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sábado, 29 de marzo de 2025

35 años de Violator

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

El 19 de marzo se cumplieron 35 años de la obra maestra de Depeche Mode: “Violator”, su séptimo álbum de estudio.

 

Estaba en secundaria cuando se escuchaba en la radio el primer sencillo de este icónico disco, “Personal Jesus”. Con este disco y esta canción, la banda de Basildon alcanzaba el estrellato pop, mejor dicho, del synthpop. Sin embargo, catalogarlo de esta manera sería reducirlo a una etiqueta mínima. La verdad es que Depeche Mode es una agrupación de rock e incluso de gothic rock. Ellos pueden presumir de ser una banda gótica más que muchas otras que lo pretenden, y un buen ejemplo de esto es “Violator”.

 

Es con “Violator” que Martin Gore se encumbra y hasta diría que monopoliza las composiciones, pero Dave Gahan es la voz. Lo que realmente importa es que ambos se han necesitado mutuamente para dar vida a Depeche Mode, y en 1990 los dos se encontraban en una madurez y talento plenos, los cuales se plasmaron en este disco. Además, habría que agregar que, para lograr esa madurez, se apoyaron en el productor Mark Ellis, mejor conocido como Flood, con quien trabajaron entre 1990 y 1994.

 

Hasta 1988, el sello de la casa eran los sintetizadores, pero en 1990 los ingleses cambiaron esa fórmula y, en ese momento, el sonido preponderante fueron las guitarras. Un claro ejemplo de esto es el blues electrónico de “Personal Jesus” o la melancólica y arrebatadora “Enjoy the Silence”. Aunque no se dejaron de lado los sintetizadores ni el sonido electrónico, ya no suenan tan industriales ni fríos, y son menos marciales, como en las increíbles “World in My Eyes” o “Policy of Truth” (aún sigo lamentando que no la hayan incluido en su concierto de hace dos años en la CDMX).

 

Si el sonido es oscuro y fuerte, las letras no desentonan en lo absoluto. Todas ellas plasman las inquietudes que tenía Gore en ese momento de su vida: sus fetiches sexuales, la religión y las drogas. Estas razones son las que hacen de “Violator” un disco oscuro y depresivo, porque habla de dolor. Un ejemplo de esto es “Clean”, una canción que aborda los efectos de las drogas en uno, pero no es una canción de rehabilitación, sino un matiz dentro del dolor. Me recuerda a “Hurt”, de Trent Reznor.

 

“Violator” tiene un lugar excepcional en la historia de la música. Sigue tan vigente como hace 35 años, no ha envejecido en lo absoluto. Me faltan palabras para referirme a esta banda y a este álbum, toda una obra de arte, maestra y eterna.

 

Graffiti Bridge


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Debo confesarles, estimadísimos lectores, que “Graffiti Bridge” fue el primer trabajo de Prince que realmente me decepcionó. Cuando lo adquirí, solo conocía “Thieves In The Temple”, que se compiló en el primer volumen de The Hits & The B Sides, lanzado en 1993, dos años después del disco que les reseño. Por alguna razón, mi interés en él era mínimo, pero nunca creí que fuera un descalabro casi total.

 

Quizá deba mencionarles que conocí a Prince y su increíble música en 1994, cuando presentó, de manera casi simultánea, el EP “The Most Beautiful Girl In The World” y los álbumes “Come” y “The Black Album”, tan dispares como espectaculares. Las primeras grabaciones que adquirí de él me enloquecieron, pero debo admitir que, en ese momento, triunfaban a lo grande Soundgarden, Pavement y Nirvana, y, admitámoslo, “Graffiti Bridge” sonaba completamente fuera de moda. No lograba dar con el tono ni con los esteroides más punzantes.

 

Otra de las razones que probablemente impidieron mi deleite fue el espantoso filme que lo acompañó. “Graffiti Bridge”, la película, fue (y sigue siendo) indefendible. Es aburrida, incongruente y nada memorable. El soundtrack, para empeorar la situación, es una larguísima colección de temas poco inspirados de Prince, The Time, Mavis Staples, Tevin Campbell y George Clinton, aunque defenderé la participación de este último porque “We Can Funk” (que resultó ser una recomposición de “We Can Fuck”, de 1983, que después se conoció como “The Dawn” y “Moral Majority”) es una chingonería. La historia habría sido distinta si solo se hubieran incluido las canciones de Prince.

