra más del por qué Kylie Minogue es la indiscutible princesa del pop. ¡Electrizante!

 

El catálogo musical de la australiana admitió una refrescante actualización para sonar más fuerte que nunca. Los diferentes períodos que Kylie musicalizó alzaron la mano para protagonizar este show multicolor. Todo el repertorio suena genial, pero los temas de “Disco”, “X”, “Aphrodite”, “Tension” y “Light Years” son temazos que reclaman muchísima más atención.

 

Un disco indispensable para los más apasionados, pero que encantará al público casual. Sin peros, aunque me hubiera fascinado la inclusión de más temas de sus últimos tres álbumes.

El Silencio De Los Corderos


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

Hace unos días vi, en la plataforma MUBI, la película “El Silencio de los Inocentes”, como se le conoció en México. Tenía muchos años sin verla. Han pasado 34 años desde su estreno y aún sigue conmocionando. Es, sin duda, una de las grandes joyas de la cinematografía mundial. Además de recomendarla, me gustaría compartir con ustedes algunos datos y curiosidades sobre esta icónica cinta.

 

La película está basada en la novela homónima de Thomas Harris, publicada en 1988.

 

Fue el gran actor Gene Hackman quien compró los derechos de la novela. Su intención era dirigirla y también actuar en ella. En un inicio, deseaba interpretar al Dr. Hannibal Lecter, pero en algún momento perdió el interés en ese papel y prefirió encarnar a Jack Crawford, el jefe del FBI que investiga al asesino serial. Finalmente, Hackman abandonó el proyecto por completo y decidió ni actuar ni dirigir, argumentando que no quería quedar encasillado en papeles “oscuros”. Ese mismo año (1988), había actuado en la poderosa “Mississippi en llamas”.

 

Varios grandes actores fueron considerados para interpretar al doctor caníbal: Sean Connery fue la primera opción, pero declinó. También se pensó en Robert De Niro, Dustin Hoffman, Al Pacino e incluso Daniel Day-Lewis. Fue entonces cuando el director, Ted Tally, recordó a Anthony Hopkins, cuya actuación en “El hombre elefante” lo había impactado. Lo buscó en Londres, le entregó el guion y Hopkins aceptó interpretar al mítico Lecter.

 

Si el casting masculino fue competitivo, el femenino no se quedó atrás. Jodie Foster nunca estuvo entre las primeras opciones. En realidad, se pensó en Michelle Pfeiffer, pero ella rechazó el papel argumentando que la historia era demasiado oscura, y prefirió seguir en el camino seguro de las comedias románticas. También se consideró a Laura Dern, pero no convencía a los ejecutivos del estudio. Al final, Jodie Foster logró quedarse con el personaje de la agente Clarice Starling tras un casting difícil.

 

La icónica máscara de Hannibal Lecter fue diseñada por Ed Cubberly, quien se dedicaba a fabricar máscaras para arqueros de la NHL. Con algunos ajustes, logró un diseño aterrador y completamente original.

 

La película tuvo un presupuesto de 19 millones de dólares y recaudó casi 300 millones en taquilla. Nada mal para una historia tan oscura y compleja.

 

Hannibal Lecter es inolvidable: seductor, brillante y aterrador. La actuación de Anthony Hopkins fue tan extraordinaria que le valió el Oscar a Mejor Actor. Lo sorprendente es que su personaje solo aparece en pantalla alrededor de 20 minutos. Hasta la fecha, ha sido el único actor en ganar la estatuilla con tan poco tiempo de aparición en una película.

 

Han pasado más de tres décadas y “El Silencio de los Inocentes” sigue impactando, perturbando y fascinando a nuevos espectadores. Una gran película que, sin duda, envejece con dignidad y sigue marcando un estándar altísimo dentro del cine de suspenso y terror psicológico.

sábado, 4 de octubre de 2025

Joe’s Garage


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

Frank Zappa fue un compositor, guitarrista y productor estadounidense cuya obra desafía cualquier clasificación. Tremendamente activo desde mediados de los sesenta hasta su muerte en 1993, Zappa se distinguió por su prolífica producción —más de 60 álbumes en vida— y por su estilo irreverente que fusionó rock, jazz, música clásica contemporánea, doo wop y sátira social.

 

Formado por cuenta propia e independiente, Zappa no solo fue un innovador musical, sino también un crítico mordaz de la política, los medios y la censura, hasta consolidarse como un referente de la libertad artística y el pensamiento crítico.

 

Escuché a este titán de la música gracias a mi hermano, quien compró “Strictly Commercial”, una colección que introducía al público más neófito a su grandioso mundo, con todos los desafíos que eso implicó. Confieso que, en aquel momento, fue muy difícil elegir mis canciones favoritas, aunque estoy seguro de que el sencillo “Joe’s Garage” estaba entre las elegidas.

