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sábado, 29 de noviembre de 2025

El día que lloraron las guitarras del mundo


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Es viernes 30 de noviembre, pero de 2001. Yo vengo en el microbús, a paso lento, por el tráfico de la autopista México – Pachuca; me dirijo al paradero del metro La Raza. Es una mañana muy fría. Voy rumbo al trabajo y, entre adormilado, me doy cuenta de que aún estoy un poco lejos de entrar al entonces Distrito Federal. El chofer del microbús viene escuchando WFM; si no mal recuerdo, es Charo Fernández quien da un anuncio que me hace despertar: “Desde la muerte de Kurt Cobain, el mundo de la música no se había sacudido tanto; el día de ayer murió George Harrison a causa de cáncer”.

 

Sólo porque estaba sentado, si no, me caigo de bruces. Me puse muy triste; el sueño se disipó por completo. Tomé mi Discman y, por casualidad, traía mi Álbum Azul de The Beatles. Reproduje “Here Comes the Sun”, miré hacia arriba y vi a un señor de edad media que me sonrió con tristeza (no sé si esto es posible). Era obvio que también la noticia le había afectado.

 

Es probablemente la primera muerte de uno de mis héroes musicales que en verdad me entristeció demasiado. George Harrison siempre fue y ha sido mi Beatle favorito. Creo que lo tomé así no solamente por la gran calidad de su música; todo me impactaba de él: desde que tuvo como esposa a Pattie Boyd, los looks que tenía, esa mata larga y la grandiosa barba que lució entre 1969 y 1971 —era envidiable— y, sobre todo, porque me negué rotundamente a ser parte de los que idolatran a John Lennon o de los que aman a Paul McCartney. Siempre he dicho que Harrison es el más “cool” de todos los Beatles.

 

El llamado beatle callado fue uno de los músicos más influyentes, no solamente por la gran calidad de su música, sino también por el gran guitarrista que fue. A él se deben muchos de los extraordinarios solos o ritmos en las composiciones del Cuarteto de Liverpool. Desgraciadamente, siempre fue menospreciado por Lennon y McCartney, y eso se puede ver perfectamente en el documental Get Back, donde, en las sesiones de ese álbum (que a la postre se llamaría Let It Be), George les muestra la canción “All Things Must Pass”, que de forma unánime y tajante rechazan. Harrison les echaría en cara el gran error de haberlo menospreciado durante sus días como beatle.

 

Con mucho material que tenía guardado desde 1968, George Harrison graba el magnífico “All Things Must Pass” (1970), un disco triple de gran calidad. Ninguna canción está de relleno: hay joyas absolutas como “My Sweet Lord”, “What Is Life”, “If Not for You”, “Beware of Darkness”, entre otras. No conforme con esto, organizó el primer evento de rock con fines benéficos: el Concierto para Bangladesh, donde desfilaron varios artistas que aportaron a la causa.

 

Con un gran inicio en su carrera solista, desgraciadamente poco a poco vino a la baja; no pudo sostener la gran calidad de sus composiciones como se auguraba. Sin embargo, tiene una discografía solista bastante respetable e interesante, como su álbum con los míticos Traveling Wilburys, conformado por puro peso pesado: Bob Dylan, Tom Petty, Jeff Lynne y el gran Roy Orbison.

 

En 1999, gracias a la pronta reacción y ayuda de su esposa, se salvó de morir acuchillado en su casa. Un sujeto entró a la casa de los Harrison con la intención de matarlo. Afortunadamente sobrevivió al terrible ataque, pero, por desgracia, a pesar de todos los esfuerzos, el cáncer de pulmón venció a George Harrison ese 29 de noviembre. Todas las guitarras del mundo lloraron.

 

La foto que acompaña este escrito es del periódico La Jornada. Lo compré un sábado 1 de diciembre de 2001, en un puesto de revistas cerca de la estación Buenavista. Es muy probable que esa mañana me dirigiera al Tianguis Cultural del Chopo. Desde hace 24 años lo conservo en mi humilde hemeroteca.

 

Hare Krishna, mi buen George Harrison.

Around The World In A Day


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Después de la asombrosa recepción que el mundo le dio a “Purple Rain”, Prince & The Revolution sólo esperaron diez meses para comercializar “Around The World In A Day”, una obra caleidoscópica de soul psicodélico, pop funk, rock y R&B, empacada en una portada colorida y delirante al estilo del “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, de The Beatles. El público y la crítica reaccionaron con una clara templanza, pues esperaban un sonido idéntico al de su predecesor.

 

El álbum se grabó entre enero y diciembre de 1984, aunque “Raspberry Beret” se trabajó y se registró en estudio dos años antes. La versión que aparece en “Around…” es una regrabación. Se trata de una reinterpretación de la cultura de los ochenta que incorpora diferentes influencias de la música árabe, aunque mezcladas dentro de una estética psicodélica y pop. No es un disco “árabe” en un sentido estricto, pero sí toma colores, timbres y giros melódicos característicos.