 

Para empeorar la situación, es importante señalar que el geniecillo de Minneapolis se encontraba de gira en Europa y Japón y tenía que terminar la película, sin considerar los problemas que de ella resultaron. Quizá esto dio lugar a la selección de temas guardados en la (ahora) célebre bóveda para lanzar una especie de “grandes éxitos” de puro material inédito. ¡Y vaya que Prince tenía material de sobra para escoger! Según algunos biógrafos, al momento de sus primeras configuraciones, se pensó en la inclusión de temas como “Ruthie Washington Jet Blues”, “Camille”, “Everything Could Be So Fine”, “XYZ”, “Crucial”, “Power Fantastic”, “Beatown”, “Big Tall Wall”, “The Grand Progression”, “U”, “Cool 1990”, “Billie Holiday”, “Stimulation” y “Born Free”. De todas éstas, solo tres han sido lanzadas oficialmente.

 

Del mismo modo, les cuento que el disco nunca se emparentó con el proyecto “Rave Unto The Joy Fantastic”, que nunca se compendió ni lanzó en 1988, cuando se supo de su existencia.

 

Descalabros atrás, quizá se pregunten por qué les reseño “Graffiti Bridge” si tanto me disgusta. Porque, al final, es un larga duración de Prince y eso siempre apunta a buena música. Sublime, diría yo. “Joy In Repetition” se encuentra, fácilmente, entre las veinte mejores canciones de su majestad púrpura. Es una rola sucia respaldada por un solo de guitarra grandilocuente (en el mejor de los sentidos). En pocas ocasiones escucharás al de Minneapolis tan inspirado.

 

“Thieves In The Temple”, grabada al final de las sesiones que deribaron en “Graffiti…”, es una inconcebible canción acusatoria, una que sólo Prince podría escribir. En ella, él trata de superar una traición amorosa para arremeter al final. Lo sorprendente de “Ladrones en el Templo” es que se encuentra a medio camino entre un tema bailable y una balada. Los “House Mix” y “House Dub”, con las típicas resonancias de la época, son tremendamente adictivos. Consígalos a la de ya.

 

Por último, “We Can Funk”, a dueto con el maestro George Clinton, otra rola indecorosa (a pesar de lo infantil de las letras) que finaliza con una desorbitada súplica a la copulación libertina. ¡Uf!

 

“The Question Of U”, “Can’t Stop This Feeling I Got” y “Still Would Stand All Time” son tan dignísimas como placenteras y recomendables.

 

 

 

 

The Great Crossover Potential


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Deambulaba por el ya desaparecido Mix Up Zona Rosa cuando me topé con “Homogenic” de Björk, en 1997. Decenas de discos, en múltiples formatos, estaban acomodados en un escaparate para que las personas se acercaran y la descubrieran. Fue así como me entusiasmé con su música. Poco a poco fui conociéndola y escuchando las canciones que grabó antes de esa obra maestra. Desdichadamente, mi economía era todo menos robusta, por lo que tardé un tiempo en dar con los álbumes de The Sugarcubes, la banda con la que la islandesa grabó antes de conquistar al mundo con “Debut” en 1993.

 

The Sugarcubes se formaron en 1986, y fueron muy conocidos por su estilo experimental y ecléctico que fusionaba rock alternativo, post punk y elementos de la música electrónica. La agrupación catapultó a Björk al estrellato internacional gracias a su éxito “Birthday”. Si bien su carrera fue efímera, con solo tres álbumes de estudio (“Life’s Too Good”, “Here Today, Tomorrow Next Week” y “Stick Around For Joy”), su impacto en la música alternativa de los años 90 fue significativo, antes de que Björk emprendiera su exitosa carrera en solitario.

 

Pese al buen desempeño comercial de sus trabajos discográficos, múltiples factores causaron su separación. Muchos fanáticos de Björk sugirieron que el estilo provocador y excéntrico de Einar Örn Benediktsson (encargado de la voz y las trompetas) fue el detonante. En lo personal, debo reconocer que nunca me gustó el timbre de Benediktsson (en muchas ocasiones pensé que sus intervenciones arruinaron las canciones), pero no puedo asegurarlo. Todo apunta a que tanto las pretensiones artísticas de The Sugarcubes como los intereses personales de sus miembros suscitaron la ruptura.

 

“The Great Crossover Potential”, comercializado originalmente en 1998, es su único álbum de grandes éxitos, uno muy completo y disfrutable (aunque en él no encontramos nada inédito o rarezas). Escucharlos nos permite el descubrimiento de una intrépida mezcla de géneros como el rock alternativo, el pop experimental y la electrónica.