 

El álbum, dividido en tres actos repartidos originalmente en igual número de discos, llegó tarde a mi colección porque no era fácil obtener todo el material disponible en las tiendas de discos. Pero, al final, llegó porque mi hermano lo adquirió antes que yo.

 

Personal y directo, algo bastante inusual en la enormísima discografía zappiana, “Joe’s Garage” es una suerte de ópera rock con todos los elementos posibles: maestría musical de altísimo nivel, burla social, humor pop sardónico, canciones complejas, mezcla de estilos, letras sin filtro y un humor bastante torcido. Con todo, es un gran álbum para quienes no lo conocen y deseen sorprenderse a lo grande.

 

Lanzado en 1979, un año súper fructífero porque durante este periodo Zappa publicó siete discos, “Joe’s Garage” sobresale gracias a su minuciosa producción y al uso del xenochrony, una técnica musical inventada y popularizada por Frank Zappa, en la que se toma una grabación hecha en un momento y contexto musical determinado, y se inserta en una pieza completamente diferente, con una métrica, tonalidad o tempo distintos.

 

“Joe’s Garage”, narrado y guiado por el “escrutador central”, nos relata lo que puede ocurrir si se elige una carrera musical. Joe, el protagonista, se presenta cuando acude a un garaje para tocar e improvisar con sus amigos. Mientras el disco avanza, Joe y su banda consiguen su primer contrato discográfico y, con él, llegan las giras y las groupies, situación inmortalizada en la sardónica “Catholic Girls”.

 

Mary, la inocente chica católica, narra entonces su funesta transformación en “Crew Slut” para liberarse posteriormente en “Wet T - Shirt Nite”, tan indecorosa, como gloriosa. Zappa en la cúspide de su creatividad. “On The Bus” es una discreta, pero enérgica transición para el siguiente arco.

 

Con el infame título de “Why Does It Hurt When I Pee?”, Zappa nos regala un rock juvenil a propósito. “Lucille Has Messed My Mind Up” es una de mis rolas preferidas. Quizá porque es una balada ligera y enternecedora. “A Token Of My Extreme” inicia el segundo acto, uno que nos presentará “La Primera Iglesia de Appliantology”, con su clara referencia a la cienciología.

 

Después de un acto tan alucinante, “Joe’s Garage” pierde mucha de su fuerza debido a los diálogos del escrutador y la risible trama que marcha sin detenerse. Después de una reprogramación mental, Joe se comunica ahora hasta en alemán (“Stick It Out” registra, con gran surrealismo, el momento), lo que lo lleva a un club donde los electrodomésticos bailan con absoluta libertad. Joe se enamorará de “Sy Borg” para abandonarlo al final.

 

Después de dañar a Sy Borg, nuestro protagonista pisará la cárcel para reparar los deterioros de su amante electrónico. “Dong Work For Yuda” y “Keep It Greasy” refieren lo sucedido con humor, sintetizadores y algunas guitarras.

 

Tantos estragos le producen una enfermedad mental a Joe. “He Used To Cut The Grass” y “Packard Goose”, mayormente instrumentales, contienen solos de guitarra muy atractivos, pero “Watermelon In Easter Hay” nos regala uno de los solos de guitarra más impresionantes de toda la discografía zappiana (y miren que con más de cien discos editados hay para escoger a gusto).

 

“A Little Green Rosetta”, el grand finale, causó muchísimas discordias debido a lo absurda que es. Personalmente me encanta porque siempre me pone de buen humor. Es la única canción en “Joe’s Garage” donde todos los miembros de la banda cantan en el coro final. También hace referencia al baterista Steve Gadd, conocido por ser uno de los más cotizados en la industria musical en ese momento. Por otra parte, Zappa cita la canción “Rang Tang Ding Dong (I Am the Japanese Sandman)”, de The Cellos, una pieza de doo wop de 1957, en la letra.

 

“Joe’s Garage” no solo es una ópera rock delirante: es un manifiesto artístico sobre la represión, la identidad, la libertad de expresión y los excesos de la industria musical. Con un entramado técnico formidable, Zappa construyó un universo donde lo escatológico y lo sublime coincidieron sin pedir disculpas. El álbum fue un retrato ácido de los americanos y sus miedos, su hipocresía sexual, su religión hecha mercancía y su odio por lo distinto. Todo esto narrado con humor corrosivo, teatralidad desbordada y una destreza musical que desafió etiquetas. Es, sin duda, una de las obras más ambiciosas y reveladoras de la discografía de Frank Zappa —y quizás, de toda la música popular del siglo XX.