 

Como si abandonara el estrellato y la desmedida popularidad que manipuló un año antes, el geniecillo púrpura entendió los sacrificios que reclamaban la notoriedad pública. Decidió en aquel momento ir en otra dirección y crear más música, que sonara diferente a lo que conocían sus acérrimos admiradores.

 

Personal, brillante y dulce, “Around The World In A Day” es la antítesis de “Purple Rain”. Sin sencillos ni promociones anteriores a su lanzamiento, el álbum destacó por lo que no es: una aprobación frente a los caprichos de la industria musical.

 

El corte homónimo es la mirada de un recorrido místico, con su flauta de estilo muy próxima a lo árabe. “Paisley Park” es la representación de un mundo onírico. No es necesariamente un lugar físico concreto, sino más bien un símbolo o metáfora de un estado mental, espiritual o utópico. Habla de un parque que atrae a “gente colorida” con una profunda paz interior. La pista también da nombre al primer sello discográfico de Prince.

 

“Condition Of The Heart” es una bellísima balada. Tiene una estructura musical muy delicada, con una larga introducción de piano y progresiones armónicas poco convencionales para una canción pop típica. Según colaboradores de Prince, es una de las piezas más vulnerables y emocionales de su carrera.

 

Con menos de cuatro minutos de duración, “America” es un ataque lleno de ironía a los Estados Unidos de aquella época. Opina lo mismo de las desigualdades sociales que de una guerra nuclear. Destacan su riff de guitarra y su sintetizador ascendente. Una versión de casi veintidós minutos es más profunda, pues resalta como “una astuta señal sobre el estilo de vida americano”.

 

Elogiada por unanimidad, “Pop Life” es una acertada reflexión crítica sobre la fama, la superficialidad, la presión mediática y las amistades falsas. Según American Songwriter, el mensaje de la canción es una “reprimenda con dedo levantado”: Prince señala los excesos de la cultura del pop, pero también parece querer desapegarse y simplemente “vivir la vida” con un poco de estilo.

 

El disco cierra con más enigmas, pues en “The Ladder” escuchamos una parábola desconcertante de un rey “que no merecía estar”, y que emprende una búsqueda espiritual. Repleta de riffs de guitarra agudos y distorsionados, “Temptation” es un huracán en el que concurren el deseo carnal, la fe y la culpa.

 

La reedición 2025 de “Around The World In A Day” combina una remasterización moderna, una mezcla en Dolby Atmos para streaming, y — en sus versiones deluxe — una cuidadosa selección de remixes, versiones extendidas y lados B que reúnen prácticamente todos los extras oficiales relacionados con el disco. Quizá los fanáticos se muestren decepcionados por la falta de material inédito; sin embargo, las inclusiones suenan increíbles y allanan el camino para “Parade”, el siguiente super deluxe.

 

En lo personal, disfruté la calidad del sonido, la publicación de la versión extendida de “America”, las nuevas remezclas de “Raspberry Beret” y “She’s Always In My Hair”, y la inclusión de la versión original de “4 The Tears In Your Eyes”. Un discazo.

Amparo Ochoa


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

A mi papá

 

No todo es banda en Sinaloa. En este bello estado de la república mexicana, en la localidad de Costa Rica, un 7 de febrero de 1946 nace una de las voces más representativas y poderosas de la canción mexicana y latinoamericana: nos referimos a María Amparo Ochoa Castaños, mejor conocida como Amparo Ochoa.

 

Conocí a esta gran mujer gracias a mi padre. Solía escuchar mucho el Cancionero Popular, donde Amparo era acompañada por Los Folkloristas. Es un álbum extraordinario, que recoge piezas representativas del folclor mexicano, así como de la música de protesta.

 

Amparo Ochoa siempre destacó por ese amor al canto. De joven llegó a ganar un concurso de canto en 1965 interpretando “Hermosísimo Lucero”. Antes de dedicarse plenamente a la música, se dedicó a la docencia en escuelas rurales; es ahí donde observa las limitaciones y la pobreza en los sectores sociales más desfavorecidos. Alentada por su padre y buscando perfeccionar su talento, se trasladó a la Ciudad de México en 1969 para estudiar en la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

En la capital, su arte adquirió una dimensión más profunda al unirse al movimiento de la Nueva Canción, que promovía la música como medio de denuncia y protesta. Además, llega a la ciudad en un momento de mucha efervescencia social: los terribles sucesos de la Plaza de las Tres Culturas aún estaban muy frescos.