 

Temazos como “Birthday”, “Hit”, “Planet”, “Regina”, “Coldsweat”, “Deus” y “Motorcrash”, entre otros, son esenciales para los seguidores del grupo y los incondicionales de la señora Guðmundsdóttir, una de las artistas (con mayúsculas) más originales que hay en la actualidad. “Chihuahua” es un gusto culposo, lo admito (quizá este tema debió ser reemplazado por “Fucking In Rhythm & Sorrow”).

 

Disponible en múltiples formatos.

Nightclubbing


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Lanzado en 1981, el quinto álbum de estudio de Grace Jones, “Nightclubbing”, no solo estableció a la artista como un ícono musical y de la moda, sino que también se convirtió en una piedra angular de la cultura LGBTIQ+ y demostró cómo la música puede desafiar las normas establecidas. La fusión de géneros, la estética provocativa y la voz fría y distante de Jones hicieron de este un trabajo fundamental que marcó un hito en el desarrollo tanto de los éxitos populares como de la música nocturna y underground de la época.

 

Grace Jones es más que una simple cantante. Es una visión completa: una fuerza de la naturaleza, una criatura de la noche cuyo estilo desafió las normas tradicionales de la belleza y la feminidad. En “Nightclubbing”, la dualidad entre lo humano y lo abstracto se reflejó en canciones que combinan funk, reggae, post punk y electrónica. Su singularidad artística brilló en temas como “Pull Up To The Bumper” y “Demolition Man”, donde la percusión y los sintetizadores fueron tan radicales como su estética visual.

 

Sin duda las piezas clave del disco son “Nightclubbing” y “Libertango”, con atmósferas inquietantes y densos ritmos que marcaron la pauta para el resto.

 

El impacto de los clubes nocturnos en la cultura LGBTIQ+ es claro. En la década de 1980, en medio de la crisis del SIDA y el auge de la cultura disco, el mundo de los clubes y bares gay encontró en Grace Jones una musa que celebraba la liberación sexual, la desviación y la individualidad. Las imágenes y actuaciones andróginas de Jones a menudo se percibieron como actos de rebelión contra las normas sexuales y de género, emblemáticas de la comunidad queer. Su presencia en la pista de baile fue tanto un acto político como una expresión artística.

 

“Libertango”, una versión del tango clásico de Astor Piazzolla, se combinó con letras que exploraron el desarraigo y el exilio. Para muchos miembros de la comunidad gay, esta búsqueda de identidad y pertenencia resonó profundamente durante un período histórico en el que, para muchos, la vida fuera de los márgenes de la sociedad fue un desafío constante. La sensualidad que emanó de su voz y el control absoluto sobre su imagen reflejaron una encarnizada postura ante una sociedad que luchó (y sigue luchando) por aceptarlos.

 

Lo fascinante de “Nightclubbing” es que mientras muchos de sus contemporáneos todavía buscaban una estética convencional, Jones abrió un camino hacia el modo outsider. La influencia de su música se prolongó mucho más allá de la escena de los clubes nocturnos. Se abrió camino en la moda, el cine y las artes visuales, donde tuvo un impacto duradero. Como dijo el crítico musical Robert Christgau: “Jones hace que el caos sea hermoso y el caos inevitable”. Es la misma lógica que se filtró en sus visiones sobre identidad y género, temas que la gente abiertamente gay redefinía en ese momento.

 

Más de cuarenta años después de su lanzamiento, el álbum sigue siendo una referencia importante no solo por su originalidad musical, sino también por cómo se relacionó con el momento cultural en el que las identidades LGBTIQ+ comenzaron a tomar su lugar en la historia de la música. La voz de Jones todavía resuena hoy, un recordatorio de que su arte no es sólo un producto sino una forma de resistencia.

Envidiosa


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

En ocasiones, uno necesita una serie de televisión que lo distraiga y lo embobe de principio a fin. “Envidiosa”, una entretenidísima comedia argentina escrita por Carolina Aguirre y dirigida por Gabriel Medina, desborda humor genuino y burlón, dramas sentimentales, circunstancias casi delirantes y preciosas lecciones para aquellos que, como yo, están en el cuarto piso y siguen solteritos. Protagonizada por Griselda Siciliani y Esteban Lamothe, se trata de un relato en el que el autodescubrimiento y el amor propio son el plato principal en un festín de carcajadas.

 

Victoria, o Vicky, interpretada por Siciliani, es una solterona próxima a cumplir cuarenta años que solo subsiste para encontrar al hombre con el que se casará y establecerá su familia ideal, como en la ilustración que muestra una caja de cereal. Es entonces cuando se sentirá presionada por el tiempo, lo que le provocará arrebatos, malos entendidos y envidia… muchísima envidia.