Keith Moon


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

“Todavía estoy esperando que se trate de otra de sus bromas pesadas y que Keith se levante para reírse de todos nosotros”,

Roger Daltrey

 

El pasado 7 de septiembre, pero de 1978, dejó este mundo uno de los grandes músicos —particularmente baterista—: el gran, genial y admiradísimo Keith Moon, integrante de esa sensacional banda llamada The Who y, para un servidor, el GOT de la batería de todos los tiempos.

 

Fanático de la música surf, Moon nació en Londres, Inglaterra, un 23 de agosto de 1946. Se unió a The Who en 1964 y, desde un inicio, destacó por su manera tan potente y hasta desquiciada de tocar la batería. No importaba el género (soul, blues, surf o rock), siempre ejecutaba con una maestría que pocos —o nadie— lograban igualar. Con el paso del tiempo aparecieron otros músicos igualmente virtuosos y con su propio toque de locura, pero Moon siempre fue el mejor. Parecía que, al sentarse frente al instrumento, se fusionaba con él: lo que se escuchaba era un estruendo rítmico, ensordecedor y, sobre todo, orgánico.

 

Siempre he sostenido que la base rítmica de The Who es única y la mejor que pudo haber existido en la historia de la música. Keith Moon, junto con John Entwistle (bajista), formaban una dupla sorprendente y absolutamente solvente.

 

Desde temprana edad, Keith mostró una hiperactividad —y una locura— naturales. Si a eso le añadimos su adicción al alcohol y a las drogas, la combinación resultaba explosiva. Literal. Sus excesos fueron inverosímiles, nunca antes vistos ni documentados. Basta recordar su debut en la televisión norteamericana en el programa Smothers Brothers Show, donde interpretaron su himno “My Generation”. Hacia el final de la actuación, Pete Townshend azotó su guitarra hasta destrozarla (algo bastante habitual en él), pero Moon se unió al frenesí pateando su batería hasta hacerla volar. Y no es una metáfora: había colocado pólvora dentro del instrumento y lo hizo estallar, provocando un caos absoluto. A Townshend se le quemó el cabello y sufrió una sordera parcial de por vida. Keith, sorprendentemente, salió ileso, pese a haber recibido el impacto directo. Esta mítica actuación puede verse en el filme “The Kids Are Alright”.

 

Otro episodio delirante ocurrió cuando Moon cumplió 21 años. Estaban de gira y se encontraban en Flint, Michigan, hospedados en un Holiday Inn. Allí se organizó la fiesta de cumpleaños, y, como imaginarán, fue una orgía de alcohol, drogas y mujeres. En algún momento, la discográfica mandó un pastel del cual salió una chica. Keith la ignoró por completo (supongo que ya había tenido suficiente sexo) y, en su lugar, tomó un pedazo del pastel y comenzó una guerra. Todos participaron, al grado de salir al lobby a atacar a huéspedes y empleados. El personal del hotel intentó calmar la situación, pero Moon, lejos de tranquilizarse, corrió hacia un Lincoln Continental, se subió y, al quitarle el freno, terminó por lanzarlo directo a la alberca. Este episodio le valió a The Who ser vetados de por vida por esa cadena hotelera. Vaya momento hilarante.

 

Otra de sus aficiones era destrozar habitaciones de hotel y usar los disfraces más insólitos. En una ocasión, incluso salió a caminar por la calle vestido con un uniforme nazi.

 

Desgraciadamente, todos estos excesos lo llevaron a una muerte prematura. En la fiesta anual de Buddy Holly organizada por Paul McCartney —en la que, por cierto, se estrenó la película “The Buddy Holly Story”, protagonizada por Gary Busey—, Moon estuvo presente y, curiosamente, se mostró tranquilo. Intentaba desintoxicarse de sus adicciones. Al terminar la celebración, regresó a su vivienda y allí ingirió 26 pastillas de Heminevrin, lo que le provocó una sobredosis fatal. Cuando llegaron los médicos ya no pudieron hacer nada para reanimarlo. Se había ido el mejor —o uno de los mejores— bateristas de la historia.

 

Curiosamente, cuatro años antes, en esos mismos apartamentos ubicados en el número 12 de Curzon Place 9, Shepherd Market, Mayfair, había fallecido la cantante Cass Elliot.

 

Moon the Loon tenía apenas 32 años cuando murió.

Avándaro


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

Recientemente se puede ver en las salas de cine la película “Autos, Mota y Rocanrol” (¡qué título tan más infame!). Pero, tranquilos, no vamos a reseñarla. Desde el nombre y el tráiler, no me anima en lo absoluto. Sin embargo, el tema que aborda me inspiró para este escrito. Esto sucedió hace 54 años en el Estado de México: “El Festival de Rock y Ruedas en Avándaro”.