 

Llega al legendario sello discográfico Discos Pueblo, fundado por el grupo Los Folkloristas, y es aquí donde graba y publica la mayor parte de su trabajo discográfico. Sin embargo, destacaré el que, a mi parecer, es el álbum más representativo de la sinaloense y al que además le tengo mucho cariño: es el disco que mi padre ponía, y con este fue con el que me fui adentrando no solamente en el trabajo de Amparo Ochoa, sino también en el movimiento de la música de protesta. Me refiero al Cancionero Popular, que data de 1975 y en el que los mismísimos Folkloristas la acompañan en esta joya de disco.

 

Incluye temas memorables como “El Barzón”, un corrido tradicional del estado de Aguascalientes que aborda las dificultades de los campesinos durante la época agraria; “¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?”, del gran Chava Flores, una melodía con versos divertidos, pero también con un mensaje social; y otro tema a destacar es el homenaje al caudillo del sur: “Bola suriana de la muerte de Emiliano Zapata”. En lo personal, mis canciones favoritas son “Prietita Clara” y “Mi Abuelo”. Todo un tesoro de la música mexicana.

 

Gracias a este tipo de trabajo y a su conciencia social, dejó una huella profunda por su compromiso con las causas sociales, aun cuando le cerraron varios espacios para presentar su arte.

 

Desgraciadamente, “La Voz de México” se apagó un 8 de febrero de 1994, cuando contaba con 48 años de edad. Murió en la localidad de Culiacán, Sinaloa, víctima de un cáncer de estómago. Sin embargo, aún hasta el día de hoy sigue siendo una inspiración como símbolo de resistencia y lucha por la justicia.

Confessions On A Dance Floor


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Madonna es una de las figuras más influyentes y revolucionarias de la música pop. Desde su debut en la década de 1980, ha redefinido los estándares de la cultura popular gracias a su autodeterminación creativa, su capacidad de reinventarse constantemente y su audacia estética. Combinó música, moda, espectáculo y provocación en una identidad artística que ha trascendido generaciones.

 

Su influencia se mide no solo por su éxito comercial, sino también por cómo allanó el camino para que otras mujeres de la industria tomaran las riendas de sus carreras y se convirtieran en un símbolo de libertad creativa, autodeterminación y transformación constante. Britney Spears, Lady Gaga, Rihanna, Katy Perry, Miley Cyrus, Dua Lipa, Taylor Swift y Ariana Grande no serían tan populares sin la influencia de la indiscutible reina del pop.

 

“Confessions On A Dance Floor”, lanzado en 2005, es uno de los álbumes más aclamados de Madonna y una de sus reinvenciones musicales más exitosas. Principalmente una colaboración con Stuart Price, el álbum es una obra de dance pop electrónico que fusiona la cultura club de los años setenta y ochenta con una estética moderna y fluida que recuerda a una sesión de antro memorable.

 

Con éxitos como “Hung Up”, “Sorry”, “Jump” y “Get Together”, “Confessions…” fascinó con su energía contagiosa, su producción sofisticada y su acertada fusión de nostalgia y vanguardia. Señalado como un regreso triunfal, el disco consolidó la posición de Madonna como una artista que comprende profundamente las tendencias musicales y las transforma con destreza en su propio y único mundo sonoro.

 

El decimoprimer trabajo de Madonna es juguetón, vibrante y muy bailable, pues en él no faltan los ritmos necesarios para organizar una fiesta. Si bien hay algunos tropiezos, “Confessions On A Dance Floor” demostró el arrastre de su intérprete entre los públicos cada vez más exigentes.

 

En lo personal, le perdí interés en Madonna después del monumental “Ray Of Light”, así que este álbum lo escuché sin entusiasmo (a pesar de lo mucho que resonó). Con el tiempo, aprendí a valorarlo y quererlo. La edición de aniversario es el pretexto ideal para descubrirlo y atesorarlo como una gran joya del pop.

Gary “Mani” Mounfield


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

A punto de terminar el año, tenemos una noticia muy triste. En lo personal, uno de mis héroes, bajista de una de mis bandas favoritas, The Stone Roses, el pasado 20 de noviembre murió a los 63 años el gran Gary “Mani” Mounfield.

 

La noticia fue confirmada por el hermano de “Mani”, Greg, quien compartió una fotografía del bajista en su cuenta de Facebook, en donde agregó el mensaje: “Con el corazón lleno de pena, debo anunciar el triste fallecimiento de mi hermano Gary”.

 

Su muerte fue muy sorpresiva e inesperada; de hecho, hace un par de semanas había confirmado unas presentaciones para unas pláticas donde contaría anécdotas personales y con sus bandas. Desgraciadamente, esto ya no podrá ser.

 

Mani fue integrante de The Stone Roses, uniéndose a ellos en 1987 hasta 1996, siendo parte fundamental y determinante del sonido “Madchester” y todas sus secuelas —la más famosa, el Britpop—. Un músico muy influyente en la música británica, muy admirado y hasta a veces imitado por sus contemporáneos y por músicos de generaciones futuras. Sus líneas de bajo, muy melódicas, han sido y fueron inspiradoras para muchos; para ejemplo, escuchen la gran “I Wanna Be Adored” de The Stone Roses.