 

A lo largo de dos temporadas, seremos testigos de cómo Vicky, acompañada y, en muchas ocasiones, tolerada por sus amigas, y ayudada por Fernanda, su terapeuta, logrará superar mil obstáculos para cumplir sus sueños. “Envidiosa” despedaza esos ideales de la heroína equilibrada y razonable para burlarse de los clichés que tanto abundan en los melodramas de la televisión pública.

 

Es muy probable que este relato no atraiga a los más jóvenes debido a su carácter generacional. Pese a lo anterior, “Envidiosa” es recomendable para todos, porque nadie se escapa del mal social de la codicia.

 

Más allá del guion, que tiene sus detallitos, las actuaciones destacan gracias al profesionalismo y el carisma del reparto. Griselda Siciliani y Esteban Lamothe tienen una química contagiosa. Ella, por su parte, se luce y, aunque puede resultar aborrecible, insufrible y odiosa, ¡terminas amándola! Las tramas secundarias no están desperdiciadas y son tan entretenidas como la principal.

 

¿Ligera? Sí, pero en el mejor de los sentidos, porque la serie está llena de mensajes (algunos no tan obvios) que, al final, nos dan una gran lección. Grandiosa para maratonear.

 

Disponible en Netflix.

Cosas curiosas que han sucedido en México


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

“De ninguna manera volveré a México; no soporto estar en un país más surrealista que mis pinturas”, es la frase que se filtró y documentó sobre la opinión que tenía el maestro Salvador Dalí (1904 - 1989, Figueras, España) acerca de México. Esto viene a colación, ya que en nuestro bello país suelen ocurrir cosas o situaciones insólitas, algunas, por cierto, muy bien sustentadas. Hoy platicaremos sobre algunas que involucran al mundo de la música.

 

1.- Esto sucedió en la CDMX, en la calle de Buen Tono, número 36, a la vuelta del metro Salto de Agua. Era febrero de 2008, y en esta dirección se encontraba el gimnasio Nuevo Jordan. En esa ocasión, dicho lugar fue visitado nada más y nada menos por el artista Bob Dylan. El cantante y compositor estadounidense fue al gimnasio a entrenar, dejando atónitos a quienes lo vieron en acción. A pesar de su edad (en ese entonces contaba con 67 años), demostró buenos movimientos y técnica. Cabe comentar que Bob Dylan es un gran aficionado y practicante de este deporte desde su juventud.

 

2.- Es 1993, y la banda argentina Soda Stereo era probablemente la agrupación de rock en español más importante. Bajo el brazo tenían uno de sus discos más importantes, “Dynamo”, y se encontraban de gira en México. Sin embargo, el 20 de marzo de ese año se pactó un evento extra: una camioneta los condujo a San Cristóbal Ecatepec, a un salón llamado “El Ángel”. Fue en este lugar donde Soda Stereo hizo la presentación más extraña y hasta surrealista. Fueron la banda encargada de amenizar los XV años de la hija de la persona que los contrató. El hombre gastó sus ahorros y este fue el regalo para la adolescente. Solo se sabe de dos fotografías: una del boleto que se entregó para asistir al evento y otra en la que se puede ver a la banda junto con su staff en una tarima improvisada donde tocaron. Vaya regalo de XV años.

 

3.- El mejor, o uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, se casó en México. El gran Keith Richards se unió en matrimonio con su entonces novia Patty Hansen el 18 de diciembre de 1983. Aunque no se permitió la entrada a la prensa, existen algunas fotografías del evento, que se llevó a cabo en el Hotel Sando Finisterra en Cabo San Lucas, Baja California Sur. Además, el guitarrista británico lo menciona en su autobiografía Life.

 

4.- En las ediciones de 1988 y 1990 de la carrera Panamericana, que se llevaron a cabo en México, participaron Nick Mason y David Gilmour, integrantes de la banda Pink Floyd.

 

5.- Radiohead en México, 1994. Quizás querido lector, esto no debería asombrarle, ya que para esos años los grandes artistas comenzaban a visitar México. Lo curioso es que la banda británica aún no tenía el estatus de leyenda que ostenta hoy. Ya traían su mega hit Creep, pero lo curioso (y hasta chistoso) es que realizaron una presentación en un pequeño club de Ojo de Agua, en el Estado de México. Aunque no existen registros de dicha presentación, se ha contado bastante sobre ella, y parece una leyenda urbana bastante real.

