Por Edgar Fernández Herrera
Es viernes 30 de noviembre, pero de 2001. Yo
vengo en el microbús, a paso lento, por el tráfico de la autopista México – Pachuca;
me dirijo al paradero del metro La Raza. Es una mañana muy fría. Voy rumbo al
trabajo y, entre adormilado, me doy cuenta de que aún estoy un poco lejos de
entrar al entonces Distrito Federal. El chofer del microbús viene escuchando
WFM; si no mal recuerdo, es Charo Fernández quien da un anuncio que me hace
despertar: “Desde la muerte de Kurt Cobain, el mundo de la música no se había
sacudido tanto; el día de ayer murió George Harrison a causa de cáncer”.
Sólo porque estaba sentado, si no, me caigo
de bruces. Me puse muy triste; el sueño se disipó por completo. Tomé mi Discman
y, por casualidad, traía mi Álbum Azul de The Beatles. Reproduje “Here Comes
the Sun”, miré hacia arriba y vi a un señor de edad media que me sonrió con
tristeza (no sé si esto es posible). Era obvio que también la noticia le había
afectado.
Es probablemente la primera muerte de uno de
mis héroes musicales que en verdad me entristeció demasiado. George Harrison
siempre fue y ha sido mi Beatle favorito. Creo que lo tomé así no solamente por
la gran calidad de su música; todo me impactaba de él: desde que tuvo como
esposa a Pattie Boyd, los looks que tenía, esa mata larga y la grandiosa barba
que lució entre 1969 y 1971 —era envidiable— y, sobre todo, porque me negué
rotundamente a ser parte de los que idolatran a John Lennon o de los que aman a
Paul McCartney. Siempre he dicho que Harrison es el más “cool” de todos los
Beatles.
El llamado beatle callado fue uno de los
músicos más influyentes, no solamente por la gran calidad de su música, sino
también por el gran guitarrista que fue. A él se deben muchos de los
extraordinarios solos o ritmos en las composiciones del Cuarteto de Liverpool.
Desgraciadamente, siempre fue menospreciado por Lennon y McCartney, y eso se
puede ver perfectamente en el documental Get Back, donde, en las sesiones de
ese álbum (que a la postre se llamaría Let It Be), George les muestra la
canción “All Things Must Pass”, que de forma unánime y tajante rechazan.
Harrison les echaría en cara el gran error de haberlo menospreciado durante sus
días como beatle.
Con mucho material que tenía guardado desde
1968, George Harrison graba el magnífico “All Things Must Pass” (1970), un
disco triple de gran calidad. Ninguna canción está
de relleno: hay joyas absolutas como “My Sweet Lord”, “What Is Life”, “If Not
for You”, “Beware of Darkness”, entre otras. No conforme con esto, organizó el
primer evento de rock con fines benéficos: el Concierto para Bangladesh, donde
desfilaron varios artistas que aportaron a la causa.
Con un gran inicio en su carrera solista,
desgraciadamente poco a poco vino a la baja; no pudo sostener la gran calidad
de sus composiciones como se auguraba. Sin embargo, tiene una discografía
solista bastante respetable e interesante, como su álbum con los míticos
Traveling Wilburys, conformado por puro peso pesado: Bob Dylan, Tom Petty, Jeff
Lynne y el gran Roy Orbison.
En 1999, gracias a la pronta reacción y ayuda
de su esposa, se salvó de morir acuchillado en su casa. Un sujeto entró a la
casa de los Harrison con la intención de matarlo. Afortunadamente sobrevivió al
terrible ataque, pero, por desgracia, a pesar de todos los esfuerzos, el cáncer
de pulmón venció a George Harrison ese 29 de noviembre. Todas las guitarras del
mundo lloraron.
La foto que acompaña este escrito es del
periódico La Jornada. Lo compré un sábado 1 de diciembre de 2001, en un puesto
de revistas cerca de la estación Buenavista. Es muy probable que esa mañana me
dirigiera al Tianguis Cultural del Chopo. Desde hace 24 años lo conservo en mi humilde
hemeroteca.
Hare Krishna, mi buen George Harrison.






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