 

Descanse en paz Gary Mounfield.

 

Brasileiro


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Sérgio Mendes fue un pianista, compositor y arreglista brasileño, reconocido por popularizar la bossa nova y la samba a nivel internacional, especialmente en las décadas de 1960 y 1970. Su grupo Sérgio Mendes & Brasil ’66 fusionó ritmos cariocas con pop y jazz para lograr éxitos globales como “Mas Que Nada”, y contribuyó a acercar la música brasileña al público estadounidense y europeo.

 

Por otra parte, a comienzos de los noventa, el sentir del público internacional frente a la música popular brasileña y otros géneros de la nación verde amarela era una mezcla interesante de curiosidad, admiración y redescubrimiento, aunque todavía limitada por ciertos estereotipos. El world music se popularizaba, y fue entonces cuando llegó Sérgio Mendes —con su aclamadísimo “Brasileiro”— a revolucionarlo todo en 1992.

 

Caracterizado por la fuerza realista de la batucada, la mezcla de ritmos originarios de Río, Bahía y otros estados brasileños, y una cuidadísima producción, “Brasileiro” se destacó por una música poderosa y abrumadora, guiada por las percusiones. Juguetón, aunque a ratos empalagoso, el disco está repleto de riesgos creativos que incluyen guiños a la música que Brasil ’66 alguna vez manufacturó.

 

Quizá los reproches más comunes con relación al desmesurado éxito de este álbum sean la sobreproducción y la falsa apariencia de que se escucha “auténtica” música brasileña… grabada en Estados Unidos. Uno de sus grandes aciertos fue la participación de Carlinhos Brown en muchísimas de las pistas.

 

Más allá de estos detalles, “Brasileiro” es una colección musical que debe escucharse sí o sí. “Magalhena”, “What Is This?”, “Pipoca”, “Indiado” y “Chorado” son maravillosas.

sábado, 15 de noviembre de 2025

El Che y yo


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Hablar o escribir sobre Ernesto “El Che” Guevara siempre será un tema controversial. Es un personaje muy polémico, pero de ningún modo indiferente: un histórico del siglo XX.

 

El tema surge porque, hace poco, observaba una estampilla del Che en mi cartera, la misma que conservo desde los 16 años. También recordé que, hace un par de años, por una dolencia, tuve que ir al doctor. Después de la consulta, procedí a pagar y, al abrir la cartera, se asomó la imagen. El galeno (cubano, por cierto) dijo en voz alta: “Otro admirador de ese criminal”. Yo solo sonreí, pagué y, antes de retirarme, le contesté: “No entendería, y no pretendo explicarle, por qué tengo esta imagen”.

 

No recuerdo si en alguna ocasión mi papá expresó simpatías por el comunismo o alguna ideología de izquierda; aunque sí escuché la anécdota de que participó en una huelga en una fábrica en los años setenta. No estoy seguro de qué tan politizado fue, pero sí recuerdo con exactitud que, durante mi infancia, escuchaba música folclórica latinoamericana (de hecho, aún lo hago). Oía a Óscar Chávez, Amparo Ochoa, Los Folkloristas, Alberto Cortez, Nacha Guevara, Soledad Bravo, Violeta Parra, entre otros artistas que, en sus canciones, denunciaban la desigualdad social, las injusticias y, por supuesto, señalaban el mal actuar de los gobiernos.

 

De toda esa música, escuché Hasta siempre de Carlos Puebla, aunque en mi caso conocí esta canción en la versión de Óscar Chávez. Ese fue mi primer contacto con el líder guerrillero argentino. Crecí con la imagen del Che como un personaje rebelde, idealista, un luchador contra las desigualdades que imperaban —y aún imperan— en América Latina, y, por supuesto, un contestatario. Era una figura seductora por sus cualidades, y yo no fui la excepción: admiraba y respetaba con sinceridad a Guevara.

 

La imagen en cuestión la obtuve en un recorrido por Avenida Balderas, que antes de ser destruida con ese horrible Metrobús, era una calle llena de vida. Recuerdo que había varios puestos donde vendían discos de este tipo de música; en uno de ellos encontré y compré la estampilla del Che. De eso han pasado unos 30 o 31 años, y desde entonces ha sido infaltable en las carteras que he tenido.

 

Durante años leí y me documenté sobre este icónico personaje. Sin embargo, con el paso del tiempo y con un pensamiento más analítico, llegué a formarme una opinión distinta sobre lo que representa el Che en la humanidad y, particularmente, en Cuba. Sí, fue un hombre rebelde e idealista, pero también cruel, pues para imponer y sostener su filosofía utilizó todos los instrumentos a su alcance para ejercer un aparato represor. Vaya paradoja: aquello contra lo que luchaba terminó utilizándolo. Obviamente, eso cambió la imagen que tenía de él.