 

Puede que existan otras más, pero tengo muy presentes estas. ¿Las conocían? ¿Saben de alguna otra más?

domingo, 23 de marzo de 2025

Talismã


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Con una voz increíblemente poderosa, Maria Bethânia es una de las estrellas más resplandecientes de Sudamérica. Sesenta años de éxito constante no son suficientes para reconocer el talento y la autoridad de Bethânia en uno de los territorios musicales más desafiantes y sublimes que hay: el de la música popular brasileña.

 

Talismã, lanzado en 1980, es un disco que puede describirse como un reflejo increíblemente equilibrado de la cantante, pues capturó la esencia de su talento y su capacidad para fusionar diferentes géneros musicales. Considerado por muchos como el último gran trabajo de la artista antes de un larguísimo periodo de búsqueda más experimental, este álbum ofrece una mezcla perfecta de baladas románticas y samba.

 

La interpretación de Bethânia, siempre delicada y sobria, se entrelazó con composiciones de peso como las de Caetano Veloso, quien contribuyó con cuatro temas, incluida la hermosa “Gema” (que yo escuché primero en el discazo “Outras Palavras”, de Veloso, además de una colaboración con Gilberto Gil en “Amo Tanto Viver”.

 

Una de las canciones más destacadas de Talismã fue “Alguem Me Avisou”, una samba en la que participaron Caetano y Gil, y que reforzó la gran conexión musical entre estos gigantes de la música brasileña. Por otra parte, el tema “Pele”, con su fusión de blues y cabaret, marcó una de las mayores expresiones de la versatilidad de Bethânia, quien no solo sabe cantar con precisión, sino también transmitir emociones a través de cada nota.

 

La producción destacó por su orquestación cuidadosamente estructurada, que sorteó la grandilocuencia para centrarse en un lirismo accesible y lleno de sencillez, lo que permitió que la esencia de las composiciones y la interpretación de Bethânia brillaran de manera natural. Es un trabajo en el que la cantante defendió su característico control de voz para darle espacio a la “despreocupación” y a la fluidez musical sin forzar su técnica.

 

“Talismã” fue una obra honesta y bien lograda, un testamento de la maestría de Bethânia como intérprete y una muestra de la riqueza de la música popular brasileña. Es un álbum que, sin lugar a dudas, capturó la esencia de los años ochenta y ofreció una experiencia sonora tan amplia que sigue resonando con el paso de los años.

 

Para nada es su última obra maestra, pues después llegaron joyas como “Pirata”, “Dezembros”, “Brasileirinho”, “As Canções Que Você Fez Pra Mim” y “Alteza”, por nombrar algunas.

Cutouts


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

The Smile es una agrupación británica formada por Thom Yorke y Jonny Greenwood, de la legendaria Radiohead, junto con el baterista Tom Skinner, de Sons of Kemet. Su sonido fusiona rock alternativo, post - punk y jazz experimental para crear una atmósfera densa y sugestiva. Desde su debut en 2021, han sido elogiados por fortificar la música alternativa con una propuesta transformadora que conserva la esencia de Radiohead, pero con una energía más cruda y espontánea. Su influencia se siente en la nueva ola de artistas que buscan combinar lo armónico con lo experimental para ampliar los límites del rock contemporáneo.

 

Cuando supe de The Smile, aún lloraba el aparente descanso de Radiohead después de su increíble “A Moon Shaped Pool”, de 2016. “A Light For Attracting Attention”, el debut de este híbrido sonoro me enganchó inmediatamente, a pesar de las claras ausencias de los británicos. “You Will Never Work In Television Again”, “The Smoke”, “Skrting On The Surface”, “Wall Of Eyes” y “Bending Hectic” son pequeñas gemas que se escuchan una y otra vez sin perder su magia o esplendor.

 

Después de dos increíbles discos, sin considerar “Live At Montreux Jazz Festival, July 2022”, llega el turno para que “Cutouts” brille tanto como sus antecesores, pues un trabajo suelto y completamente funky. Con brillantes riffs de guitarra súper poderosos.

 

Lanzado el 4 de octubre de 2024, “Cutouts” no tardó en generar múltiples opiniones en la crítica musical. Este trabajo, grabado en las mismas sesiones que su predecesor “Wall Of Eyes”, presenta una mezcla de experimentación y familiaridad que ha sido objeto de elogios y críticas.

 

La producción del álbum, a cargo de Sam Petts-Davies, destaca por su calidad y atención al detalle. Sin embargo, algunos críticos señalaron que, aunque las canciones fueron grabadas junto con las de “Wall Of Eyes”, no deben considerarse simples descartes, ya que poseen identidad propia.