 

Después de los tristes sucesos de junio de ese año —el Halconazo—, se celebraría, los días 11 y 12 de septiembre, un evento automotriz (exhibiciones y carreras) que, como mero complemento, incluiría presentaciones de algunas bandas de rock.

 

Sin embargo, la música eclipsó por completo a las competencias. La vibra jipi, el deseo de los jóvenes por sobrevivir a la resaca emocional tras los traumáticos eventos de Tlatelolco en el ‘68 y del mencionado Halconazo, sumado a la amplia cobertura de Radio Juventud, hicieron que el entusiasmo creciera enormemente. Se dijo que participarían las mejores bandas de rock de México: Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace And Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki con Mayita Campos, La Tinta Blanca, El Amor y Three Souls In My Mind.

 

Los grandes ausentes fueron Love Army —que no llegaron por un percance automovilístico— y los mamoncitos de Javier Bátiz y La Revolución de Emiliano Zapata, quienes alegaron que se les pagaría una miseria y que ellos eran grandes estrellas.

 

La magnitud que alcanzó el evento fue inaudita. Cerca de cien mil personas (algunos aseguran que fueron doscientos mil) llegaron a la región de Avándaro para presenciar y disfrutar el llamado “Woodstock Mexicano”. A mi parecer, una exageración.

 

Avándaro, en mi opinión, más que representar el pináculo de una generación (como sí lo fue Woodstock para el jipismo), se convirtió en una tremenda losa para el rock mexicano. No le permitió evolucionar ni madurar para alcanzar un crecimiento genuino. Al contrario, representó un retroceso que lo mandó directo a las catacumbas. El gobierno en turno fue, casi por completo, el principal responsable de esto. Tenía las manos manchadas con la sangre de muchos estudiantes y disidentes sociales (en su mayoría jóvenes), y lo que menos quería era un despertar generacional que comenzaba a cuestionarlo todo, al igual que la sociedad en general.

 

Sin embargo, Avándaro mostró que era posible la reunión de miles de jóvenes —como ya lo habían demostrado tres años antes, durante las manifestaciones del movimiento estudiantil—, pero ahora en un contexto distinto. A pesar del consumo de alcohol y drogas, no hubo incidentes graves de violencia. De hecho, se ha visto más violencia en partidos de fútbol de la liga mexicana que en aquel festival.

 

Hay tres momentos importantes —y hasta icónicos— que vale la pena destacar de Avándaro:

 

Durante la presentación de la sensacional banda Peace And Love, mientras interpretaban “Mariguana”, el vocalista Felipe Maldonado estaba tan entusiasmado que lanzó un sonoro: “¡Chingue a su madre el que no cante!”. El festival estaba siendo transmitido por Radio Juventud, que interrumpió de inmediato la transmisión después del grito. Recordemos: era 1971, otros tiempos, y la sociedad moralina que imperaba en México no podía tolerar semejante “atrocidad”.

 

Entre las actuaciones de El Epílogo y La División del Norte, una chica se subió a un camión de mudanzas de la compañía “Mudanzas Galván”, comenzó a bailar y a desnudarse. Su nombre era Alma Rosa González López, aunque hay quienes aseguran que en realidad se trataba de Laura Patricia Rodríguez González. Vaya usted a saber. Lo cierto es que quien ganó notoriedad fue Alma, originaria de Monterrey, Nuevo León. Desde entonces, se le conoció como “La encuerada de Avándaro”, inmortalizada en una entrevista para la revista Piedra Rodante y hasta en una canción de Alejandro Lora.

 

El tercer momento sucedió casi al final del festival, gracias al grupo Three Souls In My Mind. En una entrevista, Alejandro Lora contó que los “agandallaron” y los pusieron al final, ya que ninguno de ellos estuvo presente en la reunión donde se discutieron los honorarios y el orden de aparición de las bandas. Pero fue lo mejor que les pudo haber pasado, y así lo reconoció él. Salieron prácticamente al amanecer del 12 de septiembre. Durante su presentación, interpretaron “Street Fighting Man” de los Stones y se la dedicaron a los caídos en el Halconazo. Fue uno de los pocos y auténticos momentos en los que el rock mexicano se politizó y mostró empatía con un movimiento social.

 

Pocas cosas rescato de Avándaro. Aun así, es un hito dentro de la historia del país, con grandes repercusiones sociales y culturales. Desgraciadamente, en lo que respecta al rock mexicano, no dejó ninguna consecuencia positiva. Tendría que pasar casi una década para que surgiera una nueva generación de jóvenes que volviera a poner al rock nacional en la palestra.

 

Pero como dijera la doñita del banco: “Esa es otra historia”.

Attila

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