 

La respuesta que pensé darle al doctor —y que no expresé porque no valía la pena discutir, además de que por sus gestos era evidente que no lo habría entendido— es que esa estampilla no la conservo por admiración al Che. Eso ya cambió, aunque sigue siendo para mí un personaje digno de estudio. Mi estampilla sobrevive porque me recuerda a ese Edgar idealista, convencido de que con personas como el Che era posible cambiar el mundo, y que además deseaba vivir esos cambios de igualdad y libertad en nuestro bello país. Por desgracia o fortuna, la realidad me alcanzó y mi manera de pensar cambió. Hoy estoy seguro de que esos cambios no son posibles: la gente llega al poder y se corrompe. Como decía el filósofo y pensador Danton: “En el fondo, los idealistas tienen alma de tiranos”. Y es una realidad; hay muchos ejemplos de ello, incluido el Che.

 

Sin embargo, ese Edgar idealista no ha desaparecido, afortunadamente. Desde mi trinchera trato de que las personas a mi alrededor conozcan, a través de pláticas o en este blog, personajes y eventos que han impactado en nuestra historia para que hoy podamos disfrutar —poca o mucha— la democracia que tenemos en el país. Y eso es lo que me hace sonreír: recordar que ese Edgar soñador, no politizado, pero sí empático con los movimientos sociales, aún está presente.

Easter


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Como en numerosas ocasiones, gracias a mi hermano escuché por primera vez a Patti Smith, una figura clave del punk y la poesía rock estadounidense. Su energía cruda, su voz intensa y su lírica rebelde la distinguen como un ícono contracultural. Con su álbum “Horses” fusionó arte, literatura y música en una fuerza visceral que redefinió la autenticidad artística.

 

“Frederick”, publicada en “Wave”, su cuarto trabajo discográfico, fue la primera canción que recuerdo de Smith. Pese a esta gran impresión, debo admitir que el álbum “Easter” y “Because The Night”, su sencillo más célebre, precedieron mis entusiasmos por esta gran intérprete americana.

 

El Patti Smith Group se encontraba de gira con Bob Seger en 1977 cuando, después de un desafortunado accidente, germinaron las primeras notas de lo que sería su álbum más popular en términos de crítica y aceptación comercial. La presión sobre el grupo aumentaba: eran los primeros del circuito underground neoyorquino en firmar con una discográfica de gran nivel y necesitaban “conectar” con el gran público cuanto antes.

 

La decisión de elegir a Jimmy Iovine como productor dio a Patti Smith y a su banda la dirección correcta para grabar “Easter”, aunque corrían el riesgo de quedar “atrapados en una doble trampa clásica: acusados de venderse por sus antiguos aliados y de no vender por sus nuevos admiradores”, según el crítico Robert Christgau.

 

Patti y sus compañeros entraron al estudio con una lista de canciones ya probadas en directo: “Space Monkey”, “Privilege” y “Rock ‘N’ Roll Nigger”, entre otras. Después de que Arista Records rechazara “Rock ‘N’ Roll Nigger” como título del disco y sencillo principal, las frustraciones surgieron de inmediato.

 

Si bien se mostró renuente en un principio, Smith accedió a escuchar una maqueta descartada que Iovine había trabajado anteriormente con Bruce Springsteen. “Because The Night” era el éxito que buscaban.

 

Con “Easter”, Patti Smith alcanzó el equilibrio entre su instinto poético y la contundencia del rock. El disco no solo consolidó su reputación como una artista íntegra y desafiante, sino que también le permitió abrir una grieta en el muro que separaba la vanguardia del gran público. “Because The Night” se convirtió en un himno de deseo y emancipación, mientras canciones como “Till Victory” y “25th Floor” reafirmaron su fuerza espiritual y su comunión con el lenguaje del rock.

 

En este punto, Smith no solo regresaba de una caída física, sino que renacía como una figura esencial de la música moderna, capaz de transformar vulnerabilidad en poder y ardiente poesía.

El “Pop” de U2


Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Hace 28 años, la banda irlandesa U2 publicaba su noveno álbum titulado “Pop”, un trabajo enormemente influenciado por los sonidos que dominaban al mundo en 1997: en general la música electrónica y, en particular, el trip hop, aunque sin perder el sonido característico de Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr.

 

En lo personal, es uno de mis álbumes favoritos del cuarteto de Irlanda, un disco arriesgado que sigue la línea de experimentación iniciada en 1990 con el soberbio “Achtung Baby” y que llega a su punto más alto en este trabajo de 1997. Pero en su momento, y hasta la fecha, ha sido un disco muy menospreciado por la crítica, los fans e incluso por los mismos integrantes de la banda.