 

Musicalmente, “Cutouts” oscila entre momentos hipnóticos con fuerte presencia de teclados, como en "Foreign Spies", y piezas más acústicas como “Instant Psalm”, una de mis favoritas. Sin embargo, algunos comentaristas piensan que el disco carece de la cohesión y el impacto melódico de trabajos anteriores, lo que podría dificultar su conexión con algunos oyentes (más casuales).

 

Pese a las polémicas, se trata de una obra que refleja la continua exploración sonora de The Smile para ofrecer una experiencia que, aunque puede no ser accesible para todos, demuestra su capacidad para innovar y desafiar las convenciones musicales.

Rêvalité


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

“La Bonne Étoile”, del aclamadísimo “Qui De Nous Deux”, fue la primera rola de M, la grafía que esconde a Matthieu Chédid, un compositor, cantante, productor, fotógrafo y guitarrista francés de origen libanés. Cuando supe de él, en un artículo periodístico, se referían a él como un Eddie Munster gay. Lejos de indignarme, aquel apodo me animó a escucharlo y, ¡vaya!, qué sorpresa me llevé.

 

Si bien no lo he escuchado con tanta asiduidad, estoy al tanto de su grandísima discografía. En mis playlists abundan clásicos suyos como “Onde Sensuelle”, “Qui De Nous Deux”, “Superchérie”, “Manitoumani”, “La Bonne Étoile”, “Belleville Rendez-vous” y “Machistador”, entre muchos otros.

 

Fiel a un estilo audaz y nada complaciente, M es un artista tan completo como irrepetible. “Revitalité”, su séptimo y último disco, es una sincera demostración de cómo el señor Chédid es un verdadero poeta y soñador. Su éxito en las estaciones de radio de música francófona no es una simple casualidad, pues él se ha forjado una carrera artística tan minuciosa como variada, con temas accesibles, comerciales e intrépidos. Todo esto, sin sonar oportunista ni artificial.

 

Después del inesperado recibimiento de “Dans Ta Radio”, el público se reencontró con su propuesta sonora, una que incita tanto a bailar como a balancearse gracias a sus delicadas baladas. El álbum está lleno de ritmos frenéticos y cuenta con estrellas como Fatoumata Diawara y Gail Ann Dorsey, a quien recordamos al lado del gran David Bowie.

 

El álbum, que refleja la madurez artística de un músico que, a pesar de los años, mantiene su esencia única e irrepetible, combina influencias del funk, la música africana y la canción francesa, para crear un espacio para que la pluralidad estilística se reconcilie en un todo cohesivo y dinámico. Canciones como “Rêvalité” y “Dans Le Living” nos muestran la capacidad de M para crear música que hace bailar y pensar, mientras que canciones como “Ce Jour - là” y “Home” ofrecen momentos de intimidad y refinamiento.

 

Aunque su mayor éxito comercial, “Dans Ta Radio”, fue recibido con críticas, el álbum logró equilibrar accesibilidad y riesgo sin perder su autenticidad característica. “Rêvalité” no es sólo una celebración del sonido de M, sino también una reafirmación de su capacidad para reinventarse sin renunciar a lo que lo hizo grande. Este discazo demuestra que, a pesar de su título aparentemente plácido, la energía y la pasión del artista siguen más vivas que nunca.

 

Una obra que merece escucharse sin saltos. Pese a lo anterior, mi rola favorita es “Mogodo” … ¡la he escuchado sin parar por horas!

 

Disponible en plataformas digitales y en formato físico.

sábado, 8 de marzo de 2025

60 Años de Highway 61 Revisited


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

Con el recién estreno de “A Complete Unknown”, de alguna manera Bob Dylan volvió a ser tema de conversación, aunque, en realidad, creo que jamás ha estado ausente dentro del panorama. Con una discografía muy amplia que data de 1962, tiene piezas clave dentro del mundo de la música. Hoy, en Escombros Cósmicos, hablaremos de una obra maestra que este año cumple 60 años: “Highway 61 Revisited”.

 

Publicado en 1965, fue todo un parteaguas en la música del siglo XX y, particularmente, en la carrera de Dylan. En este LP, el artista se despoja totalmente de su imagen de pequeño Woody Guthrie y el vocero de una generación de folk, porque Dylan jamás ha dejado de ser un ícono y un vocero de varias generaciones, y se transforma en el dandy del rock, dejando la guitarra acústica por una eléctrica. Fue la consolidación del rock y vaya manera de hacerlo, con un disco perfecto. Para muchos, es la obra cumbre del oriundo de Minnesota, aunque para un servidor, prefiero “Blonde on Blonde”, pero esa es otra historia.

 

Para tal odisea, Bob Dylan se hizo acompañar en las 9 canciones que componen el álbum de Mike Bloomfield (guitarra), Harvey Brooks (bajo), Bobby Gregg junto con Sam Lay (batería), Charlie McCoy (guitarra) y Paul Griffin, junto con el gran Al Kooper (órgano y piano). Grabado en el estudio A de Columbia en Nueva York, durante los días 15 y 16 de junio, Tom Wilson dirigió las grabaciones que dieron lugar al sencillo “Like A Rolling Stone”. Las sesiones se interrumpirían por compromisos, reanudándose el 29 de julio hasta el 4 de agosto, pero con Bob Johnston como productor.

 

Debería decir que todas las canciones son una joya. ¿Cómo me atrevería a minimizar canciones como “Tombstone Blues” o “Ballad of a Thin Man?” Todas son de primer orden y de gran manufactura. Tan solo cuando me cuestionan por qué Dylan fue merecedor del Nobel de Literatura (único músico que lo ha ganado), siempre respondo: “Escuchen Desolation Row, bellísima canción, todo un poema en su letra”. Pero definitivamente, la canción que sobresale es la mítica “Like A Rolling Stone”, probablemente la mejor canción de rock de todos los tiempos, todo un himno, que, a 60 años de haber sido grabada, sigue asombrando e inspirando a generaciones futuras. Toda una obra revolucionaria. Bruce Springsteen la ha catalogado como la fusión de “Hound Dog” pero en voz de la gran Big Mama Thornton y “On The Road”, de Jack Kerouac. Así de gigante es “Like A Rolling Stone”. Aún recuerdo la primera vez que la escuché, debí ser niño, cuando mi mamá ponía Radio Capital. Ese tamborazo y órgano entrando a “destiempo” con los demás instrumentos me voló el cerebro.

 

Ninguna otra canción pop había retado y transformado las reglas y/o formatos artísticos de su tiempo. Dylan dictaba el camino a seguir en 1965, con una obra de arte y una gira muy controversial, que han sido un hito dentro de la historia de la humanidad.

Cornucopia


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

Escribir sobre Björk es siempre un placer y, al mismo tiempo, un reto, porque difícilmente podría ser imparcial. Su música me ha acompañado por más de tres décadas, así que imaginen la cantidad de sentimientos que me ha provocado en todo este tiempo. Dueña de una voz etérea, versátil y llena de matices, capaz de transitar entre la dulzura y la intensidad con un timbre único e inconfundible, la islandesa es una artista intrépida y vanguardista que explora constantemente los límites de la música, la moda y la expresión artística con una autenticidad inquebrantable.

 

Pero no todo es indulgencia ni cumplidos gratuitos, porque en numerosas ocasiones me he sentido atrapado y confundido frente a sus últimos álbumes de estudio. Su música más reciente me ha llevado a replantearme la manera en que la disfruto en mi intimidad. “Vulnicura”, de 2015, fue el último trabajo de Björk que realmente disfruté con grandísima euforia.

 

Después del (afortunado) lanzamiento de “Fossora” en 2022, la talentosísima señora Guðmundsdóttir nos regaló Cornucopia, una electrizante presentación en vivo llena de ritmos, cuerdas, voz, naturaleza y, por supuesto, corazón. Mucho corazón.

 

El aspecto visual es, de nuevo, un elemento protagonista en esta presentación porque se sincroniza perfectamente con la música. “Cuando me preguntan por las diferencias entre la música de mis discos, lo más rápido que puedo hacer es recurrir a atajos visuales”, indicó la islandesa en su podcast Sonic Symbolism. “Es por eso que las portadas de mis álbumes son casi como cartas de tarot caseras. La imagen del frente puede parecer solo un momento visual, pero para mí, simplemente describe el sonido”.

 

Con una monumental discografía, la selección de los temas resultó insuficiente para un solo volumen; aunque éste contó con numerosas sorpresas: “Pagan Poetry”, “Isobel”, “Mouth’s Cradle”, “Hidden Place” y “Notget”, entre muchas otras. Los temas de “Utopia” y “Fossora” (sus últimos lanzamientos) son puntuales y suenan mucho mejor en directo que en sus versiones de estudio.

 

Los primeros y más tradicionales fanáticos seguramente se desconcertarán porque Björk no incluyó canciones más accesibles (con la excepción de “Isobel”, de su segundo trabajo en solitario). Por ello, es necesario recordarles que nuestra querida artista siempre mira hacia adelante.

 

Conciertazo. No se lo pierdan.