 

Con un proceso de grabación bastante complicado —con Larry Mullen Jr. ausente en las primeras semanas de sesiones a causa de una cirugía en la espalda, la visión y manera de trabajar de los distintos productores que colaboraron con el cuarteto y, además, el inminente inicio de una gira mundial— U2, a pesar de haber pospuesto la salida del álbum de la Navidad de 1996 a marzo de 1997, entregó un producto final que no fue, y de hecho no ha sido, del agrado de los integrantes de la banda. Llegaron incluso a regrabar algunas canciones para sencillos y recopilaciones y, salvo en el PopMart Tour, las canciones de este disco han sido ignoradas en las giras subsecuentes.

 

Nunca lo he entendido; a mí me parece un gran disco con grandes canciones. Pop comienza con “Discothèque”, que de hecho fue el primer sencillo, quizás una de las dos canciones más flojitas del disco. U2 hace una parodia de las canciones disco de los setenta, pero con un toque moderno. El video es una maravilla: U2 vestidos como Village People, bastante cómicos, pero funciona. A continuación, la canción más U2 del disco: “Do You Feel Loved”, con un bajo distorsionado que le da mucha potencia a la pieza y una guitarra sencilla (si se me permite la expresión), pero con sus toques de electrónica.

 

“Mofo” es el claro ejemplo de lo que U2 intentó con el álbum: mezclar el sonido característico de la banda con electrónica, casi sonando a una pieza techno. La letra es muy personal; en ella Bono lamenta la pérdida de su madre y cuánto la ha necesitado. Durante la gira, esta canción abría los conciertos; previa a ella sonaba “Pop Muzik”, un viejo éxito discotequero, para enlazarla con “Mofo”. “If God Will Send His Angels” es una gran balada en la que Bono clama por la ayuda de Dios y en la que destaca la guitarra de The Edge.

 

El segundo sencillo, “Staring at the Sun”, quizás la canción más popular del disco, es, contrario a la temática general del álbum, una pieza predominantemente acústica. Pasamos al tercer sencillo, “Last Night on Earth”, que de hecho fue la última canción en grabarse. Gran pieza, con una saturación notable en su guitarra. Fue infaltable durante la gira; es una lástima que la hayan descartado en las giras subsecuentes. El video promocional es alucinante, con la aparición del gran William S. Burroughs. El experimento no muy bien logrado, pero bastante interesante, es “Gone”, un ejercicio de krautrock (sintetizador VCS3 incluido, interpretado por Flood). La canción data de las sesiones del emblemático Zooropa.

 

“Miami” es la canción que no ha sido de mi agrado; nunca he podido determinar por qué. Dicho esto, no hay mucho que decir sobre ella.

 

“The Playboy Mansion”, qué joya de canción: con una guitarra sensual y deliciosa, mientras Bono ironiza e incluso se burla de los tópicos pop: “If coke is a mystery, Michael Jackson history / If beauty is truth / And surgery the fountain of youth”. Vaya letra. Una de las grandes canciones de Bono y compañía; es una lástima que no se aprecie como tal.

 

Al igual que la pieza anterior, otra canción muy menospreciada —y que tuve la oportunidad de escuchar en ese lejano 3 de diciembre de 1997 en el Foro Sol— es “If You Wear That Velvet Dress”, con su atmósfera pesada, envolvente y sensual, y con una letra de deseo y espiritualidad, donde Bono se luce con una voz muy sugerente.

 

“Please”, gran canción con la marca de la casa, es decir, una base rítmica muy sólida (Larry Mullen y Adam Clayton lucen a enormidades), en la cual Bono lamenta que el proceso de paz en Irlanda no haya fructificado como se había planeado y prometido.

 

Para cerrar este gran disco, un portento de canción: “Wake Up Dead Man”, un tema muy sombrío, nada habitual en U2. Es una plegaria a Dios, pero también expresa un desencanto con la religión; diría que la letra es hasta blasfema, ya que reniega de la fe. La canción fue escrita durante las sesiones de Achtung Baby. Recuerdo que mi tío Alberto, el día del concierto, anhelaba que tocaran esa canción. Fue una lástima que no lo hicieran; hubiera sido un gran momento. Solo nos dieron una probadita al finalizar “One”: Bono empezó a tocar los acordes de “Wake…” y cantó unas líneas, para después despedirse del escenario.

 

“Pop” ha sido un álbum muy infravalorado, y siempre he creído que es un gran error. Es un gran álbum que urge revalorizar, el último disco donde U2 en verdad se arriesgó, ya que, a la postre, se instalaría en una zona de confort, donde los éxitos y las ventas son seguras. Es una lástima que la banda haya tomado ese camino, ya que de 1990 a 1997 demostró que podía ser artista en toda la extensión de la palabra y no hacedora de canciones facilonas como “With or Without You”.


 

Salve Simpatia


Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Jorge Ben Jor es una de las estrellas más grandes de Brasil, reconocido por fusionar samba, funk, rock y bossa nova en un estilo propio y contagioso. Su carrera despegó en los sesenta con “Mas, Que Nada”, y desde entonces ha sido una figura central de la música popular brasileña, ya que ha inspirado a generaciones de artistas con su ritmo alegre, letras ingeniosas y energía inconfundible.

 

Lanzado en 1979, “Salve Simpatia” es un deliciosísima miscelánea de MPB, Samba y Funk – Soul, desbordada de esos ritmos tropicales que Brasil le regaló al mundo. Con la llegada de los ochenta, Jorge Ben rebuscó las diferentes formas para perdurar y eternizar su sonido sin caer en lo ramplón. Vaya que lo logró.

 

Contrario a muchos de sus contemporáneos, Jorge Ben Jor sólo tomó elementos de la música disco para adaptarlos a su inconfundible estilo, en lugar de entregarse a la tendencia mundial. Producido por Guto Graça Mello, el vigesimosexto álbum del carioca es un clásico de la música contemporánea gracias a su potencia y autenticidad.

 

En “Salve Simpatia” escuchamos a un músico consciente de lo que es: carismático, transformador, rítmico, poético y tremendamente influyente. “Boiadeiro”, “Ive Brussell” (con el maestro Caetano Veloso), “Menina Crioula”, “Waldomiro Pena” y “Occulatus Abis” son auténticos logros dentro del amplio repertorio de Jorge Ben.

 

“Ive Brussell”, interpretada como un dueto con Caetano Veloso, es la joya de “Salve Simpatia”. Es una mezcla elementos de samba, funk y swing, y su letra juega con imágenes románticas y sensuales, que despiertan una pasión lúdica hacia “Ive Brussel”. Reproducida millones de veces en plataformas como Spotify, la canción ha sido versionada por otros artistas, y forma parte esencial del repertorio clásico de Jorge Ben Jor.

 

Según el semanario “Esquina Musical”, fue inspirada en una fan belga llamada “Ive Brussel” que trató muy bien a Jorge Ben durante una gira en Bruselas.

  

sábado, 8 de noviembre de 2025

José Guadalupe Posada


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

Como cada año, en los primeros días de noviembre, con motivo de la celebración y el recuerdo del Día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, los mexicanos solemos colocar altares o disfrazarnos de Catrina, personaje emblemático de nuestra cultura. Desgraciadamente, mucha gente cree que su origen proviene de la película del Agente 007, ignorando su verdadera historia y, sobre todo, quién fue su creador: un artista muchas veces olvidado e incluso desconocido.

 

José Guadalupe Posada, el gran grabador mexicano, nació el 2 de febrero de 1852 en la ciudad de Aguascalientes. Solo se conocen dos fotografías de este extraordinario artista. Desde muy joven mostró una actitud rebelde y se inició en el dibujo satírico, que empezó a publicar en El Jicote. Además, se desempeñó como maestro de escuela secundaria y profesor de litografía. Sin embargo, el destino lo llevó a la Ciudad de México, donde abrió su taller. Fue entonces cuando decidió informar al pueblo sobre todo lo que ocurría en el país. Consciente de que la mayoría de la población era analfabeta, realizaba sus dibujos y grabados de manera sencilla y clara, para que los lectores pudieran comprenderlos solo a través de las imágenes, utilizando el mínimo de palabras. Su trabajo se publicó durante mucho tiempo, antes de que el porfirismo cerrara los icónicos periódicos El Ahuizote y El Hijo del Ahuizote.

 

La característica más distintiva de su obra fue dar vida a calaveras y esqueletos, a través de los cuales ejerció una crítica mordaz y feroz hacia el gobierno, señalando las problemáticas sociales e injusticias que México vivía a finales del siglo XIX y principios del XX.

 

Fue aproximadamente en 1912 cuando Posada creó la figura original de “La Catrina”, aunque en un principio fue bautizada como “La Calavera Garbancera”. Se le llamó así en alusión a la gente que “vendía garbanzos”, es decir, personas que presumían pertenecer a la clase alta, pero negaban su origen indígena. Por tanto, su calavera representaba una crítica social hacia las clases privilegiadas, especialmente a las mujeres de raíces indígenas que aspiraban a un estatus elevado y europeo. Recordemos que el entonces presidente de México, Porfirio Díaz, se alejó de la influencia norteamericana y abrazó la europea, particularmente la francesa.

 

Lo curioso es que, aunque el personaje ya era popular entre la sociedad mexicana, fue el muralista Diego Rivera quien, al incluirla en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, le dio elegancia y la transformó en “La Catrina” (nombre con el que él mismo la bautizó). A partir de entonces adquirió la imagen que hoy todos conocemos.

 

Desgraciadamente, para José Guadalupe Posada el reconocimiento a su arte llegó después de su muerte, ocurrida el 20 de enero de 1913, en un cuartucho del barrio popular de Tepito, en la calle Jesús Carranza número 6.