Clube da Esquina


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

 

Milton Nascimento es, sin lugar a dudas, uno de los talentos más grandes de Latinoamérica. Sus primeros álbumes contribuyeron al imparable desarrollo de la música brasileña en los años setenta, gracias a su sonido que fusionó jazz, música clásica, samba, bossa nova y rock progresivo en composiciones realmente innovadoras. Su comprensión de las resonancias del Brasil más puro y auténtico se plasmó en clásicos como “Clube da Esquina”, un disco doble que grabó en 1972 con Lô Borges.

 

1972 fue un año crucial para aquellos que resistieron los embates de la brutal dictadura militar. Novos Baianos, Caetano Veloso, Elis Regina, Tom Zé, Gilberto Gil, Jards Macalé y Tim Maia lanzaron obras maestras a pesar de las circunstancias de una nación golpeada por el ejército en el poder absoluto. En este contexto apareció “Clube da Esquina”, una monumental colección en la que ambos músicos mezclaron armonías complejas, música folclórica y un rico lirismo que pulsó temas de identidad, naturaleza y vida cotidiana.

 

La habilidad de Nascimento para desafiar las apariencias y combinar lo regional con lo cosmopolita quedó demostrada en este disco, que con los años ha subsistido como un puente indestructible entre Brasil y el resto del mundo. A este asombroso combo se sumaron Eumir Deodato, Wagner Tiso y Paulo Moura.

 

La magia de “Clube da Esquina” comienza con la portada, una emblemática imagen de Carlos da Silva Assunção Filho, quien fotografió a dos niños que posaron para él cuando se los pidió. “Es una imagen fuerte. El rostro de Brasil. Y fue en la época en que varios artistas estaban en el exilio”, recordaría Da Silva en declaraciones posteriores.

 

Las aparentes contradicciones de Milton Nascimento, que oscilan entre lo terrenal y lo espiritual, fueron la chispa de uno de sus trabajos más ambiciosos y, por supuesto, bellos en términos de inspiración, juicio, armonía y corazón. Lo anterior no hubiera sido posible sin su poderosísimo canto, una voz tan resonante y profunda, capaz de llegar a lo alto con su sutil falsete.

 

El disco, integrado por veintiún temas, fue un esfuerzo colectivo en el que participaron Borges (quien lideró seis de las interpretaciones), el bajista Beto Guedes, y los guitarristas Toninho Horta y Nelson Angelo. Es una pujanza sonora tan influyente y apasionada que no ha perdido un solo ápice de autenticidad en más de cincuenta años.

 

Cuando lo escuché por primera vez, sentí una emoción tan bonita que no pude contenerme por un buen rato, pues le permití a mi cuerpo el goce irrestricto y por poco incorrecto. Fue una de esas experiencias que únicamente suceden con álbumes que parecen haber sido consentidos por un ser omnipotente.

 

Como otros trabajos hermanos de la onda tropicalista y la MPB (música popular brasileña), “Clube da Esquina” sorteó la censura y la injusta presión de la autoridad militar. Pese a ello, escuchamos a Milton cantarle a Emiliano Zapata en “Tudo O Que Você Podia Ser”: Con sol y lluvia soñaste, querías ser mejor después. Querías ser el gran héroe de los caminos. Todo lo que querías ser. Conozco un secreto, tienes miedo. Ahora solo piensa en volver. Ya no hables de las botas y el anillo de Zapata...

 

Más adelante, Milton Nascimento y sus compañeros reforzaron el espíritu de hermandad y compañerismo entrañable. Le cantaron al amor, al mar, a la melancolía, al sol y al cacao con miel, a la iniquidad social, al pueblo… y a muchísimas cosas más. Un caleidoscopio de estilos, colores y linajes que se sitúa como un imprescindible del folklore latinoamericano, con un estatus icónico sublime.

 

“Clube”… fue un manifiesto poético que desafió géneros, críticas e intereses comerciales con justa potestad. No es un álbum de jazz ni pop, no lo es tampoco de amor ni de odio, mucho menos urbano o rural. Es todo eso y más.

 

Imposible destacar alguna canción por encima de otra, pues todas son forzosas para que la percepción sea única, pero mis favoritas son “Cravo e Canela” (que escuché primero con la voz de Caetano Veloso, en su disco “Araçá Azul”), “Nuvem Cigana”, “Cais”, “Um Girassol Da Cor Do Seu Cabelo”, “O Trem Azul” y “Tudo O Que Você Podia Ser”.

 

Un trabajo que merece disfrutarse y coleccionarse con mucho cariño.

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