 

Gran dibujante y maestro en toda la extensión de la palabra en la técnica del grabado, Posada influyó de manera poderosa y decisiva en el arte mexicano, influencia que aún es palpable en generaciones posteriores. Por ello, es fundamental darle el reconocimiento justo que merece este gran artista nacional.

Depeche Mode: M


 

Por Edgar Fernández Herrera

 

 

 

El sábado pasado fui al cine a ver la película Depeche Mode: M. Tenía grandes expectativas sobre ella, ya que, por si algunos no lo saben, estuve en la primera fecha de sus presentaciones en la CDMX hace dos años.

 

La película está basada en el concepto del álbum Memento Mori, un disco oscuro cuyo eje central es la muerte (inspirado en la pandemia y en el sensible fallecimiento de Andrew Fletcher). El director mexicano Fernando Frías trató, a través de la cinta, no solo de revivir las presentaciones de la banda, sino también de relacionar la temática del álbum con la cosmología mexicana —o, mejor dicho, mexica— sobre la muerte. En esencia, no me pareció una mala idea; de hecho, considero que era extraordinaria. Sin embargo, para un servidor quedó a deber: hizo falta desarrollar y profundizar más en la propuesta, ya que el tema da para mucho más.

 

Además, la película carece de comentarios o puntos de vista de los integrantes de Depeche Mode acerca de la relación entre la muerte desde la perspectiva cultural mexicana y lo vivido por ellos tras la pérdida de su compañero.

 

Los poemas y la narración que se escuchan durante la película, con la voz del actor Daniel Giménez Cacho, son un gran acierto.

 

El trabajo de cámara en los highlights de las presentaciones en el Estadio GNP es increíble, majestuoso, de primer nivel. Por la temática que aborda la cinta, era imposible incluir todo el setlist, aunque —dependiendo de los gustos— me pareció una buena selección de temas.

 

Ahora solo queda esperar la versión en CD o digital, para escucharla y volver a revivir aquel día.

Gozo Poderoso


 

Por Oscar Fernández Herrera

 

 

 

Mi amigo Roberto me animó a ir a una presentación de Los Aterciopelados en el legendario Teatro Metropólitan de la CDMX. Con el milenio recién estrenado y la dolorosa muerte de mi padre aún fresca, me hallaba en una situación bastante particular: todo lo quería vivir al máximo. Música, sabores y experiencias sorprendentes llegaron con una rapidez abrumadora, como si el mundo entero se empeñara en recordarme que aún estaba vivo.

 

En aquellos días viví tanto que a veces me cuesta trabajo recordarlo todo. Los colombianos, liderados por Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, protagonizaron uno de los conciertos más memorables a los que haya asistido. El pretexto de aquella mágica presentación fue “Gozo Poderoso”, uno de sus álbumes más celebrados por la crítica y el público.

 

Producido por Buitrago, Gozo Poderoso es el quinto disco de los bogotanos; una obra con un aura cósmica, repleta de música luminosa, espiritual y profundamente humana. Fue un golpe de autoridad y resistencia frente a la artificialidad con la que fantaseaba el rock latinoamericano de aquel entonces, sediento de aplausos y de reconocimiento inmediato.

 

El disco presentó un montón de buenas rolas: “Luz Azul”, “Uno Lo Mío Y Lo Tuyo”, “Rompecabezas”, “Gozo Poderoso”, “El Álbum”, “Transparente”, “La Misma Tijera”, “A Su Salud”. Todas ellas fueron como pequeños embrujos llenos de frenesí y sometimiento. ¡No hubo salvación cuando las escuchamos por primera vez!

 

En lo personal, “Gozo Poderoso” fue la canción que me hechizó desde un principio, pues abrió una puerta secreta dentro de mi alma. Desde sus primeros acordes, todo se volvió liviano, como si el aire comenzara a brillar. La voz de Andrea Echeverri flotó entre lo sagrado y lo cotidiano para tejer una melodía que olía a dulce incienso. Sentí que la vida, por un instante, respiró con más color. Fue una invocación suave, un sueño en movimiento donde la alegría no se grita, se siente: poderosa, luminosa, eterna.

 

Aquel concierto se convirtió en una especie de rito de sanación. Recuerdo que, al final, la multitud cantaba con los brazos en alto, como si cada verso limpiara una herida colectiva. En medio del bullicio, supe que había encontrado algo parecido a la paz. Desde entonces, cada vez que escucho esa canción, me devuelve a ese momento: al calor de las luces y al temblor del pecho que acompaña a las canciones que realmente importan.

 

“Gozo Poderoso”, junto a “El Baile Y El Salón” de los tacubos, es una de mis canciones de rock latinoamericano predilectas; un himno íntimo que combina la energía del cuerpo con la contemplación del alma.

 

Un disco que sí o sí debe escucharse, coleccionarse y atesorarse en toda colección musical que se precie de ser digna.

Attila

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